Lunes, 08 Mayo 2017 21:00

La superficie y el subsuelo

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En el país hay una rara impresión por la contradicción que suponen las dos sensaciones que se están teniendo al mismo tiempo: que no se está haciendo nada y que se está haciendo mucho.

 

El problema con esas sensaciones es que ambas son ciertas, en alguna medida. Si miramos la superficie y la comparamos con el ideal que todos quisiéramos tocar con las manos aparece la primera sensación: no se está haciendo nada o se está haciendo poco.

Si miramos la profundidad y vemos las empresas que llegan para fundar parques solares y eólicos, la multiplicación exponencial de los kilómetros de rutas y autopistas en construcción, el comienzo del plan para que el agua potable y las cloacas lleguen al 85% de la población, la fijación de órdenes jurídicos as hoc para aumentar la productividad en sectores específicos o, directamente, para que una mina de oro completamente nueva –Vaca Muerta- se ponga en marcha definitivamente, los planes para la construcción de viviendas buenas y para incrementar la base del crédito hipotecario a treinta años, aparece la segunda sensación, la de que se está haciendo mucho.

El problema para el gobierno en un año electoral es que las elecciones suelen estar influidas por la superficie y no por la profundidad. Alguna vez mi colega, el periodista Jorge Lanata, dijo que la Argentina iba a empezar a cambiar cuando un gobernante estuviera dispuesto a empezar a hacer cosas cuyo resultado final él no va a ver.

La pequeña condición que impone esa aseveración (con la que ninguno puede dejar de coincidir) y que a muchos puede pasársele por alto, es que, para que un gobernante pueda empezar a hacer cosas cuyo resultado él no va a ver, es que debe estar en el gobierno y para estar en el gobierno debe ganar las elecciones.

Puesto en términos metafóricos, el país cambiará cuando se empiecen a hacer cosas “debajo del suelo” (dragados, obras pluviales, autopistas, puertos, cloacas, agua que puede ser bebida sin temor, aeropuertos, vías férreas) y quien las haga, las pueda hacer porque la gente ve que “arriba del suelo pasa algo” y por eso lo vota...

La Argentina tuvo hasta ahora todos esos parámetros al revés: solo se “hacían” cosas arriba del suelo para seguir ganando elecciones y con ello conservar el poder que enriquecía a una nomenklatura privilegiada, mientras, el pueblo era cada vez más miserable.

El problema con estos escenarios es que, muchas veces, para hacer las cosas que hay que hacer “debajo del suelo” se debe sacrificar el placer inmediato que entregan las cosas de “arriba del suelo”. Es como el service del auto: te gastas una fortuna y, digamos, estéticamente estas igual que antes; para eso hubieras preferido seguir teniendo el placer de manejar y no estar colgado del subte una semana. Pero sin el service es probable que más adelante tuvieras que viajar en subte para siempre.

Aquí se le hizo creer a la gente que el auto podía funcionar sin ir al service de por vida; que todo el conjunto mecánico-electrónico-eléctrico que supone un auto podía disfrutarse hasta el fin de los tiempos sin siquiera cambiar el aceite.

Como el auto efectivamente seguía andando, muchos creyeron la afirmación de la magia. “¿Para qué ir la service si el auto sigue andando...? Yo sigo manejando y votando al que me dice que no pasa nada…”

Pero el auto iba camino a romper la correa de distribución, quedarse sin embrague, fundir el motor por falta de aceite y dejarnos a pie a vuelta de la esquina. Como todo eso finalmente no pasó, cuando cambiamos de mecánico debido a razones de otra índole, y el nuevo nos dijo que teníamos que dejarle el auto quince días para hacerle una chorrera de cosas que ocupaban dos páginas de la “planilla de ingreso a taller”, no lo podíamos creer. “Si yo vine porque me quedabas más cerca de casa… Además el auto anda… Hace algunos ruiditos, pero bueno, anda… Y esto me sale una fortuna y todo para seguir -al menos por ahora- con el mismo auto… Es un troca de guita que ni siquiera voy a ver dónde la pusiste… ¡No…! ¡Yo me vuelvo con el otro mecánico, que me decía que no pasaba nada…!

Y ahí está la Argentina, con un mecánico que está tratando de cambiar el aceite y el filtro, la correa de distribución, el embrague, engrasando la caja, cambiando los discos de los frenos, mientras el dueño va colgado del subte o del metrobus, puteando en arameo, creyendo que está peor que antes y dudando si hizo bien en cambiar de taller.

El mecánico, a su vez, mientras el dueño lo putea por el presupuesto que le pasó y sabiendo que no va a entregar un auto nuevo desde lo estético sino el mismo de antes desde lo visual, tiene que pensar cómo hacer para seguir convenciendo a su nuevo cliente para que se quede con él.

Tendrá que decirle que ahora el auto está puesto en valor, que es seguro, que no lo va a dejar en la calle imprevistamente y que probablemente ahora pueda generar valor agregado con su trabajo, porque cuenta con una herramienta que le permite trabajar; que con ese valor agregado nuevo y con el auto puesto en valor es probable que pueda comprarse un auto mejor, no solo porque pudo seguir trabajando con la productividad que le daba el auto, sino porque el auto reparado vale más que antes.

La superficie y el subsuelo; lo que se ve y lo que no se ve; la inversión en el futuro o el consumo del presente. Esas son las contradicciones que dominan el ánimo argentino. Y no cualquier ánimo: el ánimo que precede a una elecciones que pueden ser un punto de inflexión histórico para las próximas cinco décadas.

Carlos Mira

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