Una de las mejores definiciones sobre la materia, son las palabras pronunciadas por el filósofo madrileño José Ortega y Gasset alguna vez, en el sentido que el Estado comienza por ser una obra de imaginación absoluta, por lo que un pueblo es capaz de Estado en la medida en que sepa imaginar. Sin embargo, añadía, hay un límite para la evolución estatal: es el que impone a cualquier imaginación la naturaleza “esencial” de las cosas.
¿Y en qué se basa dicho límite específicamente?
Pues, en el que indica al individuo cuál es la “anatomía secreta de cada instante”, según Ortega, que consiste en respetar “una realidad vital, concreta y cambiante, QUE ES SIEMPRE ÚNICA”.
Esto contradice todos los axiomas en boga que tratan de ignorarla expresamente.
Nuestra sociedad, tan vapuleada por los bandazos políticos de los últimos gobiernos “fundacionales”, ha tratado siempre de interpretar entonces SU propia visión de la realidad y de nada ha servido cavar trincheras de “protección” para no encontrarnos con lo que no quisimos resolver, evitando desesperadamente el hacer frente a lo que “es” por su propia naturaleza.
Algunos gobiernos –en mayor medida los peronistas-, intentaron llegar a la verdad “con las manos ensangrentadas por haber yugulado innumerables lugares comunes” (Ortega), sin distinguir la validez de algunas ideas claras sobre la aceptación de una realidad QUE SIEMPRE TERMINA IMPONIÉNDOSE POR DICHA NATURALEZA ESENCIAL.
Durante años creímos que la cuestión inherente a las virtudes y fortaleza del Estado radicaba en la eliminación de supuestos enemigos “opositores” por medio de un poder que se acumuló mediante trampas que convirtieron la política en una sangrienta cacería humana, semejante a la de un circo romano.
“La realidad que llamamos Estado, no es solo la espontánea convivencia de hombres que la consanguinidad ha unido, porque el Estado comienza cuando se obliga a convivir a grupos nativamente separados. Esta obligación, que no se PROPONE CASUALMENTE A GRUPOS DISPERSOS, llaman a las gentes para que juntas hagan ALGO”, añade el filósofo madrileño.
Quizá estemos percibiendo por primera vez en muchos años una suerte de renovación del “aroma” de estos sabios principios, que parecen encarnarse en algunos de los postulados propuestos por Cambiemos que pretenden hacerlos germinar entre todos, para todos.
El actual gobierno busca instalar claramente los conceptos básicos de una comunidad organizada, para que tomemos conciencia no solo de la figura de un “territorio”, sino de la unidad conceptual necesaria para sentar en él bases definitivas que permitan establecer fronteras “reversibles” entre los diversos intereses sociales de los ciudadanos, sin que unos se aprovechen de otros por la fuerza de su condición económica o social.
Se ha probado que cuando dichas fronteras implican una división “interior” de intereses particulares atomizados por miles de propuestas diferentes que pujan por su prevalencia, se termina deshilachando el tejido de un lenguaje común y la nación entera termina derrumbándose sobre sí misma.
Eso es lo que ha ocurrido en nuestro país, hasta sumirnos en una guerra sin cuartel que nos ha dejado al borde de un abismo.
“El hombre en todas las condiciones sociales, en todas las circunstancias de la vida, es siempre hombre”, nos recuerda Jaime Balmes, “es decir, una cosa muy pequeña”.
“Poco conocedor de sí mismo, sin formarse por lo común ideas bastante claras, ni de la cualidad y alcance de sus fuerzas; creyéndose a veces más poderoso de lo que es en realidad, SE ENCUENTRA CON MUCHA FRECUENCIA DUDOSO, PERPLEJO, SIN SABER NI ADONDE VA, NI ADONDE HA DE IR”.
“Para él es a menudo un misterio qué es lo que le conviene; de tal manera que la vacilación sobre sus fuerzas aumenta con las dudas sostenidas por sus propios intereses personales”.
Ojalá Cambiemos encuentre una buena recepción popular a sus genuinos deseos de renovar el concepto de un Estado que sea proporcional al tutelaje “razonable” de los intereses de TODA la comunidad, lo que no es una cuestión de tamaño, sino de proporción.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
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