Este es el primer consejo que se nos ocurre habría que darle a Elisa Carrió; una fervorosa defensora de la democracia y la verdad, a veces demasiado apresurada para irse “a las barbas” de quien sea con el fin de defenderlas enfáticamente.
Está comprobado, en efecto, que ciertas virtudes dejan de serlas SI NO ANDAN REGIDAS POR LA PRUDENCIA, al momento de juzgar circunstancias sobre las que se debe emitir opinión.
El presunto y temido juicio político prometido por la actual diputada nacional respecto del Ministro de Justicia Garavano, desnuda una vez más la necesidad de que la señora Carrió utilice, en sus acciones de orden público, claridad, exactitud y viveza, para no descuidar una “sobreabundancia de ingenio” (“el pedido de juicio político era una broma” (sic)) que la suele alejar de la mesura necesaria para que algunos de sus planteos políticos no queden expuestos a una ligereza que los desluce, resultando finalmente en algo contraproducente para los fines deseados.
Esta vez las cosas han ido demasiado lejos a nuestro entender, y no sabemos si Carrió se verá obligada –como ha ocurrido otras veces-, a una retirada; o si, por el contrario, alentada por la repercusión pública que han tenido sus dichos, terminará dañando la cohesión de la coalición gobernante y, en particular, la imagen presidencial.
Trabajar por la causa de la verdad y la decencia implica poseer la íntima convicción de que HAY LÍMITES PARA TODO EN ESTE MUNDO, que debería contener esa pasión que domina a muchos individuos animados por la consigna absolutamente falsa de que más vale morir con gloria, que vivir con una supuesta cobardía.
Porque los dichos del hoy ministro (las hemos leído varias veces) sobre ciertas cuestiones enfocadas jurídicamente en forma bastante genérica, seguidos por sus disculpas públicas de evidente buena fe sobre la eventual “inoportunidad” de los mismos al darse cuenta de la interpretación algo tendenciosa que generó en los suspicaces de siempre, creemos que consistieron en definiciones “abstractas” sobre conceptos del derecho, mucho más que al deseo de inmiscuirse en las tareas del Poder Judicial. Sobre todo, por formar parte de un gobierno que ha evidenciado claramente NO TENER la menor intención de meterse a “revolver el rodeo ajeno”, respetando la independencia de poderes.
Releyendo los dichos de Garavano, parecería más bien que los mismos –que nos perdonen muchos abogados afectos a los circunloquios-, adolecieron de los mismos defectos de ciertas construcciones sintácticas de algunos profesionales que pretenden, habitualmente, contribuir a un “floreo” discursivo.
Observando la pasión que pone la señora Carrió en su fervorosa cruzada por la transparencia de la república, puede advertirse que el origen de sus habituales excesos está más bien en el corazón que en la cabeza, movida por un deseo evidente de singularizarse en todo, lo que la lleva muchas veces a ponerse en contradicción con el sentido común.
Sobre todo, por la verbalización que elige para hacer públicos sus planteos.
Es visible que algunas repentinas “inspiraciones de moralidad” la llevan al extremo de causar un daño a lo que quiere preservar, atrayendo a los fines que se propone amargos disgustos que podrían ser evitados si, como en este caso, le hubiera hecho oír al Presidente sus reparos a las declaraciones del ministro, de manera juiciosa y reservada, ANTES DE HACER EXPLOTAR UNA BOMBA ADICIONAL EN EL SENO DE UN GOBIERNO QUE ESTÁ ATRAVESANDO EL DESIERTO CON MUY POCA AGUA EN SUS CANTIMPLORAS.
Por otro lado, debería considerar que las ilusiones que inspiran a una persona respetada por la sociedad, se deslustran y terminan muchas veces dando lugar a gestos de burla de los enemigos comunes, recibiendo dardos envenenados de quienes solo están al acecho de perjudicar a un gobierno que rema contra la correntada más despiadada que se recuerde.
Jaime Balmes diría de ella seguramente: “contempladle: su frente altiva parece amenazar al cielo; su mirada imperiosa exige sumisión y acatamiento; en sus labios asoma el desdén hacia cuanto la rodea; en toda su fisonomía veis que rebosa la complacencia en el sí propio; la afectación de sus gestos y modales os presenta una persona llena de sí misma. ¿Toma la palabra? Resignaos a callar.
¿Replicáis? No escucha vuestras súplicas y sigue su camino”.
Si Elisa Carrió abandonara la majestuosa solemnidad de los oráculos, le haría un favor inmenso a la coalición de la que forma parte y fue co-fundadora. Y evitaría de tal modo los revolcones innecesarios a los que somete a sus aliados por una excesiva confianza en sus propios dictámenes sobre la moral y el orden público que finalmente la extravían.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
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