Martes, 23 Octubre 2018 21:00

¿Habrá llegado la hora del “revoleo” de misales y banderitas de la Virgen de Luján?

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Las extravagancias políticas y culturales de nuestra sociedad, parecen haber llegado al cenit: el clan Moyano, sus “adjuntos” y los camaleones de ayer y de siempre, nos han puesto el domingo pasado frente a un espectáculo de una solidaridad multitudinaria congregada alrededor de impresentables reunidos por la sangre, un credo vetusto y apolillado y la nueva imagen presunta del caradurismo proverbial de algunos dirigentes “truchimanes”.

 

Bien decía Ortega y Gasset que “lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y la impone donde quiera. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto”.

Eso ocurrió hace pocos días en Luján con Hugo y Pablo Moyano y sus adláteres, provocando “la brutalidad de su apariencia”, como hubiera añadido Ortega, para sumergirnos una vez más en el “lleno” de la aglomeración, como único lenguaje de identificación de quienes se sienten ¿acorralados?

Para ellos, los derechos que nivelan la inspiración democrática quedaron a merced de sus intereses y apetitos personales, presentándose a rezar y agitar miles de banderitas (lindo curro para algún avivado que las fabricó y vendió para la ocasión), besándose con algunos prelados que celebraron un oficio religioso que pretendió darle vitalidad a hurras vivadas en honor del movimiento político que más problemas le está trayendo a nuestro país: el peronismo.

“Hay siglos”, decía Ortega, “que por no saber renovar sus deseos mueren de satisfacción, como muere el zángano afortunado después del vuelo nupcial”. Ese zángano que entrega la vida en aras de su concupiscencia y se regocija creyendo que ha podido recrear su plenitud una vez más, sin advertir que el vuelo mencionado por el filósofo no es más que una demostración ¿postrera? de banderas menguadas, debilitadas e insípidas.

Es la gravísima disociación que existe en el pretérito y el presente que pretenden imponernos estos modernos traficantes de alboradas, que pretenden recomponer las imágenes de quienes ya no ocultan su inmoralidad.

La vida pública de los países donde el triunfo de las masas ha avanzado más, permite notar que en ellos se vive políticamente al día. El poder se halla en manos de un representante de masas y éstas son tan poderosas que aniquilan el valor de las instituciones republicanas…mientras todo el mundo teme ser víctima de situaciones de prepotencia de quienes no saben bien adónde van pero encuentran siempre una forma de justificar su impudicia y su barbarie.

La política (sobre todo en los países subdesarrollados), se caracteriza hoy por haber soltado a quienes inundan las calles dispuestos a tomar la “responsabilidad” (¿) que dicen está ausente en los poderes legalmente constituidos.

Es éste un gigantesco laboratorio experimental que nos retorna una y otra vez a un pasado que no pertenece a la estructura general del futuro, sino que atropella las limitaciones de la república para que cada uno de los manifestantes se considere exento de impedimentos para bastardear los sentimientos más sublimes.

En eso nos ha sumergido por algunas horas el “moyanismo”, hostigando sus apetitos personales y exhibiendo un desprejuicio que evidencia su deseo de no limitar la libre expansión de sus deseos.

Solía advertir Ortega que “en los motines que la escasez provoca, suelen las masas buscar pan, y el medio que emplean suele ser destruir las panaderías”.

Ese es quizá el dilema con el que debemos lidiar quienes creemos en el cultivo de otros comportamientos para expresar nuestros desacuerdos: sin misales, sin prelados, sin banderitas, sin ómnibus “arreadores” subsidiados y sin jefes de la manada que deban responder a la justicia por sus tropelías.

A buen entendedor, pocas palabras.

Carlos Berro Madero
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