Tierra de excesos, no solo producimos toros campeones, sino también astros del deporte como Maradona, Bonavena, Galindez, Perico Pérez y otros, entre cuyas habilidades escaseaba la modestia y la moderación. No es extraño que, en esta tierra ubérrima, caigamos en exageraciones creyendo que Dios usa la albiceleste cuando nadie la mira.
Esta inconsciencia de nuestras limitaciones nos llevó a tomar decisiones estúpidas como no apoyar a los aliados y declarar una guerra a una Alemania derrotada. Por esta fantochada fascista, Argentina comenzó a perder posición en la orquesta de las naciones. Y más aún cuando, en un arranque de patriotismo desesperado, mandamos sin medios ni preparación a nuestros jóvenes soldados a las Malvinas.
Todos recordamos los titulares exitistas, las descripciones de los méritos de nuestros cuchilleros correntinos obviamente superiores a los gurkas mercenarios. Todo auguraba una pronta recuperación de las islas irredentas... pero no fue así. Ante la certeza de una victoria aplastante invitamos, con tono soberbio, a qué venga al Principito (aludiendo al príncipe Andrés, hijo de la Reina Isabel). El tema es que el Principito llegó con la armada y los SeaHarriers ...
Después vino lo que ya sabemos, pero igual nos convertimos en vencedores morales del desastre. Cualquier discurso es bueno, somos campeones del sofisma y reyes del debate de cafetín. Quizás , al enfrentar la derrota en toda su magnitud, al ver que ni Dios ni el éxito estaba de nuestro lado, fuimos barranca abajo, al enrostrarnos nuestra falibilidad y la fragilidad del "se atamo con alambres".
Desde entonces los problemas económicos nos apabullaron, ya no éramos los ricos argentinos que tiraban manteca al techo en los cabarets de París, sino unos menesterosos internacionales que arrastrábamos los tamangos en busca del mango que el FMI nos pueda prestar. Total, siempre habrá una excusa para no devolverles la plata ó en su defecto pagar jugosos intereses que nos llevan una y otra vez al default.
Mientras tanto insistíamos con la dicotomía futbolera. Con la mentalidad de un barra brava vivimos una política dicotómica, el conmigo y sinmigo, el me opongo porque sí y después corrés el arco para que no entren los goles en contra. Los insultos al árbitro por un foul mal cobrado se convierten en alabanzas cuando el penal favorece a nuestro equipo... Sí, es una reacción humana, pero los argentinos quizás somos demasiado humanos (y no tan derechos ) propensos a respuestas intempestivas y reacciones exageradas, como estamos demostrando en este momento.
Este criterio futbolero no podía dejar de reflejarse en la pandemia. Somos nosotros contra el resto del mundo. ¿Por qué el presidente debe hacer referencia a las políticas sanitarias de otros países del mundo cuando las realidades habitacionales, económicas y demográficas son distintas? ¿Qué tenemos que ver con Suecia más que los colores de su bandera que inspiraron la camiseta de Boca? ¿Qué necesidad de entrar en tontos conflictos, más cuando el presidente y sus asesores interpretan mal los resultados ó "distorsionan la verdad " como ya nos tienen acostumbrados? También nos mienten cuando la famosa curva nunca se aplana, más que en su cabeza.
Con el triunfalismo del "vamos ganando" y "no quiero escuchar hablar de la cuarentena", hace 140 días que tienen a un país paralizado, condenando a la miseria a millones de argentinos a la espera de una vacuna que, lamento decirlo, NO TIENE las suficientes pruebas clínicas que demuestren su efectividad o seguridad biológica.
Pero eso es otro tema, el triunfalismo a ultranza, ser dueños de la corrección política, el patoterismo futbolero, y el maniquerismo progresista son parte de esta estrategia canallesca, a la que sólo le falta pedir que traigan al Principito.
Omar López Mato
Médico y escritor
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