Tres largos años han transcurrido desde el momento en que, vencido Daniel Scioli, debieron juntar sus petates y regresar a sus casas o conformarse con un puestito en el Congreso o en alguna intendencia. Es mucho tiempo el que han pasado añorando sus días de gloria, cuando eran los dueños del país. Por lo tanto, tragándose sapos unos, y otros borrando con el codo lo que escribieron antes con la mano, quienes se cansaron de criticar a la Señora ahora vuelven al redil con la cola entre las patas. Están también los que jugaron siempre al empate. A ellos regresar a las tiendas de campaña de los K no les cuesta nada. Y, por último, se hallan los eternos especuladores que no se cansan de apostar a todo o nada.
En la variopinta legión que se dirige a rendirle pleitesía a la ex–presidente hay personajes de todas las layas y observancias. Como el peronismo, según la precisa definición de Humberto Roggero -que algo sabe de estos menesteres- es similar a la puerta giratoria de un supermercado -donde quienquiera entra, el surtido es enorme y puede salir cuando le dé la gana- nadie pide permiso ni hace un mea culpa. La viuda de Kirchner no ha abandonado el látigo ni se ha convertido en Heidi. Sabe que necesita sumar todos los apoyos posibles. Esta, para ella, no es la hora de la venganza ni de la revancha. Primero debe consolidar su posición en el damero de los candidatos presidenciales y luego darle pelea a Mauricio Macri. Si acaso los astros le sonriesen en los comicios de octubre próximo, ya tendrá tiempo de cobrarse viejas facturas.
El fenómeno más notorio y más notable de las últimas semanas es esta suerte de marcha generalizada en pos de Cristina, que hasta hace poco no estaba en los papeles de ninguno de los que hoy se aproximan a ella -de manera abierta, en ciertos casos, y desfogada en otros. No es lo mismo el acercamiento de los movimientos sociales que el de Felipe Solá y Facundo Moyano, como tampoco puede igualarse la sinuosidad de Alberto Fernández con la sutileza del actual gobernador de Córdoba. Por supuesto que no son iguales. Tienen ideas, estrategias y sueños políticos diferentes, como resulta evidente a poco de analizar su derrotero. Pero los une el hecho de que han dejado de lado críticas y rencores que parecían definitivos para tender puentes con la jefa de Unidad Ciudadana.
Antes de la crisis cambiaria que modificó la situación política de la Argentina en un abrir y cerrar de ojos, no se le hubiese ocurrido a ninguno de todos los nombrados mencionar tan siquiera la idea de sentarse a conversar con la ex–presidente. En general, para ellos era mala palabra. Más allá del camaleonismo que los caracteriza, el dato que han debido aceptar, aun cuando a muchos no les guste, es que, en tanto Cristina Fernández acredita -de acuerdo a cuál encuesta se mire- entre 25 % y 30 % de la intención de voto, el así llamado “peronismo racional” no sólo carece de jefe sino que sus postulantes de mayor brillo -Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Miguel Ángel Pichetto y Juan Manzur- llegan con fórceps a 10 %.
A siete meses del cierre de las candidaturas, a nueve de las PASO y a once de las elecciones generales, la centralidad de la ex–presidente dentro de los anchísimos pliegues del justicialismo no admite discusión posible. A tal punto es en torno de su figura que giran los demás, que mientras los intendentes pejotistas del Gran Buenos Aires -por elementales razones de sobrevivencia- amenazan pasarse en masa a sus filas, en el oficialismo ha comenzado a discutirse en serio la alternativa de desdoblar los comicios municipales y provinciales de los presidenciales. No hay que ser un genio para darse cuenta de que -por motivos bien disimiles- en torno de los caudillos justicialistas bonaerenses y de la gobernadora María Eugenia Vidal ronda la sombra de la viuda de Kirchner.
¿Alguien hubiese imaginado el año pasado la definición política que el representante más conspicuo del Papa en estas playas, Juan Grabois, acaba de hacer distinguiendo a Cristina Fernández de los corruptos que la rodearon durante los años en que tuvo la suma del poder público? Habría sido un verdadero despropósito porque -para citar la frase famosa atribuida a Cornelio de Saavedra- “las brevas no estaban maduras”. El Sumo Pontífice -para quién todavía no se dio cuenta de cuál es su propósito- sueña con la unidad peronista. Pensar que Grabois habla porque el aire es gratis en estas materias es no entender los códigos de acción de Francisco. En Roma no ha pasado desapercibido cuanto registran los relevamientos hechos acerca de las preferencias electorales de los argentinos. Su Santidad no se pasó con armas y bagajes al cristinismo, pero con tal de que Macri no sea reelecto…
¿Habrían roto sus vínculos con Massa, en el Frente Renovador, Felipe Solá y Facundo Moyano, de no haber sufrido tamaña modificación la relación de fuerzas en la Argentina? ¿Se habrían pegado a la ex–presidente tantos y tantos intendentes -y otros con ganas de volver a serlo- si no percibiesen que, al menos de momento, los votos en el arco opositor son patrimonio casi exclusivo de la ex–presidente? Los ejemplos se cuentan por docenas y claramente exceden el ámbito de la capital federal y del cono urbano bonaerense.
Hay dos maneras posibles de analizar esta peregrinación, por denominarla así. Una es juzgar a los arribistas que carecen de palabra y hacen cualquier cosa por desdorosa que sea con tal de hallarse cerca de la reina. La otra es olvidarse de la ética pública y ver las cosas desde una perspectiva crudamente política. Por lo que está en juego, es la única que importa. Los santos no abundan y con buenos modales y padrenuestros no se llega al poder. El peronismo sabe de esto mejor que nadie. Por eso, de un tiempo a esta parte, todos los movimientos decantan en favor de una sola persona. Nadie parece entusiasmado por seguir los pasos de Urtubey, Pichetto o Manzur. Que se sepa, no se han registrado pases de importancia de las filas del kirchnerismo o de cualquier otro sector del PJ hacia la ortodoxia. La explicación es sencilla: la Fernández acumula votos; sus opugnadores dentro de las filas peronistas -en cambio- suman más caciques que indios.
Vicente Massot