Dicha voz interior que hoy nos dice, por tomar tres ejemplos al azar: a) que es absolutamente imposible que Cristina Fernández se “convierta” y transforme su personalidad egocéntrica sin haber mediado la tarea exhaustiva de un terapeuta que consiga reordenar sus tormentas interiores que le permitan comprender que su “fuerte” político no es el diálogo;
b) que lo mismo ocurre con Alberto Fernández, un supuesto “moderado” que hoy lanza bramidos contra el periodismo al que no le asigna derecho a preguntarle nada que le “incomode”. Una persona que acompañó a dos maníacos como Néstor y Cristina durante años, pegando luego una voltereta en el aire para regresar al llano y llenar de críticas a sus antiguos líderes e intenta confundirnos torpemente con mensajes incongruentes sobre su regreso al mundo K;
c) que José Luis Espert intente presentarse como un candidato con chances de victoria electoral con un discurso despectivo respecto de la “vieja política” -sin discriminación alguna-, intentando convencernos de que puede ser una opción válida –con dichos de una altivez conceptual similar a la del fundamentalista Aldo Rico-, habiendo elegido al mismo tiempo candidatos insólitos para secundarlo (v. gr. Alberto Asseff), que están a kilómetros de distancia de su credo liberal.
¿Qué ecuación de rasgos comunes puede aplicarse a estos casos? La que nos enseñaron tanto Balmes como Descartes: cuando se ha visto a un individuo al lado de otro amigablemente durante un tiempo, esto nos permite determinar qué lo puede haberlo unido a él y podremos estar seguros de quién es en realidad; y también, que los gestos agrios sin motivo valedero intentan ocultar en general algunos sentimientos interiores “inconvenientes” de algunas personas que parecen despreciar la validez del pensamiento de los demás.
Los Fernández y Espert –nuestros tres ejemplos paradigmáticos-, indican así que es claramente imposible que puedan contribuir al curso regular de las cosas que prometen, cuando tenemos a la vista ciertas evidencias que permiten inferir la incongruencia de sus mensajes.
Es claro también que un vicio eventualmente virtuoso, es un imposible absoluto, porque es inconcebible que el mismo fuera y no fuera vicio a un mismo tiempo.
Pueden aplicarse estas reglas del pensamiento a muchos otros candidatos políticos que nos sonríen como actores de cine en sus afiches partidarios.
Estas cuestiones, se vinculan entre sí por argumentos nacidos del sentido común y son las que permiten hacer pronósticos sobre promesas que solo explotan la eventual distracción de quienes no calculan la inmensa distancia que existe entre ellos y la verdad, convirtiendo sus dichos en imposibilidades de orden absoluto.
La historia de la humanidad enseña que solemos dar por bueno todo aquello que se nos promete en relación con los anhelos naturales de felicidad y bienestar que anidan en lo más profundo del alma humana, sin analizar los efectos colaterales que generan dichas promesas.
Y no vale nada que se oponga a estas determinaciones una tonta voz interior que nos dice a veces: “¿quién sabe?”, para tratar de considerar algunas evidencias de la realidad como sucesos meramente aislados de la misma.
“La verdad en las cosas es la realidad, y consiste en el entendimiento de conocerlas tales como son”, puntualiza Balmes, “y quererlas y aceptarlas como es debido. Todas se han de mirar siempre DE LA MANERA EN QUE CADA UNA DE ELLAS SE VE PARA SU MEJOR CONOCIMIENTO”.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
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