Según el concepto clásico del socialismo, este debe propender siempre a “ligar” fuertemente a la clase proletaria de un país con todos los trabajadores de las demás naciones.
Marx había señalado en su tiempo que “los proletarios, tienen los mismos e idénticos intereses en todos los países y el mismo e idéntico enemigo; los aguarda la misma e idéntica lucha y la mayor parte de los mismos carecen por naturaleza de prejuicios nacionales”.
Esto explica que la clase considerada como esencia de un socialismo “puro” - que cada tanto es relegada conceptualmente durante un tiempo por un capitalismo “cambalache”-, comenzara a pisar el acelerador a fines del siglo pasado tratando de extenderse para construir un sistema de alianzas solidarias que le permitiese acceder al poder, utilizando los mecanismos legales de la democracia con un nuevo nombre: “progresismo”.
En América Latina, Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Perú, Ecuador y hasta Argentina misma, comenzaron a unir en forma horizontal los intereses de “clase” ante el fracaso de un falso capitalismo que cultivó aperturas comerciales monopólicas -que hubieran escandalizado a Hayek y von Mises-, para establecer la dictadura de un “mercado” que jamás existió como tal, en donde los “amigos” del poder se hicieron dueños de las mayores empresas productoras de bienes y servicios merced a prebendas que favorecieron corruptelas inadmisibles.
Las pruebas de solidaridad proletaria se habían visto representadas durante la guerra de intervención en Rusia (1918-1920); la lucha del fascismo de los años 30; el apoyo a la España republicana (1936-1939) y los movimientos de resistencia ocurridos durante la segunda guerra mundial.
Pero desde la estrepitosa caída del muro de Berlín, Europa consiguió neutralizar en parte la influencia del socialismo de inspiración soviética, modernizando sus Estados y exponiendo a la luz las mentiras de una ideología que solamente lucha por desarrollar una nueva “casta” social, que aspira a tener los mismos privilegios de aquellos a quienes intentó siempre derrumbar.
Hoy está a la vista cómo muchos pequeños burgueses se infiltran con marcado oportunismo en nuestro continente, acusando a los poderes centrales de haber postergado los intereses obreros y proponiendo pequeñas reformas QUE NO SE ALEJAN CONCEPTUALMENTE DE LAS PRACTICADAS POR EL CAPITALISMO PREBENDARIO QUE PRETENDEN SUSTITUIR.
La diferencia consiste en que se ha desarrollado con ellos un peligroso nacionalismo que ha desviado al trabajador de su conciencia de “clase internacionalista” para convertirlo en un furioso xenófobo, cuyo único objetivo consiste en luchar para que sobrevenga el aislamiento de su país a través del cierre de fronteras comerciales con sus vecinos.
Algo que el difunto e inefable Aldo Ferrer denominaba en su tiempo como “vivir con lo nuestro”. Un disparate conceptual que favoreció el desarrollo de estos grupos de acción económica y social QUE SIEMPRE DEFENDIERON INTERESES PARTICULARES AISLADOS.
Como consecuencia, se ha visto el crecimiento de una conciencia sindicalista autóctona, que lucha para configurar partidos políticos “nuevos” (¿) que permitan avanzar en la supuesta “liberación” de la clase trabajadora, mediante una doctrina que aspira a transformaciones en donde solo campea la palabra “explotación” como apotegma estrella de un discurso vacuo.
El nuevo movimiento recluta a los resentidos, los pobres y los desplazados, con la promesa de identificarlos con un PARTIDO DE NUEVO TIPO. Es decir, aquél que en el concepto clásico del marxismo vendría a llenar “la misión histórica universal de la clase obrera” (sic).
Una lucha que exhibe, irónicamente, un dogmatismo estático que pasa por alto todas las transformaciones ocurridas en el último siglo, QUE HAN CAMBIADO TOTALMENTE LAS CARACTERÍSTICAS DE UNA CLASE QUE, EN MAYOR O MENOR MEDIDA, HA ACCEDIDO AL STATUS DE PEQUEÑA BURGUESÍA.
Esta supuesta clase proletaria posmoderna, mal llamada “progresista”, ha abandonado hoy la antigua solidaridad internacional, subordinándose a los intereses NACIONALES propiciando el cierre de fronteras ya aludido, poniendo piedras en el camino de los bloques clásicos de integración interregional, para reemplazarlos por otros donde se habla exclusivamente de “dependencia”, “imperialismo”, “explotación” “indignidad” y otras lindezas por el estilo.
Contradiciendo las tesis de Marx y Engels sobre la significación y características de la clase obrera, postulan cambios que privilegian el aislamiento para poner en jaque cualquier integración que pueda significar un peligro para los “intereses nacionales”, un vago eufemismo que solo apunta a consolidar los principios marxistas de la revolución permanente, mediante los cuales los nuevos jerarcas de un régimen político se enriquecen con el mismo desprejuicio con que lo hacen los empresarios prebendarios del falso capitalismo, sometiendo ambos al ciudadano del común a una vida de miseria y frustración.
Convendría recordar que en la tesis de la ideología socialista original se subraya una y otra vez que la revolución universal se supone como “un fenómeno histórico regular; una ley inexorable de la revolución social, indefectible e inevitable, independientemente de las formas que se empleen para arribar al poder” (Karl Marx).
Por lo expuesto brevemente hasta aquí, decimos en voz alta entonces: ¿socialismo renovado? ¿Progresismo? ¡Las pelucas! El mismo de siempre; lo que debería recordarnos que todo mentiroso suele ser siempre pródigo en juramentos basados sobre promesas que jamás cumplirá.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
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