El presidente Macri ha sufrido en lo que va del año 571 cortes de calles y más de 5000 manifestaciones de otro orden, todas tendientes a pedir imposibles para poner al gobierno en la “lose/lose situation” de que si concede es un desastre y si no concede también es un desastre.
Ya conocemos esta faceta del peronismo extraída y adaptada del decálogo de Lenin en donde, “pedir imposibles” estaba dentro de las recomendaciones a seguir para generar caos.
El gobierno no debe ser inocente en esto; debe tomar nota de lo que ocurre y actuar en defensa y representación de quienes votaron un cambio. No puede ser que Kicillof se haya transformado en el portavoz de quienes quieren imponer una agenda del pasado.
El presidente Macri debe honrar el contrato que firmó con quienes lo votaron y tener fe en que si actúa contra todos esos personajes y contra lo que representan, lejos de “pagar costos políticos”, saldrá ganando.
Seguramente por su cabeza debe pasar la idea de que si hace algo para parar esta irresponsabilidad le saltarán al cuello diciéndole que su plan no funciona sin represión o cosas por el estilo. Los medios de prensa también deberían jugar un papel responsable en ese sentido negándose a ser poleas de multiplicación de ese mensaje.
El festival aprobado ayer en el Congreso es un dislate, empezando por la ley de emergencia social que otorga status oficial a organizaciones de quilomberos profesionales que no son otra cosa que parásitos de la gente que trabaja.
Seguir en esa línea equivale a convalidar que lo que gobierna en la Argentina es la fuerza bruta que se ejerce en el espacio público.
El gobierno debe asumir que cuenta con el apoyo de la gente que quiere algo distinto para el país y que es eso lo que precisamente se votó en Noviembre del año pasado.
Acceder a las demandas imposibles no lo pondrá en el lugar de ser reconocido: al contrario, pagará los costos económicos de los disparates y los costos políticos de perder la fe y la paciencia de los que confiaron en él.
De hecho Cambiemos ha aprobado programas de ayuda social muy superiores a los conocidos hasta ahora y lo que ha recibido como única respuesta han sido eslóganes que lo definen como “el gobierno de los ricos’. Así que por su propio bien y por el de la gente que lo votó debería asumir su responsabilidad y, sin temores, sin vergüenzas y sin complejos, decir que es el “gobierno de los que quieren progresar” y que no está dispuesto a boicotear las ilusiones de esa gente escondiéndose detrás de pusilanimidades menores.
El diputado Sergio Massa, a su vez, debe recapacitar también. Su desesperación por ser presidente necesita ser ajustada urgentemente por un factor de razonabilidad y patriotismo: no puede ser que esté todo el tiempo montado en una demagogia imbancable con tal de alcanzar lo que quiere.
El público que observa el escenario también debería jugar su papel y lo que está ocurriendo como lo que es: una enorme operación de demagogia para volver a usarnos como carne de cañón para satisfacer los intereses de una clase que le robó al país y que se enriqueció obscenamente gracias a nuestra estupidez.
La historieta tonta de guiarse por el principio de hacer todo lo contrario del kirchnerismo en materia de comunicación pública también debe acabar. El gobierno debería disponer de un programa de explicación docente por los medios masivos de comunicación sobre el curso desastroso al que la oposición irresponsable nos está arrastrando. Si para eso es preciso contratar a comunicadores profesionales que, con puntero en mano, expliquen por televisión en un idioma sencillo el curso de colisión al que nos dirige la demagogia, no debería dudar en hacerlo. Ya bastante metió la pata en no explicar el caótico desastre heredado. No puede continuar fomentando un clima en donde la gente se convenza de que lo que ocurre es culpa de los que asumieron el 10 de diciembre.
La hora por la que atraviesa la Argentina no es para blandos ni para pusilánimes. Si el presidente Macri quiere asegurarse un lugar en la historia debe salir a la superficie y decir claramente que no está dispuesto a defraudar a quienes votaron un cambio y que pondrá todo su esfuerzo y todo su capital político en juego con tal de quebrar la resistencia que de nuevo quieren imponer los fantasmas del pasado.
Carlos Mira