Lunes, 01 Octubre 2018 21:00

Quienes votan no suelen expresar sus preferencias antes de tiempo

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Hace mucho rato que las encuestas de opinión pública vienen sufriendo la erosión que les produce el impacto mediático de las redes sociales.

 

En efecto, la gente ha comenzado a comunicarse de otra manera -muchas veces a través de seudónimos o nombres falsos-, para expresar opiniones sobre los hechos que afectan al mundo de la política y sus protagonistas cambian a gran velocidad el rumbo de sus deseos personales al ritmo de las emociones de cada momento, porque suele observarse, como dice Jean Revel, que “el hombre normal no busca la verdad sino después de haber agotado todas las demás posibilidades”.

Esto no es óbice para que muchos profesionales de la información echen a rodar grados de “temperatura” sobre una supuesta realidad “firme” que no existe, utilizando aseveraciones de contenido eminentemente condicional y bastante críptico: “si sucediera… (esto o aquello), “si se presentara como candidato…(mengano o zutano contra perengano)”, etc.

¿Cuál es el resultado? Que la sociedad termina hablando de hechos que no han tenido lugar, representados por análisis “de campo” que responden a planteos equívocos, que no alcanzan a distinguir las distintas inflexiones habidas en los interrogatorios conducidos por “trabajos de campo”(¿), de muy dudoso valor.

El resultado de estos supuestos sondeos “académicos” (¿) terminan reflejando de tal modo un conocimiento inútil que solo refleja “las acrobacias verbales que, a fuerza de monotonía en lo inverosímil, engañan cada día a menos gente, porque los que recogen la información parecen tener como preocupación dominante el falsificarla y los que la reciben de eludirla” como añade Revel.

Se construyen así edificios endebles de supuesta “opinión certificada” (¿) que suelen alejarse de la verdadera temperatura de una sociedad que siempre suele reaccionar visceralmente contra sus infortunios, quejándose de lo que NO LE VIENE BIEN, pero que no necesariamente está decidida a cambiar sus preferencias basada en la pasión de algunas ilusiones pasajeras.

Y mucho menos, para recurrir a los que ya demostraron su ineficiencia antes de ahora, como seguramente ocurrirá respecto de la “oferta superadora” (sic) de quienes demostraron una gran falta de escrúpulos para ejercer la función pública en el pasado.

Lo que se percibe por el momento, en medio del ruido de apariencias, prejuicios y deseos de ver cómo la realidad se amolda a las preferencias de la gente y la pereza de su espíritu, es que el gobierno se ha visto obligado a “enterrar” un “gradualismo socialistoide” que no nos llevó a ninguna parte y obtener el apoyo de un prestamista de “última instancia” como el FMI. Punto.

Convendría recordar al mismo tiempo, que desde los tiempos de la antigua Grecia no ha cesado de acentuarse la distinción entre lo verificable y lo inverificable, ENTRE EL PENSAMIENTO QUE SE DEMUESTRA Y EL QUE NO SE LOGRA DEMOSTRAR.

Dicen algunos humoristas que el que no ha tomado whisky o no ha fumado nunca, a la primera copa o el primer cigarrillo siente mareos y necesita un breve lapso de tiempo para adaptarse a ambas cosas, si tiene decidido seguir haciéndolo. Y que éste es el caso de algunos políticos que luego de comenzar a los tumbos por una ingesta inadecuada, con el tiempo encuentran el equilibrio necesario para disfrutar del nuevo “conocimiento”.

Otros muchos, comprenden que ni el whisky ni el cigarro “les sienta bien” a tiempo Y CAMBIAN DE DIETA EN EL ACTO. El actual gobierno de Cambiemos no parece haber sido una excepción a esta regla “natural”.

No creemos que sus funcionarios deban ser tenidos por estúpidos, ni soberbios, ni insensibles. Se trata de gente del común, que ha sucumbido al buen deseo de creer que se pueden mover las aspas de un molino de viento con el dedo meñique para hacerlo andar; y han pagado por ello.

Sin embargo, es muy probable que hayamos debido pasar por estos dos años y medio azarosos, que, al fin y al cabo, no han sido horribles –por lo menos si los comparamos con los gobiernos kirchneristas-, que le han permitido madurar a una gran parte de una sociedad que creía en el valor y la fuerza del dedo meñique de nuestra metáfora.

No nos olvidemos además que hasta los grandes sabios suelen forjarse opiniones políticas y morales de manera arbitraria, bajo el imperio de consideraciones tan insensatas como las de muchos hombres carentes de toda experiencia sobre el razonamiento científico.

Un día nos dicen los “expertos” en sondeos y comunicación públicas que Cristina será candidata nuevamente y que tiene un X% de apoyo popular. Otro, que Macri contra Cristina es un partido con final 2 a 1. Otro, 1 a 1. Otro, que si se alían con fulano o mengano pasará tal o cual cosa.

Hace un par de semanas hablamos de las reglas de Balmes para comprender el derrotero de la historia con el fin de aplicarlas a los hechos políticos del presente y poder formarnos opiniones sensatas al respecto. Sugerimos releerlas. En ellas están detalladas las precauciones necesarias para manejar nuestras emociones adecuadamente y evitar cometer errores propios del malsano “voluntarismo”.

Lo que se palpa hoy es que la gente está enojada, pero, al mismo tiempo, comienza a comprender que la verdad está saliendo a luz: SOMOS UN PAÍS CON GRANDES RIQUEZAS NATURALES QUE NADIE EXPLOTA EN FORMA INTELIGENTE Y SOSTENIDA, Y POR LO TANTO, NO PRODUCIMOS LO NECESARIO PARA PROVEER A NUESTRA SUBSISTENCIA.

Nuestra sensación es que tal como van las cosas y si no ocurre una imprevisible hecatombe económica –que no se vislumbra luego del acuerdo con el FMI-, caminamos hacia una reelección muy probable de Mauricio Macri el año venidero, aunque a muchos les parezca detestable. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que la levedad insustancial del omnipresente “movimiento” peronista (único adversario de riesgo, si reúne sus diversas y variadas vertientes) no le asegura a nadie que no se reinicie con él un nuevo ciclo de mentiras y decadencia de retornar el poder nuevamente.

Y porque la izquierda, despojada de programas coherentes, es incapaz de producir el universo maniqueo que necesita para sentirse a sus anchas, aunque siga recitando el decálogo de sus “perfectas bienaventuranzas”, mientras se consume como siempre en una hoguera de creencias que solo logran inflamar algunos espíritus, para degradarse finalmente en un “sindicato de intereses”.

Hoy más que nunca, parece recobrar plena vigencia la frase que nos dedicó el gran filósofo madrileño José Ortega y Gasset durante su visita a Buenos Aires de 1935: “argentinos, a las cosas”.

Es lo que deberíamos hacer, absteniéndose de vivir anticipadamente y con “solemnidad” los hechos del futuro, de quien suelen decir los filósofos que “se trata de otro presente…a ser vivido cuando llegue”.

A buen entendedor, pocas palabras.

Carlos Berro Madero
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