Aprovechando los desórdenes que están ocurriendo en un mundo negativamente globalizado que sufre perturbaciones planetarias, se están sumando también ellas a algunas corrientes terroristas del pensamiento.
La sociedad no ha terminado de “acomodarlas” en el lugar que les corresponde (probablemente la cárcel), y pueden continuar así con el daño que infligen a la credibilidad social sobre los órganos de poder del Estado, que parecen alcanzar frente a ellas la dimensión de una comisaría de barrio, donde el encargado de tomar denuncias de los ciudadanos, los recibe bostezando, sugiriéndoles que “no pierdan el tiempo” (sic).
Adam Curtis, un lúcido guionista y productor de series de la BBC, sostiene que “en un momento en el que las grandes ideas han perdido su credibilidad, el miedo a un enemigo fantasma es lo único que les queda a algunos políticos para sostener su poder”.
Sobre todo a los que buscan sembrar la idea de la inutilidad de los regímenes democráticos, sosteniendo que el Estado social ha sido sustituido por un Estado penal represivo, acusando directamente por esto a los elegidos por el voto popular.
Quizá sería interesante contratacar sus andanadas divulgando con pelos y señales lo que el actual gobierno ha debido hacer para desarmar la crisis cultural elefantiásica propiciada por un gobierno kirchnerista absolutamente inmoral que arrasó con todas las normas de convivencia mientras se enriquecía sin disimulo alguno.
Cristina y Hebe avanzan por la vida haciendo y diciendo brutalidades que les permitan mantenerse en la cumbre de un reinado maléfico y disolvente.
Hay muchísima arrogancia en estas dos mujeres envenenadas que invocan una supuesta “honestidad intelectual” (¿) –que las pondría más allá del bien y del mal-, y comparten una ceguera que las remonta hacia un olimpo donde parecen haber fijado su residencia, con un empecinamiento enfermizo que las convierteen acérrimas opositoras de cualquier armonía social.
“Fieles a sus demonios interiores”, como diría el psiquiatra estadounidense Daniel Goleman, no buscan explicaciones objetivas para la realidad, sino que tratan de apuntalar su tambaleante estructura mental, al punto que uno duda, con fundamento, si no estarán irremediablemente desquiciadas y sin retorno posible al mundo normal y corriente.
Ni la una ni la otra son mucho más que dos desbordes purulentos pujando por atraer el interés de quienes comienzan a abandonarlas silenciosamente, cuestionando unas groserías verbales que pretenden contrarrestar las evidencias jurídicas que las condenan por sus tropelías.
Si la justicia no hubiera sido parte del sainete en el que vivimos inmersos, ambas dos estarían con seguridad entre rejas por el mismo motivo: corrupción y asociación ilícita. Los Sauces y compañía, y Sueños Compartidos, se alzan amenazantes en su prontuario con pruebas abundantes de su manifiesta inmoralidad.
Son tan peligrosas y dañinas, que si terminaran finalmente en la cárcel, es muy probable que el Servicio Penitenciario Nacional deba recluirlas en alguna celda aislada lejos de otras reclusas, para que éstas últimas pudiesen resguardar su vida de la cercanía de dos desquiciadas que provocan asombro hasta en los que alguna vez creyeron que encontrarían un faro de luz en sus propuestas.
Mientras tanto, solo nos sirve de consuelo una frase de Albert Camus: “cuando debo soportar el más crudo invierno, trato de recordar que siempre llega detrás de él un verano apacible”.
Carlos Berro Madero
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