Hay personas que no saben poner fin a una conversación intrascendente o a una llamada telefónica o a una mera arenga doméstica y siguen hablando aunque reciban insinuaciones de despedida de sus interlocutores. Este prototipo humano abunda entre quienes sufren de megalomanía.
Son individuos cuyos pensamientos se centran constantemente en sí mismos, sin el menor interés por lo que piensen o digan los demás, cambiando de tema cuando les place a ellos e interrumpiendo con frecuencia a los otros para hacer preguntas inoportunas que revelan su absoluta incapacidad para crear interacción alguna con nadie en especial, como señala Jerome Kagan de la Universidad de Harvard.
Normalmente, se conducen en la vida utilizando un lenguaje “urbi et orbi” cargado de majestuosidad.
¿A quién tenemos in mente cuando decimos esto? Pues a Cristina Fernández de Kirchner.
Los psicólogos denominan esta incapacidad de recibir mensajes de los demás como “disemia”, lo que equivale a una falta de aprendizaje en este campo, que se advierte especialmente en los “cara a cara”, percibiéndose claramente que no advierten cuándo han llegado a comunicar “lo suficiente” y llega el momento de detener su bombardeo oral.
La ansiedad que produce en quienes se conducen de este modo, los convierte en seres que interpretan erróneamente las claves receptivas de quienes les rodean, anulando cualquier posibilidad de generar empatía con la gente.
En estos días, han comenzado a correr distintas opiniones respecto de su eventual postulación para las elecciones legislativas del corriente año y nos parece oportuno, por lo tanto, repasar algunos datos de su psicología personal, ya que con bastante ingenuidad –y como si las señales emitidas inequívocamente por Cristina durante 20 años no hubiesen sido suficientes-, se menea esta eventual candidatura que creemos responde primordialmente al interés de quienes pretenden seguir usándola como “estandarte” político.
Creemos que cualquier decisión que tome ella al respecto, tendrá que ver con el nivel de “supremacía” -hoy misérrimo-, que siga ejerciendo sobre los demás desde su actual “destierro”, y solo la necesidad de obtener fueros parlamentarios pesará en su decisión final sobre un eventual “regreso con gloria” cinematográfico, habida cuenta de las causas judiciales que se acumulan en su contra como una catarata. Por el momento, parece estar muy cómoda en el papel de oráculo escondido tras sus frenéticos “twiter”. Punto.
Por otro lado, su proverbial incapacidad para realizar acuerdos con nadie (en el caso de presentarse tratará de propiciar listas de adeptos impresentables, como siempre ha hecho), y su incapacidad para prevenir conflictos que emergen de sus consabidas arbitrariedades, no indican –al menos por ahora-, que haya corregido sus vicios: es evidente que continúa aspirando a mantener súbditos que reconozcan eventuales “virtudes”, que la habrían convertido –a su juicio-, en candidata a inmortalizarse en el panteón de los héroes de la historia política universal.
Tenemos la impresión que no hay muchos candidatos disponibles para aceptarla en esta calidad, porque ha quedado en evidencia, lamentablemente, lo que hemos señalado durante muchos años: Cristina Fernández NO es una persona psicológicamente sana.
Cualquiera que crea sentir una eventual “compenetración” con ella, se verá defraudado siempre, porque carece de la capacidad necesaria para “sintetizar” sentimientos colectivos y articularlos convenientemente hacia objetivos políticos potables.
Hay quienes creen, como ella, que para gustar a los demás solo basta ser amistoso con las personas que les desagradan, pero eligen siempre el camino equivocado (“soy Cristina, pelotudo”, a su chambelán Parrilli).
Al mismo tiempo, la informalidad no existe para CFK y cada acto de la vida diaria debe estar rodeado de una “dignidad” y un boato que sostenga su sentimiento de excelsa majestad personal, aunque solo sirva para vehiculizar los exabruptos provenientes de una manifiesta falta de equilibrio emocional.
El kirchnerismo residual, constituido esencialmente por jóvenes que creen ver en Cristina a una Juana de Arco posmoderna y contestataria, deberá terminar comprendiendo que su jefa espiritual es una persona lábil que no ha conseguido salir aún de una parálisis afectiva que le produjeron algunos episodios de su infancia y adolescencia: padre incierto, hogar humilde, rechazo al medio social familiar y, finalmente, marido controlador.
Al respecto, recordamos nuevamente las palabras de Néstor: “no le lleven nunca problemas a Cristina”.
Por lo expuesto, creemos que hacer pronósticos prematuros respecto de su futura postulación, es como imaginar qué ocurriría si estuviéramos en la selva amazónica y apareciese repentina e inesperadamente un león amenazante: lo más probable es que algunos saliesen corriendo, otros quedarían paralizados y muchos terminarían dentro de las fauces del mismo.
Su futuro político está atado indisolublemente a la inestabilidad emocional de su carácter, que la convierte en un ser demasiado predecible “para mal de sus pecados”, como suelen decir los españoles.
Carlos Berro Madero
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