Jueves, 30 Marzo 2017 21:00

El virus que dura 62 años

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La política de extorsión que la oposición kirchnerista está desplegando contra el gobierno del presidente Macri tiene un origen social.

Los gremios docentes, el aparato sindical peronista y otras versiones más radicalizadas del populismo encuentran su base de sustentación en una parte de la sociedad que aún cree que Macri es liberal, que gobierna para los ricos y que poco menos que es un usurpador del poder.

No hay que olvidar que fueron necesarios 12 años de fascismo para ganar una elección por apenas tres puntos. Supongamos que el aparato dispuesto a todo que aun manejaba el gobierno anterior haya podido manipular cinco puntos porcentuales de votos: igual, fueron necesarios 12 años de fascismo para tener una diferencia de apenas ocho puntos (repetimos, en el caso –muy posible- que el gobierno que fiscalizaba aquella elección hubiera podido fraguar 5% de los sufragios)

Esta aritmética nos demuestra que aun subyace en el fondo del alma argentina un sustrato antidemocrático, inconstitucional, fuertemente refractario de la relación con el mundo y altamente apegado a métodos violentos, que incluso está dispuesto a que le roben en la cara con tal de no ver a quienes ellos no soportan en el poder.

Sin la seguridad de poder especular con ese espíritu, lo que estamos viendo en las calles y en las increíbles argumentaciones de los docentes y de los sindicalistas no sería sencillamente viable. Lo es porque hay un entramado social que aun vota esos procederes y legitima esas conductas.

Y no hay dudas de que la introducción del fanatismo en la política argentina lleva la marca registrada del peronismo.

Eva Perón, ya que estamos con el tema docente, no tenía ningún pelo en la lengua para reclamar, no maestros inteligentes y capaces, sino “fanáticos” a quienes se les exigiría un cheque en blanco de lealtad a Perón para adoctrinar a sus alumnos desde los primeros años escolares, bajo la amenaza de “exterminarlos” (dixit) si no cumplieran con su cometido.

Fue el propio Perón el ideólogo de “ganar las calles a palazos, rompiendo cabezas y vidrieras” para imponer la dictadura peronista (como él mismo la definió, al negar que en la Argentina hiciera falta la “libertad política”)

Lamentablemente la Argentina no pudo sacarse ese virus de su sangre aun hoy. Piensen ustedes lo que era Alemania 62 años después de finalizada la guerra; en 2007 para ser más precisos: poco menos que la segunda potencia mundial, el motor de Europa, absorbiendo el lastre del experimento soviético de la Alemania Oriental sin mayores cataclismos… Una potencia.

Ese mismo tiempo, 62 años, han pasado desde que Perón dejó el poder en 1955 y la Argentina sigue en el tobogán de las costumbres populistas sin poder extirparlas de sus reacciones espontáneas.

En la vigencia de ese conjunto de ideas y creencias se basa la extorsión gremial, el delirio kirchnerista y el estancamiento del país. Solo con ciudadanos que votan como votan el país puede tener un tercio de su población en la pobreza, sin agua corriente, sin cloacas, eligiendo representantes como Baradel y diputados como Kicillof o De Vido.

Hay una enorme responsabilidad social detrás de una debacle que es inexplicable en términos mundiales. Y es esa misma mentalidad la que mantiene y hace posible los cortes de calles, los piquetes, las extorsiones sindicales y las expectativas del populismo.

Ese populismo sacó casi 49% de los votos en la última elección. No hay que olvidar ese detalle. Supongamos que hubo algún “dibujo” en esos números, digamos que las cifras reales fueron 56 a 44… Igual, ¡es un disparate que en un país civilizado una manga de ladrones como la banda delictiva que gobernó hasta diciembre de 2015, saque 44% de los votos! Solo en un país muy desquiciado ocurre eso. ¿Se imaginan al fascismo italiano, al nazismo alemán o al franquismo español sacando el 44% de los votos en cualquier elección europea de alrededor de 2007?

Europa sepultó ese virus. Argentina no pudo. Aun hoy lo padece, 62 años después. Ese virus es el que explica a Baradel y a Bonafini; a Fernández y a Parrilli; a De Vido y a Kicillof.

Muchos se hicieron millonarios, de paso cañazo, con el cuento del nacionalismo y del verso “popular”. Mientras millones caían en la pobreza más humillante.

Si esas bacterias no son removidas del torrente sanguíneo argentino, podrá haber mucha disposición a dialogar, mucha intención de cambiar las cosas gradualmente, muchas buenas maneras. Pero el foco infeccioso continuará y con él será difícil abandonar la decadencia.

Carlos Mira

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