Poco sabemos en realidad de gente que no conocemos en profundidad, y de nada nos sirve andar endilgándoles virtudes o defectos, útiles para conocer su capacidad para superar los obstáculos que impidan el buen desempeño de sus tareas. Hoy día, y a primera vista, se tiene la impresión de que una gran mayoría parece estar presa de una cobardía que les impide afrontar los riesgos que provienen “del grito interior de su conciencia”.
Sobre todo en nuestro tan controvertido fuero federal.
Sus integrantes están demostrando ser víctimas de “aires” que ingresan a través de ventanas abiertas por las que parecen penetrar los espectros de ciertas deformaciones de la política, que los ha enredado en una historia de amaneceres despavoridos y los hace víctimas del malestar que les está creando no haber cerrado a tiempo “la maldita puerta de acceso a la verdad” (sic).
Años de ambivalencia e intereses mezquinos, parecen estar provocando trifulcas intestinas entre quienes, como ellos, sienten que ha llegado el tiempo en el que deberán elegir, de una buena vez, entre el aullido de un malandrín dedicado a tergiversar textos jurídicos que debería aplicar “sine qua non”, o la valentía de aquel que irrumpe en una sociedad para demostrar que tiene un auténtico compromiso con la verdad.
Es absolutamente necesario que ciertas imprudencias cometidas por prejuicios “comprometidos”, no los estén alejando de las tentaciones de “envolverse” entre los pliegues del poder político de turno, olvidando que aquellos que, como ellos, tienen en sus manos asuntos de interés “sensible” para la sociedad, resultan ser siempre candidatos sospechados de prestarse a intereses particulares, sufriendo por tal motivo el descrédito y la repulsa popular.
Ello no debe impedir que la lucha por el derecho y la justicia sometida a sus designios quede eximida de la obligación de luchar siempre por desarrollar procesos “limpios” de toda influencia inmoral.
Porque el mencionado descrédito ha ocurrido siempre a través de la historia, acusándose a muchos magistrados –la mar de veces en forma totalmente arbitraria- de ocupar “posiciones ventajosas” para decidir sobre testimonios y probanzas respecto del conocimiento y la verdad de los asuntos sometidos a su arbitrio profesional.
Los jueces y fiscales de la nación viven como nosotros en el mismo tiempo en el que ocurren algunos acontecimientos conflictivos; pero a diferencia nuestra, tienen medios idóneos para evitar errores a los que puedan ser llevados por relaciones y testimonios falsos, ya que poseen acceso a ciertas investigaciones específicas y la discreción que les presta su investidura, que les son útiles para aclarar los pormenores de la verdad, contribuyendo de tal manera a una armonía social satisfactoria.
Deberían demostrarnos además que saben bien que la verdad y la veracidad son cosas muy diferentes, porque la verdad ES LA CONFORMIDAD DEL JUICIO CON UN ASUNTO DETERMINADO y la veracidad ES LA CONFORMIDAD DE LA PALABRA CON EL PENSAMIENTO. Y son ellos quienes tienen en sus manos la posibilidad de saber si existe una verdad porque hay conformidad en el sentido indicado, o la misma responde solamente a quienes creen que es así, TRATANDO DE IMPONER SU PROPIO JUICIO.
“La verdad es a la veracidad lo que el error a la mentira. Son cosas enteramente distintas: la una puede estar sin la otra. Y es en ese terreno tan estrecho que debe manejarse la justicia” (Jaime Balmes).
Según el concepto hegeliano, ningún derecho perfecto y bien formado, jamás ha venido, ni vendrá al mundo por virtud mágica. Solo es válido aquel que se vea rodeado por la conciencia de su legitimidad, como resultado de los diversos contrastes y antagonismos de principios que están contemplados en el seno de la ley.
Ha sido demostrado a través de la historia, mediante la abundancia de casos ocurridos, que en las sociedades donde los individuos no reciben un trato solícito con sus derechos por parte de magistrados probos, el Estado mismo es reducido a la impotencia y la incapacidad de llevar a la práctica sus fines.
El ilustre jurista alemán Rudolf von Ihering señalaba que “quien en las relaciones del derecho público desea que exista en verdad un poderoso sentimiento jurídico, debe conceder a este sentimiento campo y comodidad PARA DESENVOLVERSE TAMBIÉN EN LAS RELACIONES DE LA VIDA PRIVADA, porque las dos cosas están íntimamente ligadas”.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
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