Ese miedo que decidimos ignorar con nuestras reflexiones sobre una cuestión de “nunca acabar”; indignados por la actitud de muchos resentidos respecto de los enfrentamientos habidos en los 70, que no tienen mejor cosa para hacer hoy día que plantarse frente a los micrófonos que se les pongan a la mano para largar espumarajos y dar su versión de lo ocurrido, mezclando la sal y el azufre como si tal cosa.
Parecería ser una forma de contentarse a sí mismos, justificarse e inflamar, de paso, el espíritu de quienes les oyen, derramando supercherías a troche y moche.
Repiten lo que han oído por allí (muchos de ellos tomaban su primer biberón por ese entonces), y nos propinan, a quienes solo bregamos por vivir en armonía tratando de mantenernos equidistantes, una severidad que parecería ser la administración de “un antibiótico contra la holgazanería” como dijo alguna vez Oriana Fallaci al condenar el terrorismo mundial, que defiende siempre su razón de ser detrás de un discurso de “salvación” para la humanidad.
Bien podría adjudicársele esta medicina “conceptual” a quienes no se han tomado el trabajo de indagar acerca de cuánto de lo que sostienen responde verdaderamente a una historia que invocan con pasión desbordante, agresiva y amañada, poniendo una cara de circunstancias que movería a risa si no se tratara de un tema aberrante que nos sigue dividiendo hasta hoy sin dar respiro.
Pero de lo que no tenemos dudas es que esta escalada forma parte de un movimiento internacional que excede nuestras fronteras: ha comenzado en el mundo una guerra en sordina entre religiones que se ha volcado a la política. Y la asunción de Donald Trump (que no es tan bizarro como parece) al haber puesto el dedo “donde duele”, ha resultado como una patada en medio de un hormiguero EN TODO EL MUNDO.
Los recalcitrantes fogoneros de una belicosidad que no se apaga, parecen incapaces de escapar de su “condición infeliz” y salen de cacería a cobrarse alguna pieza que los libre de pensar en ello. Porque cazar es para ellos “un quehacer a tiempo completo que consume un montón de energías, y apenas deja tiempo para nada más, distrayendo la atención y posponiendo ad calendas graecas el momento de la reflexión” (Zygmunt Bauman)
Por tal motivo, y ante el silencio de quienes no se animan a pronunciarse, nos apoderamos nuevamente de las palabras de la Fallaci para hacer más explícitos nuestros sentimientos: “hay momentos de la vida en los que callar se convierte en culpa y hablar es una obligación; un deber civil, un desafío moral, UN IMPERATIVO CATEGÓRICO del que uno no puede evadirse”.
Muchos que no hemos sido partícipes activos de la guerrilla ni de la contrarrevolución de los 70, asistimos azorados a la violencia imperante en la época, sin plegarnos a la loca idea que sugiere que la lucha por la equidad social implica necesariamente algo más que desplegar “una energía activa y laboriosa que, comunicándose a cada individuo, se eleve A TRAVÉS DE LAS DIVERSAS ESFERAS DE LA SOCIABILIDAD HASTA EL ESTADO” (Rudolph von Ihering).
Muchos de los protagonistas de entonces parecen seguir desconociendo la potencia ética del Derecho, que es el llamado a ejecutar en la sociedad los principios de la verdad y la libertad.
Los mal llamados “idealistas” de aquellos años, tratan de contagiarnos a todos con el ESPÍRITU DE LA MUERTE, tratando de esparcir su convicción de que los principios del Derecho pueden ser pisoteados “a piacere”. Aún hoy día, siguen evidenciando a través de sus monsergas embrolladas que no son capaces de hilar los principios de la concordancia.
Es sabido y reconocido que todo bien en el mundo tiene su precio.
Lo que no significa en absoluto que el mismo deba ser pagado inexcusablemente a través de una confrontación ilegítima y contraria a la ley.
Dice al respecto el mismo von Ihering: “aquel que tiene la pretensión de un derecho y tal vez se reputa investido del mismo, ¿está verdaderamente en su derecho? Yo respondo que no; puede no estar en su derecho, como no siempre está en posesión de la verdad quien tiene fe en la verdad. ¿Podríamos gritar por eso tal vez: abandonad el derecho y la verdad porque el uno y la otra pueden ser también una ilusión? Precisamente para esto está el juez, llamado en caso de debate a decidir si el pretendido derecho sea verdaderamente un derecho real.
Hablando de la lucha por el derecho COMO UN DEBER, no se me ha ocurrido pensar en una lucha de conflicto material, de una realización del derecho merced a la violencia y a la fuerza individual. Antes por el contrario, fuera del caso de legítima defensa, SIEMPRE LO HE ENTENDIDO COMO LA LUCHA LEGAL ANTE EL JUEZ”.
Mientras algunos pretendan convertir el Derecho en blanco de agresiones “revolucionarias” que contribuyan a la prevalencia de la fuerza como “prima ratio”, estamos también quienes deseamos gozar de una vida en paz (a la que todos tenemos derecho natural) y valoramos el hecho de que haya habido otros de nuestros semejantes, cuyo trabajo laborioso hizo posible generarla a través de un esfuerzo lleno de penas y fatigas personales.
El tremendo aparato de fuerzas sin control y el sacrificio consiguiente de las víctimas de la violencia desatada, impiden siempre que una sociedad pueda elevarse a la altura de un juicio ecuánime y desapasionado, que solo puede ser logrado a través de la prevalencia del Derecho.
Debe comprenderse, además, que ya no es necesario continuar evocando un pasado tumultuoso para probar la existencia de conceptos que -¡oh ironía!-, han permanecido incólumes bajo diversas formas, IDÉNTICAMENTE IGUAL A LO QUE ERAN EN OTROS TIEMPOS.
Ese estado de beligerancia extrema que algunos denominan “grieta”, y que es, en sustancia, la falta de resolución para someter nuestros diferendos a una justicia sin presiones, teniendo en cuenta que cualquiera sea la resolución, SERA SIEMPRE PREFERIBLE AL SACRIFICIO QUE GENERAN LA VIOLENCIA Y LA LUCHA ARMADA.
Basta de contabilizar si las víctimas fueron 30.000 o 5.000 o 1.500, o las que sean.
De uno u otro lado. Con que hubiesen sido unos pocos, bastaría.
Estamos convencidos que ha llegado la hora de la reconciliación, aceptando que una contienda en donde la muerte del adversario es la única solución posible, destruye TODOS los principios de los supuestos derechos humanos.
Y, por supuesto, negarse rotundamente a incriminar y/o castigar a quienes piensen diferente sobre lo que durante muchos años fue adoptado como discurso “oficial”, tal cual ha propuesto hace unos días una exguerrillera devenida en… ¡legisladora!
No es casual que estos asuntos vuelvan a la palestra en estos días en que el peronismo y el kirchnerismo unidos parecen haberse complotado para que el gobierno de Cambiemos fracase y deba irse antes de tiempo.
Carlos Berro Madero
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