A Cristina Kirchner –ex ELLA, como la llama irónicamente Alejandro Borensztein-, le importa un bledo el partido peronista y la unidad nacional, como se ha comprobado a través de las “carajeadas” que han trascendido de las conversaciones mantenidas en la intimidad con sus chupamedias preferidos.
Solo está interesada en su propia suerte personal y se nota su preocupación por quedar finalmente condenada y escarnecida públicamente en los juicios en que se la procesa por sus monumentales corruptelas. La última jugada fallida de evitar su presencia en el banquillo de los acusados, a través de algún recurso “oportuno” de la Corte Suprema de Justicia, la dejó desnuda y a la intemperie.
Presa del temor por lo que sobrevendrá para ella, la “jefa espiritual” del kirchnerismo ha dado un salto acrobático que la conducirá según sospechamos a su propio knock out.
Aprovechando que todos sus seguidores están viviendo las vísperas de un nuevo vientre de ilusión colectiva, propone a la sociedad que digiera y acepte sin más un verdadero aborto político, designando al travestido Alberto F. para “acompañarla” ¡como candidato a Presidente! (insólito), intentando mantenernos prisioneros de su habitual dialéctica perversa por algún tiempo más.
Con la nueva marquesina de “Los Fernández” (lindo título para un teleteatro), la “abogada exitosa” intenta revivir el espíritu algo chamuscado de un kirchnerismo irredento, que no parece ceder en sus tensiones revolucionarias para “encajarnos” la hipoteca de su “prima donna”, esta vez en el papel de numen inspirador entre las sombras.
De paso –por qué no-, dominar los tres poderes del Estado si triunfasen en las elecciones. El Ejecutivo con Alberto; el Legislativo con la presidencia natural del Senado (la gran guarida peronista) en manos de Cristina; y, finalmente, el Poder Judicial bajo las garras de un Congreso que tratará de legislar para convertirlo en el “servicio de justicia” (¿) preanunciado por Mempo Giardinelli en un acto de sinceridad fallida.
Por qué no pensar también que pueda abrir un camino para que comiencen a funcionar en algún momento, luego del arribo al poder, una catarata de indultos para todos los ladrones de guante blanco que hoy son juzgados por corrupción, incluyéndose ella en el primer lugar de la lista.
Para una sociedad nerviosa y con el deseo que termine de una vez su agonía pre electoral, la jugada puede parecer magistral. Pero no hay que olvidar que el problema que enfrentan los revolucionarios de escritorio cuando se sienten acorralados, es que tratan de desarrollar sus estrategias guarecidos en algún rancho postizo. Un cobijo transitorio que les permita seguir alentando a sus apretadas huestes de “caras pintadas”, ignorando la precariedad estructural de una guarida a la que, en algún momento, se le vuela el techo al soplar el primer viento firme.
Ionesco planteaba con trágica ironía que la soledad se hace con el tiempo cada vez más imposible para los individuos que intentan desarrollar algunas veleidades signadas por su individualismo absurdo.
“El hombre universal y moderno”, decía, “es el hombre precipitado, un hombre que no tiene tiempo, QUE ES PRISIONERO DE LA NECESIDAD, que no puede entender que una cosa podría quizá no tener utilidad; ni comprende que, en el fondo, LO ÚTIL TERMINA SIENDO PARA ÉL UNA CARGA INÚTIL Y ABRUMADORA”.
Porque, aunque es cierto que “lo peor” nunca es absolutamente seguro, conforme se avanza por un camino equivocado y una mala chance se va haciendo cierta, el individuo queda frente a una cuestión terrible: el escenario de su propia condenación final.
Quizá toda esta comedia montada con pretensión de “augusto renunciamiento”, sirva para enterrar finalmente a los Fernández y al kirchnerismo todo, ya que dicen por allí que Dios suele escribir derecho sobre renglones torcidos.
No hay que olvidar finalmente que los psicópatas (¿Cristina y Alberto?) son siempre sospechosos por su forzada apariencia de cordura “buena”, con la que disparan sus armas sin remordimiento alguno. Esos disparos no son para ellos producto de ningún error, sino consecuencia de su premeditación enferma.
A tenerlo en cuenta pues, revisando atentamente los espumarajos vertidos por ellos dos contra todos aquellos que intentaron oponerse alguna vez a sus designios mafiosos. Sobre todo, los dichos de hace pocos días de Alberto F. nombrando a jueces a los que en algún momento habría que “castigar”.
Si el objetivo primigenio de la propuesta política de una fórmula electoral constituida por una acorralada estafadora serial y su perrito faldero de ladrido ronco consistía en sorprendernos, podemos asegurar que la sabrosa tortilla con la que intentan tentarnos no podrá ser apetecida, porque los huevos que se están rompiendo para amasarla comienzan a dejar al aire el olor nauseabundo de su podredumbre esencial.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
carlosberro242gmail.com