Esa misma incredulidad nos mueve a quedarnos pasmados ante el hecho que el peronismo se haya considerado a si mismo hasta hoy como el principio y el fin de la política vernácula, y que debamos aceptar que nuestro futuro esté supeditado a que caigamos en manos de peronistas “buenos” o peronistas “malos” como única alternativa posible.
Creemos que esto suena a una arrogancia de su parte sin límites y, por qué no agregarlo, una síntesis ridícula que espanta. Una suerte de sentencia inapelable que pareciera emerger de las tinieblas.
Además de ello –lo hemos dicho antes de ahora-, el peor defecto de un peronismo en permanente “reciclado” es que despliega siempre una manifiesta brutalidad gestual que les permita evadir cualquier escrutinio que evidencie su probada ineficiencia para gobernar.
Porque ¿cómo puede explicarse que habiendo constituido un movimiento casi omnipresente en el poder durante treinta años o más, nos hayan depositado finalmente en el fondo de un pozo hediondo del que no logramos salir aún?
¿Qué tipo de “salvación” ha significado para la sociedad el seguir a pies juntillas sus vulgares apotegmas de escuela primaria que han terminado por sepultarnos en el agobio conceptual sin fin en el que vivimos?
¿Qué tipo de convivencia política se ha logrado conformar frente a sus exhibiciones de matonismo similares a los escenarios de pandillas filmados para el cine por Martín Scorsese?
Una cosa son las funciones que cumplen las estructuras de la política partidaria que respetan el principio de la alternancia y el equilibrio de poderes institucionalizado, y muy otra las creencias que intentan sembrar los “justicialistas” (¿) pretendiendo legitimar un orden basado en SU PROPIA PERMANENCIA EN EL PODER.
Se nos ocurre necesario retornar en este punto a unas reflexiones del físico y moralista inglés Bernard Williams, que son complementarias del pensamiento de Savater con que iniciamos estas reflexiones: “una creencia justificada es aquella a la que se llega a través de un método, o que está respaldada por consideraciones que la favorecen no sólo porque la hagan más atractiva o algo por el estilo, SINO EN EL SENTIDO ESPECÍFICO DE QUE PROPORCIONAN RAZONES PARA CREER QUE ES VERDADERA”.
Siguiendo a Williams, nos preguntamos entonces: ¿qué razones nos proporciona la oprobiosa realidad vivida durante años bajo la sombra negra del peronismo, tolerando mansamente su hipótesis de que sin ellos sería imposible acceder a cualquier tipo de bienestar?
La respuesta es obvia: ninguna. Y sin embargo, este hecho es parte de nuestra historia de ¿haraganería? ¿adocenamiento? ¿mimetización? Han sido años que solo sirvieron para sufrir un relato pergeñado por los intereses de quienes han tratado de confundirnos respecto de los límites que separan lo cierto de lo falso.
El argumento principal de su discurso consistió en “vendernos” un supuesto deseo de asegurar a los trabajadores el goce del producto de su labor y la distribución más equitativa del mismo, desarrollando una suerte de férreo control sobre las empresas de capital privado, trastrocando aviesamente los conceptos de productividad y subsidiariedad.
Esta manera de explicar su razón de ser, no difiere mucho de lo que sostenía el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, quienes utilizaban, al menos, mayor honestidad intelectual, reconociendo abiertamente su interés en centralizar los instrumentos de la producción en manos del Estado como “clase” gobernante.
Los sindicatos han cumplido en ese terreno el papel de instrumentos “de fuego” de estas teorías fascistas y funcionan a pleno como “secretarías comerciales” de unos supuestos intereses populares, tratando de obtener toda suerte de privilegios para sus simpatizantes y “favoritos”, manejando la administración de los aportes y las obras sociales de los trabajadores como elementos de presión respecto de sus afiliados.
¿Nuevamente Marx y Engels?
A pesar de todo esto, el peronismo no se ha dignado someterse a un análisis de efectividad práctica de su discurso ideológico, quizá porque en el fondo no está interesado en que se compruebe el grado de calidad del mismo. La preocupación pasa por otro lado: saber por cuánto tiempo podrá seguir multiplicando su poder y la riqueza personal de cada uno de sus líderes.
Su suerte se ha atrincherado detrás de una revolución que es, en su forma, idéntica a muchas otras: una monótona repetición de viejas consignas vacías. Un perfecto lugar común para instalar conceptos invalidados por su negativa a someterse a escrutinio alguno respecto de su eficiencia.
Solo una derrota final, que provenga de un cambio radical en la preferencia de quienes los votaron ciegamente durante años (¿síndrome de Estocolmo?), detendría su marcha definitivamente.
A los que crean que la cuestión es Macri o el peronismo acechante, les decimos que Cambiemos puede ser quizá (¿por qué no?) una bisagra efectiva para permitir la aparición de otros liderazgos políticos en el futuro, que pongan en práctica el sentido común, el respeto por la diversidad en el marco de la ley, la honestidad intelectual y una cintura política apropiada para estos fines.
No verlo así, nos llevaría a convertirnos en una sociedad de “muertos vivos”.
Carlos Berro Madero
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