Está conformada por segundas y terceras líneas de la administración pública que, debido a su permanencia “estructural” en el tiempo, controlan los resortes del poder interior de sus instituciones.
Cuando el ciudadano vota no presta atención más que a los candidatos que, supuestamente, manejarán la batuta de una nueva orquesta, pero no tiene la menor idea de las limitaciones que tendrá a la hora de ejecutar sus programas de gobierno.
Nos estamos refiriendo específicamente a la tropa que se apretuja alrededor de los cargos electivos como quistes: asesores, consultores, jefes de oficinas técnicas, firmas “autorizadas” y estructuras departamentales (entre otros), amontonados por el mero transcurso del tiempo, que los “olvida” en lugares estratégicos donde echan raíces permanentes.
Todos ellos conforman una formidable máquina de supervivencia propia, que tiene la llave de los cajones donde se guardan los secretos de mecanismos que pueden “aceitar” determinados proyectos a fin de que los mismos vean la luz, o aborten silenciosamente, perdidos en una maraña de “reglamentaciones”, eufemismo creado con el fin de cambiar lo que debe instrumentarse según le plazca a quienes moran en la oscuridad.
Las editoriales periodísticas y los discursos políticos de los ministros no nos dan muchas noticias sobre este flagelo y las dos únicas explicaciones para que existan, se nos ocurre que son: a) que hay quienes se ayudan con estas “oscuridades” para diluir secretamente sus tropelías y/o ineficiencia; b) una rendición incondicional de los recién llegados, convencidos que con algunos retoques y la inclusión de sus propios “topos” en la administración existente, lograrán controlar este verdadero cáncer.
Entre nosotros, el kirchnerismo contribuyó a engrosar el batallón fantasma hasta dejarlo integrado por una multitud nunca vista y hemos asistido así a diversas purgas de depuración que han debido efectuarse en la Policía, el INDEC, el INCAA, la Aduana, Vialidad Nacional, Biblioteca Nacional y el Centro Cultural Kirchner, por nombrar solamente algunos casos metropolitanos.
Es increíble la facilidad con que estos colectivos antediluvianos, se han dado maña por años para convencer a los recién llegados que lo mejor para “todos” (¿), es tratar de adaptarse a un nivel de cambios “aceptables”.
¿Aceptables para quién? Nos preguntamos intrigados.
Aludiendo indirectamente a estos personajes que medran en las sombras, dijo Ortega y Gasset alguna vez: “la muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible instalada en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida y ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, ES ELLA EL PERSONAJE PRINCIPAL. YA NO HAY PROTAGONISTAS, SOLO HAY CORO”.
Lo pernicioso de esto, es que esas mayorías “secundarias” enquistadas dentro de la burocracia del poder están constituidas por personas no especialmente calificadas, como advertía el filósofo madrileño.
En efecto, son criaturas “que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir ES SER EN CADA INSTANTE LO QUE YA SON, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, como boyas que van a la deriva” continuaba diciendo el filósofo madrileño.
Unas boyas sin luz alguna que les permite permanecer indefinidamente dentro del océano político, sin que nadie las distinga para saber si están cumpliendo con su tarea específica o se limitan a disfrutar de las trampas que ellos mismos activan entre bambalinas.
Una verdadera revolución debería dedicarse al desmantelamiento de estos quistes gigantes, recortando funciones y abortando de cuajo regulaciones que son manejadas por quienes tienen utensilios aptos para descuartizar cualquier proyecto que caiga bajo sus garras.
Ellos son en realidad “quienes creen que tienen el derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café. Yo dudo que haya habido otras épocas de la historia en que la muchedumbre llegase a gobernar tan directamente como en nuestro tiempo. Por eso hablo de hiperdemocracia sin ley” (siempre Ortega).
Porque se trata de una logia cerrada y mediocre que disfruta de su conocimiento de los entretelones del poder y siente, además, que los recién llegados “no son como ellos” por lo que intentan desarmar todo lo que provenga de minorías legítimamente elegidas, sosteniendo a como dé lugar los contubernios y corruptelas preexistentes.
Ese es el escenario que debería cambiar radicalmente en el futuro.
Sacar las “armas” de las manos de los integrantes de estas “capas geológicas” (Macri dixit) y ponerlas lejos de su alcance, podría ser el primer paso. El segundo, desmantelar paulatinamente sus estructuras inoxidables.
Carlos Berro Madero
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