Las escenografías montadas por el ministro-candidato, y en los hechos presidente de transición, Sergio Massa, exhiben un uso absolutamente irregular de los fondos públicos que maneja a su criterio como virtual cabeza del Poder Ejecutivo.
La eliminación del impuesto a las ganancias que pagan los sueldos más altos de empresas y de una parte de la administración pública, y la devolución parcial del IVA a las compras con tarjeta sueldo de productos de la canasta alimentaria costarán, por caída de la recaudación, más de un billón de pesos hasta fin de año. Pero si ambos se prolongan en el tiempo, proyectando a partir de las cifras actuales, la recaudación del IVA tendría una caída anual de $ 1,25 billones, y por Ganancias otros $ 3 billones.
A esto se agregan el bono de $60.000 para estatales nacionales, los fondos adicionales para los programas sociales y la suba del monto de la tarjeta Alimentar ($1,8 billones hasta fin de año), el dólar soja y el último PreViaje (5). Y, además, hasta fin de año hay vencimientos de deuda por $ 3,5 billones.
Una friolera de dinero del Estado que será financiada con mayor emisión de deuda y de pesos. Es decir, no tardarán en traducirse en un aumento exponencial de la inflación. Vale destacar que las provincias y los municipios soportarán el 57% de la caída de ingresos. Y los planes compensatorios serán aumentos de impuestos que profundizarán la distorsión tributaria que viene incrementándose a lo largo de dos décadas.
La fórmula infalible para alimentar el aumento sostenido y generalizado de precios. El 12,4% de inflación de agosto es un anticipo. Y la decisión de anunciar una tasa de inflación semanal estimada por el Ministerio de Economía, un “déjÓ vu” de aquel Indec militante de Guillermo Moreno, programado para responder a la pregunta: ¿Qué inflación tuvimos?, que el órgano estadístico oficial respondiera, “la que usted quiera, presidente”.
Massa sabe que esos mayores ingresos de los consumidores se volcarán a la búsqueda de dólares o al consumo de bienes nobles. Así lo dijo en un discurso cuando recomendó que “cómprense un autito si quieren ahorrar”. Se olvidó de que, debido a la política de freno a las importaciones aplicadas por su equipo económico los autos son escasos y carísimos.
Este “plan platita”, que incluye envíos extraordinarios del Tesoro a las provincias, podría permitirle al kirchnerismo no quedar fuera del balotaje, si es que lo hay. Pero nada está garantizado. Es una imagen muy repetida con argumentos casi idénticos la que el electorado está viendo. Un electorado cuyos sentimientos más poderosos respecto a su futuro y el del país son “incertidumbre” y “pesimismo”.
La doble función
Sergio Massa muestra como ministro lo que es y lo que puede hacer: hablar con énfasis, hacer anuncios que halaguen el oído y batir todos los récords de inflación en los últimos 30 años.
En esa vorágine, no omite contradicciones. Mientras celebra el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que le evitó un default, como si fuera una hazaña, y comparte el logro con su supuesto adversario Javier Milei, una semana después aplica los peores calificativos contra el organismo financiero internacional, para sacarse el sayo de la inflación. Recurre, otra vez, al "ah, pero Macri, el FMI, la sequía, la pandemia, la guerra en Ucrania…".
En Ucrania, arrasada por la invasión rusa, la inflación acumulada en 2023 es de 2,5%. En nuestro país, solo en agosto de este año fue de 12,4% (15,6% la canasta alimentaria), y acumuló una variación de 80,2% en los primeros ocho meses del año (anualizada llegó a 124,4%).
Aunque está claro que Sergio Massa no es Alberto Fernández, y que Cristina Kirchner ha perdido poder de influencia, es evidente que el ministro sigue mostrando la misma ambigüedad que caracteriza al gobierno al que pertenece. La dinámica de su estrategia es notoria y apabullante. Tal vez demasiado. Él mismo había dicho en febrero que no se puede ser candidato y funcionario. Es que utilizar los fondos del Estado para promocionarse está prohibido por ley. Es delito. Claro que la Argentina es un país al margen de la ley.
La postergación del tratamiento del presupuesto nacional 2024 que pidió amablemente Javier Milei, a lo que Massa aceptó de buen grado, también está prohibida. Es difícil imaginar qué beneficio espera Milei de esa postergación, ya que el presupuesto tiene sus propios tiempos y él no va a poder modificarlo a su gusto ni ahora ni si gana, a partir del 10 de diciembre. A Massa, en cambio, le resulta muy cómodo evitar que se debatan los desbarajustes de la actual gestión mientras él está de campaña. Porque el presupuesto suele ser (casi sin excepciones) un dibujo con datos imprecisos para el futuro, pero no podrá disimular el actual endeudamiento de la administración central, del orden de los US$ 403 mil millones.
En este contexto de campaña oficialista de alto voltaje, Alberto Fernández y el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, protagonizaron el que puede considerarse el primer paro decretado por un Gobierno en ejercicio para que grupos de funcionarios y militantes fueran a los obradores para advertirles que si no votan a Massa se van a quedar sin trabajo. Una caricatura de los caudillos conservadores de un siglo atrás.
La gente sabe a quién va a votar y por qué. La Mesa del Hambre terminó arrasada por su propia fragilidad inicial. Quisieron atribuir la pobreza al gobierno anterior y la pésima gestión económica multiplicó el hambre. No lo dice la oposición: lo informa el Indec (el índice de pobreza de la primera mitad de este año se conocerá el 27 de septiembre).
Ambivalentes
El despliegue de estos días es un recurso desesperado, no solo de un candidato sino de un peronismo que, carente definitivamente de proyectos, se debilita como un mero aparato de poder. La mayor derrota sería que Massa vuelva a salir tercero. Patricia Bullrich aún no insinúa un despliegue equivalente y Javier Milei baila con Massa un minué con aroma a Pimpinela.
El candidato libertario comienza a acomodar su retórica, aunque no logra salir de su visión mesiánica, descalificatoria y sin precisiones. Sueña con ganar y por momentos parece sentirse presidente. Lo cierto es que la realidad no da para mesianismos. La crisis macroeconómica toca las placas tectónicas del sistema productivo, del empleo y de todo el sistema de servicios del Estado. Su promesa de bajar el gasto público en un año del 38% del PBI al 15% suena a cuento de hadas. Su acercamiento con la CGT y su acuerdo con Luis Barrionuevo para que le consiga fiscales, además de los candidatos prestados que consiguió en algunas provincias, parecen anticipar más que una revolución libertaria una nueva metamorfosis del peronismo. Muy nueva: la propuesta de Axel Kicillof de "cambiar la música" y mandar al cajón de los recuerdos a las figuras de Perón, Evita, Néstor y Cristina, además de osada traza una línea divisoria con La Cámpora.
Por ahora, un acuerdo de gobernabilidad entre un Milei triunfador y un Massa opositor con la bendición de Mauricio Macri no parece un absurdo, aunque tampoco es un proyecto muy viable, porque la representatividad real de los tres personajes está por verse.
Si la presidenta fuera Patricia Bullrich la historia podría ser diferente, pero la herencia acumulada durante veinte años, este fin de año será explosiva para cualquiera. De todos modos, no sería de descartar que la "ancha franja del medio" le brindara, al menos, una luna de miel.
Faltan cinco semanas para las elecciones generales. Parece una eternidad, pero serán de vértigo.
Francisco Sotelo