Confirmó (más bien hizo confirmar a sus lenguaraces) que no habrá una elección primaria como la que soñaba Florencio Randazzo, en la que ella y él competirían por la primera candidatura bonaerense del Partido Justicialista.
Para eludir ese match, la señora indujo a sus seguidores a un sacrificio mayor: prescindirán del sello justicialista (que es el ámbito en el cual Randazzo ha reclutado sus avales) y se presentarán en una alianza de micropartidos, la mayoría de origen marxistoide, rejunte que se refugia bajo la marca de fantasía “Frente de Unidad Ciudadana”.
Esa ocurrencia táctica le entrega al desafiante Randazzo (y a quienes eventualmente aspiren a competir con él en ese marco: por caso, el intendente de José C. Paz, Mario Ishii) los restos mortales del PJ bonaerense. Eso sí: los apoderados partidarios siguen bajo control de la coalición que obedece a la señora de Kirchner. Randazzo tiene en sus manos un cuchillo sin filo al que le falta el mango.
A cambio de abandonar la identidad justicialista y seguir a la ex Presidente convertida en flautista de Hamelin, los intendentes y cuadros políticos de aquel origen que integran esa columna confían en que ella será candidata, les permitirá participar en la confección de las listas y contribuirá a consolidar situaciones locales en los municipios que ellos controlan. En cualquier caso, esa confianza es un acto de fe: la señora considera que todavía es temprano para hablar de aquellos temas. Recién el 24 de junio (dentro de una semana) habrá que entregar las listas a la Justicia Electoral. “Hay tiempo”, posterga ella.
Aplicando procedimientos cronométricos, la dama sigue aquella máxima militar de Napoleón Bonaparte que indicaba que la mayor virtud de un general reside en cortar la retirada…de las propias tropas. La semana próxima, sean cuales sean las decisiones de la dama, será demasiado tarde para que los eventuales descontentos tengan posibilidad de saltar a otras alternativas.
Con su strip tease de la vestimenta justicialista, la señora divorcia definitivamente sus fuerzas de toda mezcla con la tradición que inauguró Juan Perón más de siete décadas atrás, una máscara que la incomodaba y de la que participó principalmente por la vía de los bienes gananciales que emergieron de su vínculo conyugal con Néstor Kirchner. Ella, producto de la atmósfera ideológica universitaria de los años setenta, tuvo una relación instrumental con la figura de Perón, análoga a la de los grupos entristas que el fundador del justicialismo echó de la Plaza de Mayo.
Librada a sus propios aires después de la muerte de su esposo, la señora de Kirchner se deslizó a reemplazar el poder que aquel ostentaba y a consolidar el cristinismo, una construcción que se pretende recortada y más disciplinada e ideológica que el conglomerado que Néstor Kirchner había conseguido contener. “El cristinismo, fase superior del kirchnerismo”. De Kirchner quedaría el culto (a Él) y la referencia mitológica constante. En términos terrenales, la señora quiere mandar en exclusividad, con la ayuda de sus auxiliares de campo e incondicionales, sin someterse a otra doctrina que sus intuiciones ni a otros límites que su propio arbitrio. Perdido el manejo faccioso del Estado, imagina que esos gestos de decisionismo crepuscular constituyen un rasgo de liderazgo. Sólo parecen serlo para sus protegidos y sus dependientes: siempre hay un roto para un descosido.
La jefatura residual de la señora de Kirchner (que al convertirse en viuda cosechó el 54 por ciento de los votos y hoy celebra cuando le aseguran que conserva la mitad de ese capital) se deshoja aunque cuenta con una ayuda paradójica: el gobierno prefiere (razonablemente) competir con ella antes que con rivales más serios, y sopla en sus velas cuando alienta la polarización. Probablemente el gesto franco de despreciar sus lazos con el PJ contribuya, antes y después de octubre, a activar los intentos de renovación que hoy se vislumbran en el peronismo.
Jorge Raventos