Esta convicción contradiría lo que ha venido ocurriendo en la mayoría de las elecciones de la democracia argentina desde 1983 para acá en donde, efectivamente, la suerte de la economía marcó el rumbo de los votos.
Y en ese terreno el gobierno avanza con tropiezos. Hay sectores que han mejorado, especialmente los tironeados por el campo, pero otros siguen presos de los problemas de costos que tienen las pymes y de los precios que no aflojan y castigan a la clase media.
El 1A demostró que el gobierno tiene reservas de apoyo importantes y ese hecho callejero se ve reflejado, también, en los números de las principales encuestadoras. Pero de aquí a octubre (e incluso antes, de aquí a agosto, si toamos en cuenta las PASO) el gobierno debería poder mostrar avances significativos en el alivio a la franja social que más lo apoya.
No hay que olvidar que Macri ganó en segunda vuelta con un montón de votos prestados por gente harta de la delincuencia sentada en los sillones del Estado.
Pero paradójicamente ese voto “moral” (que habló muy bien de la sociedad argentina y que quizás la salvo para siempre de ser Venezuela) hoy tiene a olvidarse de esa ética y pide resultados que la hagan sentir que pueden vivir mejor.
Es inútil a esta altura explicarles que van a vivir mejor si las instituciones funcionan, si las estadísticas públicas no se mienten, si se habla con la verdad y si los problemas no se esconden debajo de la alfombra y detrás de una cháchara fanática, irreal y demagógica que engaña permanentemente y que no le importa nada el sufrimiento ajeno.
Esa franja de votantes “prestados” (y aun algunos del núcleo duro del PRO) necesitan ver una luz que los anime, que los entusiasme.
En ese sentido, parece estar en estudio un proyecto para aliviar las cargas sociales de las pymes en un 50%. Se trata de una idea aun embrionaria pero que tendría un costo fiscal adicional al que el gobierno ya arrastra y debe disminuir.
A veces las soluciones parecen atrapadas en un laberinto contradictorio: Hay que mover la economía, pero eso (en principio) agranda el déficit; las maneras de superarlas son con un incremento más que proporcional de la productividad que dependerían de inversiones que, por definición, tardan en hacer sentir sus efectos; los empresarios no dan muestras de una actitud colaborativa con los precios, pero el gobierno tampoco parece darla con los impuestos… Es un círculo sin fin.
La estructura tributaria de la Argentina no debería durar ni un minuto más. Allí sí habría que ir a una política de shock y, endeudarse por endeudarse, empezar a hacerlo para financiar una reducción de impuestos dramática que revolucione el proceso productivo y de generación de empleo en el país.
Del mismo modo, endeudarse por endeudarse, convendría hacerlo para solventar un programa de retiro voluntario del Estado con aplicación inmediata a cursos educativos en nuevos oficios acordes con la tecnología que destruirá centenares de miles de empleos aquí y en el mundo, lo queramos o no.
Los doce años de kirchnerismo duplicaron la dotación estatal consolidada en una movida insostenible para cualquier administración sensata. Los miles de empleados que no solo no tienen lo que hacer sino que muchas veces para justificar su presencia crean problemas e inventan trámites donde no los hay. Otra cuestión, naturalmente, son las incrustaciones de infiltración kirchnerista en las segundas y terceras líneas de la administración que están allí para entorpecer todo lo pueden y para transformar en complicado todo lo que tenga un atisbo de simpleza.
La técnica de apostar a la política para ganar las elecciones tiene sus bemoles. Es de manual que de ser esa la estrategia, el planteo será la comparativa con el kirchnerismo. Más allá de lo que se giga respecto de la grieta y de que esa estrategia es contradictoria con el objetivos de unir a los argentinos, es obvio que ningún gobierno precedido por el enorme dislate del populismo de los Kirchner puede darse el lujo de no apelar a esa comparación. Si la “grieta” no se achica a causa de ello, lo lamento, pero esa es la verdad: la comparación (incluso económica) que la gente debería hacer no es entre las opciones “estoy mejor o estoy peor que hace un año y medio” sino entre “como estoy y como estaría si siguiera gobernando el populismo”.
Es verdad que el argumento está apoyado en un mecanismo contrafáctico. ¿Pero alguien tiene dudas sobre cómo estaríamos viendo a la Venezuela y a la Santa Cruz de hoy?
En síntesis, el gobierno no debería dar por descontado que solo la política le dará el triunfo: debe hacer algo urgente que encienda el entusiasmo económico de las clases medidas ya. Pero la sociedad debe proyectar el escenario de la Argentina bajo la presidencia de Scioli y la gobernación de Aníbal Fernández, por ejemplo. Gente que no puede probar un céntimo de los millones que tiene no estarían haciendo otra cosa que seguir la misma política siempre practicaron: la del defalco.
Carlos Mira