El tiempo -que no vuelve ni tropieza-, lo ha puesto en evidencia, y su duración dependerá de las circunstancias impredecibles de un mundo demográficamente explosivo, que ha provocado la popularidad de políticas “subvencionistas” e inflacionarias.
Porque la cuestión bolivariana, no se trata solamente de las acciones políticas que hoy llevan adelante Maduro o Diosdado Cabello y sus “entorchados”, sino de la fe casi irracional de los millones de venezolanos que aplaudieron y sostuvieron durante años la revolución de un encantador de serpientes como Hugo Chávez, que con sus delirios sumergió a su país en el atraso, la corrupción, el narcotráfico, la hiperinflación (de guarismos hoy sin precedentes) y finalmente la miseria.
El discurso de Maduro y sus aliados internos –militares y narcotraficantes-, construyó su línea argumental afirmando con vehemencia sus objetivos principales: “el exterminio de la explotación del capitalismo” (sic) y “el fin de la opresión del pueblo para constituir UNA SOCIEDAD LIBRE DE CLASES” (sic).
Este discurso marxista de un gobierno hipócrita proclamó a la necesidad, la miseria y la explotación como “cosas del pasado” (sic), mientras, irónicamente, el Estado aniquilaba paulatinamente los derechos de los ciudadanos, apoderándose de las empresas privadas y llenando las cárceles de presos y las banquinas de las rutas de disidentes ejecutados por sus milicias paramilitares.
Nació así una represión descomunal que se agrava día a día, con la complicidad “inactiva” de algunos organismos internacionales que solo atinan a balbucear vaguedades según sea su “compromiso” (¿) con el régimen.
El nuevo orden social venezolano ha convertido al ciudadano del común en un guiñapo hambreado que carece hasta de fuerza física para rebelarse por falta de alimentación adecuada.
Mientras esto ocurre, los nuevos cultores del marxismo leninismo de signo soviético, acaban de ser premiados con la ayuda de la Rusia de Putin, que ha iniciado un solapado desembarco de pertrechos bélicos para la supuesta “defensa del imperialismo que amenaza el territorio” (sic), lo que no es más que una colaboración para que Maduro y sus generales puedan seguir aplastando a los ciudadanos disidentes como gusanos, creando además una cabecera de playa rusa en América Latina.
Hay algo particularmente sobrecogedor al respecto. Se ha establecido mediante diversas estadísticas “cruzadas”, que hay alrededor de un millón de venezolanos que, desencantados finalmente con las mentiras del régimen -en las que creyeron religiosamente, para ser sinceros-, que se han “largado” de su país en los últimos dos años de cualquier manera: a pie, o tomando autobuses que los han depositado en las fronteras de países vecinos, en busca de recuperar una vida mínimamente “higiénica”.
Si el éxodo continúa con este ritmo, podría quintuplicarse esta cifra en los próximos tres años, PROVOCANDO UN DESBALANCE HUMANO DE PROPORCIONES GIGANTESCAS para Colombia, Guatemala, Honduras, México y Brasil que no saben dónde acomodar a estos exiliados en sus respectivos países.
De todos ellos, el populista presidente de México López Obrador, ha sido el único que ha comenzado a emitir tibias opiniones controversiales de rechazo, porque sus reformas políticas “benefactoras” no le dan margen para acoger a los caminantes bolivarianos que llegan con una mano adelante y la otra atrás.
Dicho esto, confesamos que nos produce asombro la pasividad (¿estupidez?) de muchos dirigentes políticos y empresariales de nuestro país que aluden a Venezuela como un escenario que estuviese “allá lejos”, usando en su discurso argumentos llamativamente inconsistentes sobre el riesgo de que este escenario se replique entre nosotros.
No han entendido aún que la ideología de una clase social comienza siempre como UNA GENERALIZACIÓN DE LA PSICOLOGÍA DE DICHA CLASE (¡siempre la mente humana!), que elabora imaginariamente antipatías y desconfianzas respecto de aquellos que representan, en su concepto, “el poder de una súper clase dominante” (Grabois dixit) a la que asimilan los designios de un capitalismo “salvaje” (siempre indeterminado, por supuesto, y según convenga cada caso a su conveniencia política).
Las normas morales por las que se rige el nuevo credo del marxismo del siglo XXI, son, esencialmente, EXIGENCIAS SOCIALES PARA EL COMPORTAMIENTO INDIVIDUAL y según sus dirigentes políticos responden a una nueva “conciencia popular” que le permita llegar al poder y cambiar las instituciones existentes.
Cuando la clase política de un país dedica su tiempo útil a perorar sobre cuestiones intrascendentes, enredándose en discusiones bizantinas que logren inflar su propio ego, y descuida las señales emitidas por la realidad, ésta suele llenar los “huecos argumentales” mediante una fuerza bruta que sustituye el vacío dejado a su disposición y abre las puertas a masas populares insatisfechas que procuran voltear el orden democrático, tarde o temprano, como señalaba Ortega y Gasset en su tiempo.
Nuestros candidatos, dedicados frenéticamente a consumir encuestas de opinión pública para conocer guarismos sobre sus chances electorales para 2019, deberían poner atención a las señales que emiten quienes, merced a la fuerza de las redes sociales y el “bouche oreille”, van generando paulatinamente un terreno fértil para que millones de ciudadanos comiencen a descreer en un sistema republicano que no los ha sacado de sus angustias recurrentes.
Ese fue el camino siniestro que abrió el kirchnerismo creyendo que podría usar estos movimientos en su favor “in aeternum” y hoy ya no tiene vuelta atrás, al menos mediante las dádivas que les reparte a manos llenas la “misionera” Carolina Stanley (sin intención peyorativa).
La solución está en otra parte: inversiones, revolución de contenidos en la educación, nuevas leyes laborales, reducción de los “ghettos” políticos y sindicales, y recomposición de las fuerzas de seguridad PARA REPONER EL ORDEN QUE DESAPARECIÓ DURANTE LOS 12 AÑOS EN QUE SONÓ LA “PARTITURA PARA MANDOLINA EN K MAYOR”.
Cerramos estas breves consideraciones con una reflexión de Ortega que nos parece muy oportuna: “El Estado no es una forma de sociedad que el hombre se encuentra dada y de regalo, sino que necesita fraguarla penosamente. No es como la horda o la tribu y demás sociedades fundadas en la consanguinidad, o que la naturaleza se encarga de hacer sin la colaboración del esfuerzo humano”.
¿Estamos haciendo ese esfuerzo para abandonar la retórica que nos caracteriza, a fin de comprender que Venezuela, Cuba y Nicaragua no están conceptualmente “allá lejos” como dicen algunos?
La respuesta a esta pregunta estará contenida en el resultado de las elecciones de este año.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
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