Una consecuencia indeseada de estos ajustes ha sido la elevación preocupante del índice inflacionario, aunque todavía es pronto para estimar si esa variante está fuera de control. Si bien se ha producido el cese de empleados públicos, contratados en los últimos meses del gobierno de Cristina E. Fernández, no existen indicios que avalen la tesis de que estamos ante una caída importante del empleo privado.
La recesión de Brasil, el descenso de los precios del petróleo en Vaca Muerta, la política antiinflacionaria del Banco Central y el aumento de los precios de los servicios públicos pueden provocar algunos cimbronazos en las “pymes” y –lo que es inevitable- malestar en los ciudadanos que reciben las nuevas facturas de electricidad y gas. Pero estamos muy lejos de un escenario de crisis económica.
Sin embargo, para las voces habituales del kirchnerismo, “en estos cinco meses ya se han sentado las bases para una seria crisis económica y social”. Añaden que la supuesta crisis ha sido deliberadamente provocada por el gobierno “neoliberal” para obtener una redistribución regresiva de la riqueza. Según Horacio Verbitsky en Página 12, “el aumento del desempleo y la caída del salario no son efectos colaterales indeseados sino objetivos explícitos de la política económica”.
Este relato que el kirchnerismo intenta imponer, ha sido rápidamente asumido por el sindicalismo, que ha llevado a cabo una manifestación para celebrar el 1° de mayo, “Día de los Trabajadores” en un 29 de abril, lo que no deja de ser una curiosidad internacional. Basada en el número de asistentes, para una exultante CFK, “la Patria salió a la calle”. Parece poco creíble que “la Patria” pueda caber en cuatro cuadras del Paseo Colón, pero lo cierto es que en Argentina todavía hay una parcela de periodistas, sindicalistas y políticos que, en tiempos de Internet y redes sociales, siguen embelesados con “el poder de movilización”, asignando demasiada relevancia al número de personas asistentes a estos encuentros folklóricos que se desvanecen como pompas de jabón, sin dejar huellas, no bien acaba la fiesta.
Por su parte, las bancadas justicialistas se han movido con celeridad para promover una iniciativa de duplicación de las indemnizaciones por despidos “injustificados” que es otra curiosidad, puesto que los despidos que se producen por razones objetivas, vinculadas a caídas en la producción y en las ventas –es decir “justificados”- no encajarían dentro de la norma. Se trata de otra de las tantas ocurrencias jurídicas bastante frecuentes en nuestra cultura política, dirigidas a poner palos en la rueda de nuestro ineficiente capitalismo. Digamos, para tomar consciencia del dislate, que en España, con una grave crisis que llevó el desempleo al nivel del 22 % de la población activa, a ningún partido político se le ocurrió promover una medida semejante.
Otra decisión esotérica provino de un juez kirchnerista que no tuvo mejor idea que prohibir en la Capital Federal “toda actividad comercial de baile con música en vivo o música grabada” para evitar la venta de estupefacientes. Si bien la medida fue rápidamente revocada, no deja de ser curioso el argumento utilizado por el juez, que le ordena al gobierno de la ciudad establecer un protocolo de actuación de sus inspectores, y “someter a su aprobación una readecuación de las plantas de inspección así como un cronograma un plan de acción de corto y mediano plazo”. Es decir que el juez ha sustituido tranquilamente, sin rubor alguno, a la Legislatura de la CABA en la misión que le compete según la Constitución.
Todos estos dislates, que provocarían asombro en cualquier observador extranjero, no están motivados solo por el deseo manifiesto de los kirchneristas de que “al Gobierno le vaya mal”. El profesor Ricardo Forster es absolutamente sincero cuando expresa ese deseo íntimo, y sin duda está convencido, al igual que sus compañeros ideológicos, que el “terrorífico ajuste” provocado por el gobierno es consecuencia de que “hay una disputa en la sociedad, una grieta, que el macrismo ensancha para que aumenten los pobres”.
Tanto el kirchnerismo residual, como el peronismo en su conjunto, el sindicalismo en general y la izquierda anticapitalista, comparten la misma visión ideológica que fue promovida por el marxismo-leninismo en el siglo XIX y por el populismo en el siglo XX. Según esta visión, el mundo asiste desde aquellos tiempos a una lucha perpetua del proletariado contra los capitalistas o del pueblo contra la oligarquía.
En esta visión, más religiosa que política, esta epopeya es ecuménica de modo que toda la realidad es observada a través de unos lentes ideológicos que llevan al convencimiento de que el gobierno de Macri, haga lo que haga, está alineado en el bando del execrable capitalismo neoliberal. Luego, desde esa mirada estrábica, es fácil deducir que “todo encaja con todo”.
Para una inmensa mayoría de ciudadanos esta visión conspirativa de la historia está hoy totalmente desprestigiada gracias a la ayuda invalorable prestada por el presidente venezolano Nicolás Maduro, quien no se cansa en atribuir al “imperialismo” la responsabilidad por un cúmulo de desaciertos y errores no forzados de su propia administración. Sin embargo, pese a la naturaleza ingenua, reduccionista y pueril de este pensamiento, será siempre difícil remover una visión que ostenta el mismo grado de resiliencia de tantos fundamentalismos religiosos que hoy asedian a la modernidad.
Esta es la más pesada herencia que ha recibido este gobierno. Los desórdenes macroeconómicos requieren tiempo, pero son resolubles. En cambio, enfrentar la inercia de un conglomerado de prejuicios anacrónicos pero persistentes, es infinitamente más difícil y arduo. El único aliciente es saber que esa lucha es casi generacional. Afortunadamente, la inmensa mayoría de los millennials son laicos y están vacunados contra estos residuos religiosos del pasado.
Aleardo F. Laría
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