Despejada la incógnita de la “selección optativa” (¿) de Sergio Massa en relación con los nuevos frentes electorales, creemos oportuno formular algunos comentarios acerca de un dirigente político bastante listo en apariencia, pero que no tiene capacidad suficiente para “salir de sí mismo”; es decir, alguien que cumplió hasta hoy con la imagen del “señorito satisfecho” de Ortega: aquel que se presenta como un individuo que parece estar muy conforme…hasta con su propia torpeza.
El filósofo catalán, de haberlo conocido, se habría hecho un “picnic” conceptual con el menguado líder del Frente “Renovador” –que de tal no tiene nada-, quien se consagró siempre “por el surtido de tópicos, prejuicios, cabos de ideas o, simplemente, vocablos hueros que el azar ha amontonado en su interior” (sic).
Un individuo vulgar caracteriza su esencia por creerse sobresaliente y no vulgar. “¿Para qué oír”, continúa Ortega, “si ya tiene dentro cuanto hace falta? Ya no es sazón de escuchar, sino al contrario de juzgar, de sentenciar, de decidir. No hay cuestión de la vida pública donde no intervenga, ciego y sordo como es, imponiendo sus opiniones”.
Agregamos que al oírlo hablar en entrevistas y actos públicos, se puede apreciar la pasión de Massa por algunas construcciones discursivas totalmente abstractas con las que pretende presentarse como un hombre que ha resuelto gobernar a la sociedad, ADELANTÁNDOSE SIEMPRE UN PASO MÁS ALLÁ DE LOS DEMÁS, dando por bueno su haber moral e intelectual.
Actuando como si fuese un niño mimado por la historia –en ese aspecto sus seguidores han cumplido un papel importante al rodearlo para aprovechar un supuesto carisma-, ha entrado en contacto con una anormalidad psicológica que representa el “señorito satisfecho” mencionado.
En efecto, para Massa parece no existir la incertidumbre…hasta que choca contra una pared que no quiso o no supo ver.
Al comienzo de su vida política y cuando la sociedad andaba a los tumbos tratando de reencontrarse, se presentó a sí mismo como un joven “referente”, que fomentó su popularidad sobándole el lomo a los jubilados (los “abuelos” como suele decir eufemísticamente), mientras se “acurrucaba” en los brazos de los Kirchner -como Jefe del ANSES primero, y luego de Gabinete-, a quienes con el tiempo denostó y combatió acremente.
Hasta que hace pocos días, ante la sorpresa de aliados y opositores, decidió volver al redil abandonado, para recibir finalmente un cachetazo de “los Fernández” que lo dio vuelta.
¿Ingenuidad de su parte? ¿Soberbia? Un poco de las dos cosas. Está comprobando que “un “señorito” cree poder comportarse fuera de casa como en casa; es el que cree que nada es fatal, irremediable e irrevocable y por eso puede hacer lo que le dé la gana. ¡Gran equivocación! No es que no se DEBA hacer lo que le dé a uno la gana; es que no se puede hacer sino lo que cada uno TIENE que hacer, TIENE que ser, para no caer prisionero EN LOS PISOS INFERIORES DE NUESTRO DESTINO” (Ortega).
Si aplicáramos esta regla a Massa podríamos asegurar que ha terminado ubicándose en el “piso inferior de su destino”.
Su eventual candidatura a diputado en el Frente para “Todes” ha marchitado su retórica inflamada y redundante, forzándolo a salir del tibio arrumaco que le brindaron quienes le hicieron creer que era un adalid del tiempo nuevo, y lo ha consagrado como un “creído” de que le sobran medios para favorecer unos planes personales diseñados con atropello y poca sustancia.
Le ha faltado cintura política y le ha sobrado propensión a creerse imprescindible en el horizonte político nacional. Sentimientos que lo llevaron a encerrarse en un cotilleo que terminó hartando a quienes hoy lo consideran solo como un “instrumento”. O un vulgar “ventajita”, como dicen que lo denomina el Presidente Macri, quien no ha recibido más que desaires de su parte.
Habría que refrescarle a Massa qué entiende Ortega por esa excelencia sobre la que ha venido cacareando todos estos años: “el hombre selecto está constituido por una íntima necesidad de apelar de sí mismo a una norma más allá de él, superior a él, A CUYO SERVICIO SE PONE. Es aquel que se exige mucho a sí mismo y se distingue del hombre vulgar que no se exige nada, sino que se contenta con lo que es y está encantado consigo mismo” (sic).
¿Su futuro? No creemos que se parezca en nada al que él imaginó alguna vez. No es óbice el que sea joven, porque se trata, en nuestro concepto, de un hombre de segunda clase, que ha demostrado ser incapaz de conservar la organización interior de sí mismo.
Y también, como diría el hombre de la calle, porque suele comportarse habitualmente como un auténtico “falluto”.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.