Casi siempre va acompañado, además, de una ridícula vanidad.
Las elecciones del 22 de octubre pasado, han desnudado el show de las pasiones de quienes, sin animarse a manifestar su descontento expreso por los resultados obtenidos (no tienen argumentos de peso para hacerlo), sienten haber sufrido una herida en el corazón por la merma de la idolatría sobre el culto a sí mismos que construyeron y alimentaron entre nosotros durante muchos años.
Una idolatría y un “toque” de jactancia que les hacían sentir que con el chasquido de los dedos de una mano podían movilizar nuestra conciencia en su favor.
Desplazados como Massa, Felipe Solá, Cristina Fernández, Agustín Rossi y muchísimos políticos de “tradición” (los socialistas de Santa Fe por dar un solo ejemplo más), entre otros, han quedado desorientados por haber sido excluidos de preferencias populares a las que se habían acostumbrado, iniciando la consabida y tradicional cantilena de todos los perdidosos en los últimos años: quienes ganaron son, según ellos, emergentes del autoritarismo clasista y neoliberal.
Con una peligrosa e infantil mezcla de liviandad, codicia herida y envidia, se complacerán por un tiempo –como siempre ha ocurrido-, en narrar nuevamente los prodigios y peripecias de sus históricas “hazañas” personales, plagadas, según ellos, de una enorme generosidad personal por haber entregado parte de su vida política al bien común y no haber sido correspondidos finalmente por el voto popular.
¡Vaya impostura!
Se los puede ver –si se quiere-, como reptiles que comienzan a enroscarse a nuestros pies, aguardando el momento oportuno para herirnos con sus picaduras ponzoñosas.
Son los mismos que se forjaron siempre grandes ilusiones sobre el alcance de su predicamento político, sin haber exhibido jamás título de brillo alguno para merecerlo.
“Muchos hombres y mujeres levantan con demasiada facilidad encumbradas torres de Babel, con la insensata esperanza de que la cima podrá tocar el cielo”, dice Jaime Balmes, “pero también les acontece desistir, pusilánimes, hasta de la construcción de una modesta vivienda. Son verdaderos niños que, ora creen poder tocar el cielo con la mano en subiendo a una colina, ora toman por estrellas que brillan a inmensa distancia. Quizá se atreven a más de lo que pueden; PERO A VECES NO PUEDEN PORQUE NO SE ATREVEN”.
Habría que señalarles que además de seguir sus instintos, deberían persuadir a la razón para que acudiese en su socorro con buenos argumentos, que, en su caso, no existen.
Hemos vivido antes de ahora este show de los desplazados, e insensatamente les hemos hecho lugar una y otra vez en nuestras preferencias -creyendo que sus equivocaciones habían sido solo pasajeras-, para terminar aceptando amargamente que nuestro perdón posterior no fue más que un error fatal que nos retornó a idénticas frustraciones.
Deberíamos quizá recitar a coro una frase del recordado actor cinematográfico estadounidense John Wayne: “la vida es dura, pero es más dura aún si eres un estúpido”.
Estos verdaderos “maestros del fracaso”, deberían pensar que ya no es tiempo de lamentarse por lo que han perdido, sino de reflexionar sobre la verdadera esencia de lo que son: emergentes de un país que encumbró durante años a quienes no tenían la menor aptitud para desempeñar cargos públicos en orden a los pobres méritos exhibidos en antecedentes personales, en muchos casos fraguados vergonzosamente.
En ese sentido, la historia del hoy encarcelado Amado Boudou es todo un símbolo de la “inflación cultural” nacida en una época a la que Cambiemos deberá dar fin, restableciendo el mundo de los valores tradicionales de la ética y la eficiencia sobre los que ha venido predicando durante estos años.
Si el actual gobierno se mira a sí mismo en este malhadado espejo del pasado y se detiene frente a él con la severidad suficiente para comprender los matices delas imágenes que éste arroja, logrará evitar, además, que se cuelen en sus filas por la rendija de alguna puerta olvidada nuevos candidatos impresentables.
“Quien ha seguido la historia encuentra en su desarrollo un hilo conductor para comprender los procesos más antiguos y más comunes de todo “saber y conocer”: en uno y otro caso, lo primero que se ha desarrollado son las hipótesis precipitadas, las fabulaciones, la buena y estúpida voluntad de “creer” por la que nuestros sentidos aprenden muy tarde y nunca del todo a SER ÓRGANOS DE CONOCIMIENTO SUTILES, FIELES Y CAUTELOSOS” (Friedrich Nietszche).
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.