Los diálogos que trascendieron entre Cristina Kirchner y Oscar Parrilli son muy reveladores. Era evidente que los gobiernos kirchneristas habían usado los servicios de inteligencia para espiar y perseguir a políticos, periodistas, empresarios y demás dirigentes que no se plegaran mansamente a sus dictados. Pero escucharlo de sus propios labios es impactante.
Los audios desnudan no solamente ese modus operandi, que incluye el "armado" de causas, según el verbo que la propia ex Presidente empleó, sino algo que resultaba también un secreto a voces: el trato que ella les dispensaba y les sigue dispensando a sus colaboradores. No hemos de reproducir aquí el vulgar e insultante vocativo con que se dirigió a su antiguo secretario general y más tarde jefe de la Secretaría de Inteligencia. Inteligencia, precisamente, es lo que parece negarle a ese sumiso político de Neuquén, aquel que fuera en la década del noventa el miembro informante en la Cámara de Diputados del proyecto de privatización de YPF.
Resulta curioso, además de la confirmación de una metodología tan repugnante a los valores fundamentales de una república, que alguien que se nos aparece como tan torpe, tan anacrónico —su jefa le reprocha que no se entere por internet de las noticias antes de que le lleguen los diarios—, haya sido por un tiempo el pope de la inteligencia argentina. Ya hay material para una versión vernácula de Superagente 86.
Expuestas ante la sociedad de la manera más contundente sus miserias, el kirchnerismo se atrinchera en agitar escenarios apocalípticos. Le ha negado, desde la ausencia de la ex Presidente en la asunción del mando de su sucesor, legitimidad al Gobierno de Cambiemos. Y pretende enlodar a Mauricio Macri de todas las formas posibles. Como ya le es imposible defender su propia decencia, nos quiere hacer creer que corruptos son todos.
El último desatino de esta interminable saga es la supuesta condonación de una deuda del Grupo Macri en el concurso del Correo Argentino. No hay tal perdón. Se le aplicó a esa deuda una quita, plazo de pago e intereses que son similares a los que se otorgan en casos análogos a cualquier empresa. En cualquier caso, el tema tramita en el fuero comercial y será la Cámara respectiva la que deberá resolver si es legal y razonable ese acuerdo. Por eso, es absurda la denuncia penal que, sin ningún fundamento, interpusieron apenas conocida la noticia algunos dirigentes kirchneristas.
La Argentina tiene, luego de muchos años, un gobierno serio y responsable. No está exento de cometer errores, pero no tiene el menor empacho en corregirlos cuando los advierte, pero no se aparta del rumbo de cambio que propuso, fundado en la verdad, en el respeto de la ley, en la mirada puesta en el futuro. Hasta se le reprocha a veces que no conteste las injurias que cotidianamente recibe. Prefiere construir.
Estamos intoxicados de palabras. Llegó la hora de hacer, sin estridencias, sin alardes, pero sin pausas. Los insultos son también una rémora del pasado, ese que a veces emerge en ciertos audios.
Jorge Enríquez
Subsecretario de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires