Pero, como suele suceder con los culebrones que los productores quieren prolongar algunos años más hasta que dejen de serles rentables, los autores del relato se aburrieron y comenzaron a insertar episodios cada vez más extravagantes.
Lo que comenzó siendo una historia tierna, la de una pareja entrañable de progresistas patagónicos que tanto amaban a las víctimas de la injusticia que crearon un modelo en que todos, salvo los malos, vivirían felices, se transformó en un dramón truculento, uno lleno de mafiosos y narcotraficantes que, según parece, tenían su cuartel general en la cripta de un convento.
Abrumados por lo que está saliendo a la luz, los kirchneristas más tibios quieren consignar el “proyecto” al pasado. Otros, los del “kirchnerismo residual”, se mantienen en sus trece, pero es de prever que algunos aprovechen los pretextos que están ofreciéndoles los integrantes menos glamorosos del entorno K para romper filas, aseverándose asombrados y doloridos por la evidencia que sigue acumulándose.
Nadie sabe cómo serán los capítulos próximos de esta novela por entregas, pero sorprendería que resultaran ser tan atrapantes como los que acaban de difundirse. Por cierto, a los autores no les será nada fácil inventar un personaje más esperpéntico que el cocainómano José López, el exmandamás de la obra pública que, armado como un guerrillero, quería depositar en las bóvedas de un lugar consagrado a la oración y penitencia algunos millones de dólares y euros mal habidos. ¿Habrá asesinatos? ¿Suicidios? ¿Confesiones que hagan llorar a los adictos a la serie? ¿Más huidas cinematográficas? Todo es posible en el mundo K.
¿Fue inevitable que el relato terminara así? Es una pregunta legítima; siempre hubo motivos para suponer que el desenlace sería a lo mejor tragicómico, pero que podría ser catastrófico para millones de personas. Cuando Néstor y Cristina se trasladaron de su reducto en Río Gallegos a la capital federal, algunos advirtieron que, en el caso de que procuraran gobernar el país como si fuera una versión agrandada de Santa Cruz, las consecuencias serían muy ingratas; en dicha provincia se habían destacado por su desprecio por la ley y por las normas democráticas, además de su amor al dinero.
Los Kirchner no tardaron en dar la razón a quienes se sentían alarmados por su desembarco, acompañados como estaban por una legión de amigos de aspecto rudo resueltos a abrirse camino en la vida, pero, con astucia, lograron tranquilizar a los nerviosos al fingir ser progresistas. Como dijo una vez Néstor: “La izquierda te da fueros”. Es así porque quienes se suponen rebeldes contra el statu quo defenderán automáticamente a cualquiera que jura compartir sus opiniones. No les piden eficiencia u honestidad sino militancia.
Con facilidad llamativa, los Kirchner reclutaron una guardia pretoriana intelectual y farandulera, encabezada por los profesores del grupo Carta Abierta que, con prosa rococó, tratarían de convencernos de que el matrimonio lideraba una revolución de importancia cósmica. Aunque pocos habrán entendido lo que tales pensadores tenían en mente, ayudaron al gobierno al sembrar la noción de que el relato K se basaba en algo mucho más profundo que las ambiciones de una banda de oportunistas cínicos.
Por improbable que pareciera la metamorfosis rapidísima de dos políticos caudillistas en paladines de los derechos humanos, la inclusión social y una revolución populista planetaria, muchos la encontraron verosímil porque esperaban que, por fin, el destino del país estuviera en manos de dirigentes que compartían sus propios prejuicios y les darían los subsidios, o por lo menos la figuración, que creían merecer. Lo mismo podría decirse del respaldo que brindaban al “proyecto” o “modelo” socioeconómico que según los Kirchner serviría para hacer del país un paraíso terrenal; a muchos les interesaba más desafiar a los odiosos “liberales” que manejar bien lo que, al fin y al cabo, es el patrimonio de todos.
Merced al ajuste tremendo instrumentado por los hombres de Eduardo Duhalde, las inversiones que llegaron de la década final del siglo pasado y una coyuntura internacional –el “viento de cola”– insólitamente favorable, por un rato el esquema improvisado por los Kirchner pareció funcionar, pero andando el tiempo las implacables leyes matemáticas empezaron a hacerse sentir. Muerto Néstor, Cristina tuvo que optar entre el relato y la realidad. Luego de probar suerte por un par de semanas con “la sintonía fina”, o sea con un ajuste moderado, eligió aquel.
No sabemos lo que decían en privado Cristina, Axel Kicillof, Julio De Vido y sus colaboradores en los meses que precedieron a la derrota electoral, pero es de suponer que, con la eventual excepción de una jefa proclive a refugiarse en un mundo propio, entendían que la economía se iba a pique. En público afirmaban que todo saldría bien, que sólo los asquerosos ortodoxos se preocupaban por nimiedades como la evaporación de las reservas, el aislamiento internacional, la inflación crónica y la recesión, pero se habrán consolado asegurándose que, gracias a sus esfuerzos, el gobierno siguiente, fuera del malquerido compañero Daniel Scioli o del temible neoliberal Mauricio Macri, pronto se hundiría para que el operativo retorno que ya planeaban se coronara con éxito.
Aun cuando no les gustara mucho la posibilidad de “heredar” un fracaso colectivo tan espeluznante como el venezolano, la necesidad de encubrir lo que para ellos era una forma de financiar la política pero que otros verían como corrupción los habrá persuadido de que, en vista de las alternativas, les sería ventajoso que el país pasara por una etapa de caos fenomenal. Hasta hace apenas un par de meses podían apostar a que la gente siguiera fiel al relato pero, a juzgar por la reacción mayoritaria ante los episodios más recientes, el público está por cambiar de canal con la esperanza de hallar un culebrón que le parezca menos estrambótico que el confeccionado por los amigos del proyecto K.
A los autores no les será nada fácil inventar un personaje más esperpéntico que el cocainómano José López, exmandamás de la obra pública armado como un guerrillero.
¿Habrá asesinatos? ¿Suicidios? ¿Confesiones que hagan llorar a los adictos a la serie? ¿Más huidas cinematográficas? Todo es posible en el mundo K.
James Neilson