Lunes, 05 Agosto 2019 21:00

Intolerancia y desbordes emocionales

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“Cualquiera puede ponerse furioso…eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto y de la forma correcta…eso no es fácil”
-Aristóteles

 

Los prejuicios son parte de un aprendizaje emocional que tiene lugar en las primeras etapas de la vida, y con el tiempo, arrastran a algunos individuos a descartar la validez de quienes, supuestamente, ponen en peligro sus convicciones.

Cuando se le pregunta a un prejuicioso en qué basa su intolerancia, suele reaccionar con ira y dar cualquier explicación que, en general, no tiene nada que ver con ella.

Muchos de los sistemas más efectivos para entrenar a estos sujetos para que acepten la vigencia de la diversidad –una regla básica y explícita para desarmar el espíritu prejuicioso-, consisten en tratar de enseñarles que su intolerancia genera un aumento de la hostilidad hacia los demás; hostilidad que con el tiempo termina provocando rechazo aún entre aquellos que alguna vez les tuvieron simpatía.

Si Alberto Fernández hubiera leído algo sobre esto, podría reconocer qué aspectos de un pasado no resuelto lo incitan hoy a mostrarse especialmente prejuicioso, intolerante e iracundo -con una aparente intención de exhibir rasgos de autoridad-, y cambiaría radicalmente su modo de comunicar lo que hará si es elegido Presidente de los argentinos.

Su complicada tarea para “vestirse” de moderado -a fin de equilibrar los extravíos tradicionales de su compañera de fórmula-, parece haber sucumbido muy pronto, convirtiéndose en una réplica de Cristina con bigotes, canas, ojos desorbitados y gestos ampulosos que no se corresponden con la índole de un discurso que intenta ser pacificador y lo termina enredando en frecuentes accesos de furia apenas contenida.

De alguna manera, se parece al “sketch” del títere del programa televisivo de Jorge Lanata (“Tierra de Venganza”), donde es mostrado como una víctima del movimiento errático de los hilos de Cristina cuando lo “maneja” y trata de sujetar el descontrol que provoca con los embrollos de sus contradicciones, lo cual ofrece una imagen patética del personaje real.

Imagen a la que sin duda alguna deben contribuir algunos asesores que lo están llevando a construir un lenguaje equívoco que le causa un gran daño a su campaña, provocando que mucha gente esté sintiendo que no es “eso” lo que espera de un conductor.

Pero claro, ¿qué puede añadir un kirchnerista a lo que ya han dicho los jueces con sus investigaciones sobre el desastre de la corrupción alentada por sus miembros más conspicuos invalidando cualquier matiz “benévolo” de su retorno edulcorado?

Hay un ejemplo tragicómico que usa la psiquiatría para definir los desmanes conceptuales de aquellos individuos que tienen muy poco para proponer que difiera de su vida personal. Dice de ellos que “patean en el estómago a sus compañeros de habitación, cuando su intento era en realidad prender la luz” (Davidson).

Dicen por ahí que las elecciones las decidirán los indecisos, o los ni ni, o los mayores de 70, o los menores de 40, o los pertenecientes a los núcleos “duros”, pero estamos convencidos que todos ellos, en algún momento, comenzarán a alejarse de algunos candidatos POR RECHAZO PSICOLÓGICO A SUS “MALOS MODOS”.

A pesar de que la troika opositora K trata de poner cara “augusta” para sostener lo que dicen, “no les sale”. Y no les sale, porque usan palabras perturbadoras, mezclando, por dar algún ejemplo tomado al azar, los intereses de las Leliqs con los supuestos aumentos de las jubilaciones, mientras tildan al gobierno del Presidente Macri como “una banda de pícaros”.

Tenemos la impresión de que el kirchnerismo está exhibiendo la índole de su verdadera esencia más que nunca. Parece un caso casi “clínico”, donde la mitad del cerebro pensante de sus candidatos ignora lo que está haciendo la otra mitad y termina convirtiendo a sus líderes en algo parecido a un caleidoscopio.

Más aún, creemos que el sustrato de sentimientos sombríos que se esconde bajo dichas percepciones perturbadoras terminará provocando repulsa en quienes los oyen, obteniendo un resultado totalmente distinto al que apuestan.

Finalmente, estamos convencidos que los resultados de las encuestas ya no reflejan con la exactitud de antes las tendencias electorales, porque el mundo “vive” en cambio permanente, y la mayoría de los individuos se han refugiado detrás de una última frontera interior inexpugnable: decidir sus preferencias en un tiempo y un modo que resulta ser cada vez más inaccesible para los demás.

UN REFUGIO DONDE SIENTEN QUE PUEDEN EJERCER TODAVÍA UN CIERTO CONTROL SOBRE SUS DECISIONES PERSONALES, QUE SOLO LES PODRÁ SER ARREBATADO CUANDO ELLOS LO DISPONGAN.

A buen entendedor, pocas palabras.

Carlos Berro Madero
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