Martes, 21 Agosto 2018 21:00

Entre hipótesis y hallazgos

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Hace pocas horas, Cristina Fernández rompió el silencio que se había autoimpuesto ante la “quebradura” de López (“Josecito” para los íntimos), que aceptó ampliar su declaración personal y darle una mano de “asfalto” adicional a los Kirchner, al igual que Uberti.

 

La flecha del tiempo comienza a perforar la coraza de la sabelotodo que nos agotó durante años con sus opiniones sobre el mundo y sus circunstancias, verificando que su poder consistió en una inmensa montaña de sal que se ha desmoronado en contacto con el agua.

Los enigmas del “cuadernogate” se van despejando poco a poco y sospechamos que Bonadío y Stornelli deben tener en sus manos jugosas probanzas que en algún momento saldrán a la luz.

Los empresarios a los que se les hizo conocer las bondades del alojamiento “cero estrellas” de Ezeiza, juzgaron que las frazadas con olor a humedad y los inodoros “a la turca” de los calabozos en que los encerraron no se parecían ni remotamente a las cadenas Hilton ó Sheraton en las que se alojaban en sus viajes.

Tampoco les debe haber gustado lavar su ropa interior exhibiendo por algunos instantes las rosetas parduzcas de sus calzoncillos frente a sus compañeros, así es que deben haberse dicho: “por la patria” (¿), “por la familia” y “por la vuelta de Simmons y sus colchones confortables, es menester que nos vayamos de aquí cuanto antes”.

Han demostrado todos, la miseria descarnada de la naturaleza humana y de qué modo algunos individuos cacarean cuando se visten con sus trajes Armani y sus almidonadas camisas blancas Polo, y se convierten en émulos de algunos exploradores novatos de cacería que comienzan a temblar el día que ven por primera vez a un león en carne y hueso.

¡Pensar que hemos que hemos estado en manos de corruptos débiles y despreciables que nos hablaron durante años de las bondades del desarrollo mientras repartían sus coimas con los funcionarios de turno!

Se han acumulado las suciedades más inimaginables, echando al aire el perfume maloliente de sus materias descompuestas y se han alineado a nuestra vista con la armonía severa de un conjunto de pseudo moribundos a quienes hemos visto frente a cuatro paredes peladas esperando acogerse a un perdón que les permitiese volver a disfrutar de la confortable calefacción de sus hogares.

Existen algunas formas atenuadas de la filosofía de una verdadera tragedia, pero todas ellas constituyen un orden inexorable y desesperado: tener que reconocer al fin que el premio es la derrota y el castigo inevitable. Son los momentos en que muchos individuos quedan solos, sin protección alguna, sin puntos de referencia, sin arquetipos que reivindicar: SOLOS FRENTE A LA PÉRDIDA DE SÍ MISMOS, como decía Víctor Massuh.

Las próximas cuestiones a resolver se vinculan con la capacidad de nuestra sociedad para construir una barrera de anticuerpos que impida que se nos rían en la cara en el futuro y terminar con todas las prebendas de políticos, sindicalistas y empresarios que hablan como dioses y se comportan como truhanes de poca monta.

“Durante largo tiempo”, sostenía Massuh, “hemos vivido a nuestro modo en el orden de la tragedia, considerando que los males que sufríamos eran inevitables y recurrentes. Parecían condenas casi divinas contra las cuales nada podría la voluntad nacional: regímenes autoritarios, paternalismos carismáticos, regulaciones excesivas que debilitaban la espontaneidad creadora, hipertrofia del Estado, enmohecimiento de la iniciativa privada, poder opresivo de las corporaciones, escepticismo en la fuerza de la mente PARA CAMBIAR EL SIGNO DE LA FATALIDAD ARGENTINA”.

¡Qué buena síntesis!

Y añade el filósofo mencionado: “la comunidad alcanza su madurez cuando preserva en su interior UN ESPACIO SAGRADO donde el individuo es dueño de sí mismo, el legislador de su propia ley, el artesano de su subjetividad, el constructor o el destructor de su alma, el legítimo intérprete del sentido de su propia existencia”.

De lo que se trata ahora no es de analizar la buena o mala letra de Centeno en sus cuadernos (Carlotto dixit), ni si las coimas eran de mil millones de dólares o euros, o de cientos de ellos. Lo que está claro es que hemos vivido demasiado tiempo haciendo la “vista gorda” frente a hechos que han terminado esclerosando nuestra capacidad de asombro.

De este pantano pegajoso solo se sale, PARA BIEN, con un verdadero acto de contrición colectiva, haciendo tronar el escarmiento sobre los corruptos, porque como ha dicho en estos días el periodista Andrés Oppenheimer al visitarnos, “si éste no es el final de Cristina, Argentina se merece lo peor”.

A buen entendedor, pocas palabras.

Carlos Berro Madero
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