Para enfrentarse al reto de manipular la identidad humana intuyen que se requiere una habilidad especial, muy cercana a la destreza y la astucia del prestidigitador y se abocan a ella con un cinismo sin igual.
¿Por qué intentar perfeccionarnos con el esfuerzo agotador y la abnegación que exige por naturaleza lo que apetecemos –sugieren-, si tenemos a la mano a quien nos promete algo más rápido y seguro para librar nuestra piel vieja de sus manchas, granos y todo lo demás, comprando una nueva, prefabricada y lista para usar casi al instante?
Ese ha sido el mensaje colectivo ininterrumpido dirigido por décadas a nuestra sociedad por políticos inescrupulosos. Lograr una vía de escape. Sin culpas. Sin que nadie deba hacerse cargo de las pérdidas. Sacando una suerte de nueva tarjeta de crédito del bolsillo, renovando la anterior sin cancelar el saldo pendiente.
Apetecible. ¿No es cierto?
Es una forma de declarar el “yo” fracasado como fraudulento y maloliente, reconociéndolo únicamente como producto de circunstancias incontrolables, para permitirnos ser eternamente felices… ¡por el hecho de que no perdemos la esperanza de serlo!
Ha pasado un año y poco más desde la asunción del nuevo gobierno y Cambiemos procura recorrer el camino inverso al que veníamos (casi una pendiente que nos llevaba cuesta abajo), con lo cual ha debido sortear un primer obstáculo: la inercia fatal que traía su recorrido.
El segundo, tener que convencernos que, inevitablemente, deberíamos enfrentarnos a incomodidades y amarguras desconocidas e inimaginables SIN PODER INVOCAR UNA CLÁUSULA DE REVOCACIÓN, porque su compromiso con el mandato no era ligero, sino válido, por al menos los primeros cuatro años por los que había sido elegido.
Menudo problema para una sociedad donde los lazos y ataduras se ajustaron siempre a nuestra voluntad para aprobar lo que pensábamos era necesario para “vivir bien”, sacándonos de encima cualquier incomodidad que durara más de lo previsto POR NOSOTROS MISMOS.
Stuart Jeffries, redactor y editorialista de The Guardian, ha señalado con preocupación la creciente marea universal de “fobia al compromiso”, que instaló en la sociedad líquida de nuestros tiempos una relación fraterna con todo lo que minimice la exposición al riesgo, por lo que cualquier aceptación a un esfuerzo, solo mueve a extender un cheque de adhesión por una cantidad exigua que limita la confianza del individuo HASTA EL MOMENTO EN QUE, POR LAS RAZONES (¿o sinrazones?) QUE FUESEN, LA SATISFACCIÓN DEL MISMO DESAPAREZCA.
Ante la Asamblea Legislativa, Mauricio Macri dio muestras de haber procesado en su interior la incomodidad que le produjo a su gobierno -¡finalmente!-, el haber tenido que dejar encerrados en un desván los globos de colores al comprender que la sociedad no parece estar totalmente disponible aún para un cambio de rumbo que nos provocará seguramente muchas noches de insomnio todavía para detener los innumerables errores de pasos dados en falso, como así también algunas apuestas equivocadas que nos llevaron a la falta de holgura económica y, finalmente, a una virtual quiebra del Estado.
Con el advenimiento del kirchnerismo, la vida de los argentinos se había convertido en una perpetua búsqueda de gangas que nos produjeran la máxima satisfacción personal, provocando una generalizada sensación de éxito voluntarista basado en una retórica inconsistente, ampliamente aceptada y disfrutada por todos.
Tras degradar y hacer callar virtualmente a todos sus opositores, los peronistas K pretendieron construir sus aciertos alrededor de un pensamiento único de reconocimiento a una felicidad perpetua sin condicionamiento alguno, como forma inexcusable de vida. La consabida muletilla peronista: “el futuro que nos merecemos”. Aunque nadie nos haya explicado jamás las razones por lo que ello debiera ocurrir, aún en el caso en que estuviésemos aletargados descansando panza arriba.
Como un Gran Hermano amplificado, el escenario del que venimos luego de doce años de desgobierno y mentiras está dominado por la ABOLICIÓN DE LAS EXCLUSIONES de aquellos que decidieron “hacer la plancha”.
Lo que ocurrió como consecuencia fue que nos sumergimos en la decadencia y el anonimato -medidos en valores universales-, como producto de una interpretación absolutamente errónea de nuestras responsabilidades éticas fundamentales, que debieran basarse siempre en el esfuerzo ante la adversidad.
Macri –a pesar de los errores que ha cometido y seguramente seguirá cometiendo, nos guste o no-, comienza a contribuir de a poco al sobrevuelo de una vaga sensación generalizada de que el rumbo elegido nos devolverá el reconocimiento de las obligaciones que la naturaleza nos ha asignado como individuos.
Un reconocimiento que debe llevarnos a aceptar que la práctica de una vida virtuosa, digna y decente, es la única herramienta que nos alejará de las molestas pesadillas que nos provocan cantos de sirena como los emitidos por el kirchnerismo durante doce años, con sus promesas de bienaventuranza eterna.
Ahora que todo pasó: ¿quién puede asegurar que le creía verdaderamente a Guillermo Moreno y sus huestes cuando publicaban sus estadísticas “goebbelianas”? ¿Cómo hubiéramos detenido inercialmente la inflación, la falta de inversiones y el aislamiento internacional en el que nos fuimos sumergiendo gradualmente por el camino que veníamos?
Peleados con el mundo civilizado, ¿quién se hubiera constituido en prestamista de último recurso cuando quedásemos empantanados definitivamente?
El Presidente lo está diciendo bien claro: la alternativa a la que nos enfrentamos no es tanto la búsqueda de nuestra propia felicidad centrados en el bienestar propio, sino PREOCUPARNOS POR EL DE LOS DEMÁS.
Quizá el principal de sus errores fue haber apostado con exceso a los globos amarillos como emblema de una alegría por venir, sin enfatizar la irremediable negrura de un duelo colectivo inevitable.
Algunos sociólogos como Jean Kaufmann, indican que pasar de las preocupaciones “centrípetas” a la sabiduría y los beneficios del ímpetu “centrífugo” requiere tiempo, para remover del interior de cada uno de nosotros algunos matices subyacentes de inmadurez conceptual.
Macri parece habernos recordado en su último discurso ante la Asamblea Legislativa que la obediencia a mandatos morales debe ser acometida sin pausa alguna, para lograr la vigencia de una sociedad pujante, que resultará finalmente en interés del propio obediente: una vida ordenada con una relativa certeza sobre el futuro inmediato y la sensación consiguiente de estar yendo hacia “alguna parte”.
Mark Twain dijo alguna vez: “no trates de marchar munido SOLAMENTE de tus ilusiones, porque cuando éstas hayan desaparecido, puedes seguir con vida aún y haber perdido todo interés personal en seguir estando vivo”.
Carlos Berro Madero
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