La actividad sindical en la Argentina está sumergida en una larga noche desde el golpe militar de 1943 cuando el entonces coronel Perón la convirtió en un instrumento para la conquista del poder. Desde ese momento se creó una casta de dirigentes que sirvió al peronismo en sus distintas etapas, resistió con éxito cualquier intento de renovación salvo el de la biología y se corrompió de una manera ostentosa.
74 años después los líderes de gremios poderosos son en buena parte empresarios, poseen patrimonios imposibles de justificar y cobran "peajes" en las actividades que controlan, hecho denunciado por investigaciones judiciales en curso. La reivindicación de los intereses de los trabajadores pasó a ser para ellos una tarea complementaria.
El modelo sindical vigente fue en sus inicios inspirado por la "Carta del Lavoro" fascista, que ya cuenta con 90 años de antigüedad y cuyo objetivo histórico fue mitigar los conflictos entre el capital y el trabajo mediante la intervención del Estado. Su finalidad era crear un modelo corporativo para neutralizar al comunismo.
El capitalismo se transformó, la economía se transformó, el trabajo se transformó, el comunismo desapareció, el poder militar en la Argentina fue derrotado. Hasta el papel del Estado en la economía se transformó vertiginosamente durante las últimas siete décadas. Lo único que sigue incólume es el sindicalismo nativo.
Durante ese extenso lapso los gremialistas tuvieron su principal razón de ser en la lucha a veces sangrienta entre facciones peronistas. En ella cumplieron un papel histórico y constituyeron la pieza decisiva de la partida que se jugó entre 1955 y 1973. Si bien algunos dirigentes intentaron crear un "peronismo sin Perón" como Vandor, una importante mayoría apoyó al fundador del movimiento, promovió su retorno y hostilizó a todos los gobiernos civiles y militares del período.
Después de la muerte de Perón los sindicalistas pasaron a desempeñar un papel protagónico en el gobierno de su viuda. Combatieron contra la guerrilla montonera y de izquierda y hasta aportaron ministros de economía. Cuando ese régimen delirante se derrumbó algunos fugaron como el célebre Casildo Herreras; otros terminaron presos.
Desde 1983 el sindical es el único ámbito de la vida civil en el que la democracia no pudo ingresar. Raúl Alfonsín hizo un intento con ese objetivo, pero fracasó en el Senado. Hoy otro gobierno no peronista lo tiene como adversario, pero en circunstancias diferentes. Primero, porque está formado por empresarios que conocen en detalle a quienes tienen en frente. Segundo, porque no lo ciega la ideología. Tercero, porque la corrupción sindical alcanzó niveles grotescos, destruyendo cualquier posibilidad de solidaridad social. Sólo "la Cámpora" puede animarse a salir públicamente en su defensa. Cuarto, porque la Justicia ahora lo investiga sin ataduras.
Así, las condiciones parecen dadas para una transformación que aleje a los sindicatos de actividades gangsteriles. Que los saque de la noche que ya dura más de 70 años y los enfoque en su función específica: la defensa de los trabajadores. El peronismo, sin cuyo aporte ese cambio es impensable, debe definir ahora si le conviene tenerlos de aliados y protegerlos como en tiempos de Alfonsín.
Sergio Crivelli
Twitter:@CrivelliSergio