Lunes, 27 Agosto 2018 21:00

El narcisismo enfermizo de Cristina

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Una característica de los narcisistas es su extrema vanidad; tanto, que cuando se los minusvalora, responden siempre irritados y con una fuerte dosis de agresividad. Estas características han sido una constante en la vida política y social de nuestra autóctona “abogada exitosa” (Cristina dixit).

 

Ciertas afirmaciones de superioridad “pueden llegar a ser de escándalo y producen una mezcla de sorpresa y rechazo en los que observan sus actitudes” (Enrique Rojas, Depto. de Psiquiatría, Universidad Complutense de Madrid).

Se sitúa el origen del narcisismo “en las críticas excesivas, el desprecio o el abandono sufrido durante la infancia y la pubertad de algunos individuos” (siempre Rojas).

Los que han leído la historia de la infancia de Cristina Fernández deberían prestar atención a este detalle, porque la extrema modestia de su origen social, sumada a la incertidumbre sobre la efectiva paternidad del colectivero Fernández y las extravagancias e ínfulas de su madre, conocidas por los vecinos y compañeros de trabajo, deben haber sido un punto de partida importante para que su vida se convirtiese en la retroalimentación de una creciente paranoia.

Debemos tener en cuenta que el narcisista es un paciente muy difícil de tratar, como señalan los psiquiatras clínicos, y por ello su vida evolutiva suele ser de PRONÓSTICO RESERVADO.

Un patológico miedo instintivo por una evaluación negativa y descalificadora de parte de los demás, ha llevado a la señora Fernández a eludir siempre las relaciones afectivas en general (salvo el caso de sus dos hijos), afectando severamente una conducta que la muestra como una persona totalmente ausente de la realidad, proclive a desarrollar en su mente la “pintura” de un mundo imaginario, donde solo cabe el valor de su excelsa sabiduría (¿).

Su lenguaje, acompañado por mohines inexplicables que van apareciendo en forma descoordinada con lo que ocurre a su alrededor, provocan sorpresa en las personas que la tratan, convirtiéndose en una verdadera sinfonía de mensajes faciales, muchas veces de difícil comprensión.

Grandes analistas como Karl Menninger y Kurt Schneider, señalan las características auto referenciales constantes de estos enfermos, como así también los síntomas hiperestésicos de una sensibilidad extrema, QUE LOS LLEVA A COMPARARSE CON LOS DEMÁS EN FORMA CONSTANTE Y OBSESIVA.

El mini discurso de Cristina en la Cámara de Senadores al pretender imponer condicionamientos respecto del allanamiento a sus domicilios en la Capital Federal, Río Gallegos y El Calafate solicitados por el Juez Bonadío, ha resultado una pieza oratoria más propia de un ama de casa eventualmente engañada por algún vendedor domiciliario de alimentos en mal estado de conservación, mezclada con un lamento por las razones por las cuales se la estaría sometiendo a escarnio. En este caso, a través de una investigación en curso para determinar si fue o no la jefa de una asociación ilícita para perjudicar al Estado.

Los reyes y los dioses del Olimpo, no deben ser denigrados jamás (ella cree pertenecer a estas dinastías), por cuestiones que afecten los contenidos cuasi religiosos de su marcha hacia el logro de tareas dirigidas a “iluminar” la vida de los demás; lo que debería hacerla acreedora, en su concepto, a una adoración incondicional de la sociedad, sin distinción de clases ni banderías políticas.

Lo que la ex mandataria no entiende es la sospecha de la justicia -con numerosas pruebas habidas en diversos expedientes-, acerca de que fue en realidad la jefa de una banda de ladrones de guante blanco. Y que algunos magistrados, que parecen haber despertado de su letargo, intentan probar delitos que merecen el castigo para quienes delinquen, a fin de que una sociedad descreída advierta que ha terminado finalmente la impunidad para los criminales y los corruptos.

El carácter de una persona es parte de la PERSONALIDAD ADQUIRIDA, que se va fraguando a lo largo de la vida. El temperamento es la PARTE HEREDADA. En el primer caso, los orígenes y vicisitudes de una historia plagada de vaivenes poco estimulantes para la hoy senadora, se complementan con rasgos que se conocen de su madre, una sindicalista belicosa por vocación y con una vida personal mediocre (empleada de la mesa de entradas de un ministerio) y fluctuante, de la que no se conocen grandes amores ni amistades íntimas.

En Cristina puede comprobarse, al analizar su vida (signada por una carrera desesperada para acceder a la alta sociedad platense a la que no pertenecía y siempre la rechazó), se comprueba que no pudo alcanzar nunca un buen equilibrio afectivo. Emociones primarias, súbitas, bruscas y de escaso control personal marcaron sus años escolares, sus primeros noviazgos y el matrimonio con Néstor Kirchner, un hombre intenso que carecía de dominio de sí mismo y se lo hacía sentir en forma corporal, según dicen.

Ambos dos compusieron a la perfección una pareja cuasi teatral, de gran inmadurez psicológica y CON UNA AMBICIÓN COLOSAL. El ejercicio de la autoridad para ellos estuvo siempre ligado al temor y el mal trato que propinaron a quienes fueron sus colaboradores.

Muchos de ellos lo han relatado ante la justicia con mucho detalle.

Se podrían llenar muchas páginas más con la vida de una pobre mujer que llegó a tener todo en sus manos para ser feliz y solo está llegando al final de su historia política exhibiendo el rencor que anima a quien siente que nada es suficiente para premiar sus dotes de mujer excepcional (¿).

Difícil decir mucho más de ella. Solo afirmar que es hoy lo que se considera una persona delirante. Cuando hace quince años comenzamos a escribir algunos artículos sobre sus patologías -luego de diversas consultas profesionales y bibliografías específicas-, hubo quienes decían que exagerábamos. Hoy ha podido comprobarse que quizá nos quedamos cortos, porque a las mismas habría que sumar, por las probanzas habidas en los últimos tiempos, el hecho de haberse convertido con los años en una mitómana bastante deshonesta.

Sus seguidores y quienes necesitan más pruebas de lo que decimos frente a evidencias que van apareciendo como una catarata, parecen sufrir en relación con ella un verdadero síndrome de Estocolmo.

Como ya hemos señalado hace unos días, sería bueno para el futuro de nuestro país y el recobro de la salud mental de algunos extraviados que creen verla como una “faraona egipcia” posmoderna, que pudiéramos terminar cuanto antes con esta “saga” de su vida, más propia de las cuentos de “Las Mil y Una Noches”.

A buen entendedor, pocas palabras.

Carlos Berro Madero
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