“Separar y mantener a distancia, se ha convertido en la estrategia habitual de la lucha urbana por la supervivencia”, advirtió alguna vez Zygmunt Bauman.
En efecto, debido a una explosión demográfica fenomenal, aquellos que residen en periferias suburbanas menos favorecidas y sin medios de subsistencia suficiente, cuentan con una pésima prestación de servicios públicos y educativos, “ojeando” con desconfianza las zonas más acogedoras y saludables en las que viven las clases medias y altas acomodadas.
A partir de allí, ambas partes se ven, la una a la otra, como amenazas para su seguridad y progreso personal respectivamente, desconectando así la posibilidad de que la sociedad en su conjunto –por razones “emocionales” negativas-, logre el desarrollo de ambas áreas de manera equitativa.
Los sociólogos Graham y Marvin añaden que la existencia de zonas y espacios mejor conectados “estéticamente” con el paisaje urbano, con la posibilidad adicional de que sus moradores puedan comunicarse con cierta facilidad con el mundo internacional “distante”, acentúa su desconexión con los habitantes de los barrios periféricos aludidos y sus cordones de miseria.
Al individuo que vive en un barrio cerrado o bajo control policial “activo”, le resulta muy difícil consustanciarse así con las necesidades de quienes le rodean - prácticamente hacinados en viviendas generalmente muy precarias-, favoreciendo una sensación de vivir en un mundo “étnicamente” diferente, que lo lleva a desconocer a su vecino más pobre próximo como un semejante.
Muchos políticos astutos han construido su carrera profesional manifestando una firme determinación para “urbanizar” las barriadas marginales en caso de ser electos, pero –siempre hay un pero-, HAN SEGUIDO MANTENIENDO LAS MURALLAS CULTURALES QUE LAS SEPARAN DEL RESTO DE LAS COMUNIDADES QUE PODRÍAMOS DENOMINAR “SUPERIORES”, EN SU PROPIO BENEFICIO PERSONAL.
Ha aumentado así la sensación de que existe un “afuera” y un “adentro” en el mapa de los territorios ocupados, al punto que ambos lados hablan hoy idiomas diferentes, se visten de distinta manera y consumen otros bienes, porque su realidad económica determina preferencias muy diversas.
La separación de ciertas “clases superiores”, que tienen una vinculación muy débil con los sitios próximos a su lugar de residencia dentro del espacio urbano, ha vaciado el compromiso “emocional” de sus integrantes respecto de quienes han quedado lejos del progreso social y cultural, obligados a vivir en un medio con otra realidad, debido a ciertas necesidades acuciantes para subsistir.
Visto este escenario, llama la atención que la prensa, los medios audiovisuales y la opinión pública en general, sigan hablando de supuestas “grietas” ideológicas, donde no hay más que riqueza de un lado y pobreza del otro, para decirlo con términos más simples, lo que se ha acentuado en los últimos tiempos por cuestiones que tienen que ver con la naturaleza humana, ya que la gente que vive en un nivel superior persigue una urbanización “segregada”, en vez de “integrar” los dos mundos ya señalados.
De eso se trata pues el problema, y hacia allí deberían apuntar todas las políticas públicas sin perder más tiempo, mejorando la calidad y acceso a la educación, la salud y los servicios esenciales para los más desfavorecidos.
Las elites deberían contribuir al mismo tiempo a poner orden en la sociedad, abandonando su casi agresivo sentido de “identidad propia”, cuando le dicen a los demás algo así como: ”mira lo que he logrado con mi esfuerzo. ¿Y tú? ¿Qué haces de tu vida? ¿Por qué tratas de interferir con la mía atacando mi seguridad y mi confort? ¿Por qué debo compartir el fruto de mi esfuerzo contigo?”.
Bauman señalaba con preocupación que la acción política actual se circunscribe, equivocadamente, a dejar “amarrados al suelo” a los carecientes, limitando sus problemas al área local mediante discutibles programas de urbanización, lo que solamente ha favorecido el poder de funcionarios que operan en el espacio urbano sin control, acentuando su lejanía con el poder político central y reivindicando una federalización mal entendida, que termina favoreciendo corruptelas de todo tipo.
Así es que la próxima vez que le hablen de la tan mentada “grieta” respecto de kirchneristas supuestamente progresistas y liberales desarrollistas, o cualquier otra división ideológica de la sociedad, recuerde que el dilema de la fractura sigue siendo, lamentablemente, la barrera que aumenta entre ricos y pobres sin que nadie haga algo al respecto desde la política EN FORMA EFECTIVA.
Finalmente, nos retumba el eco de unas palabras de Ortega: “El destino no consiste en aquello que tenemos ganas de hacer; más bien se reconoce y muestra su claro y riguroso perfil en la conciencia de TENER QUE HACER LO QUE NO TENEMOS GANAS”.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
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