Jorge Fernández Díaz

 

"No le hagas caso a la gente, Mauricio. La gente ha demostrado, a la largo de nuestra historia, ser delirante, retrógrada, voluble, impaciente, profundamente populista e irresponsable. Yo soy testigo ocular de los últimos setenta años de nuestras desgracias; conozco muy bien la mentalidad que las produjo. Todo político democrático debe estar con la sociedad, pero nunca detrás de ella, siempre adelante. Así fue como Felipe González logró meter a España en la modernidad, a pesar de las fuertes resistencias a izquierda y a derecha de aquel pueblo, que era también muy conservador".

 

 

A la hora de los postres, Gostanian pidió una inmensa isla flotante y varias cucharas, y los ruidosos adláteres del precandidato comenzaron a devorarla en solidaridad. Corría el turbulento año 1988, la dura interna justicialista se había lanzado y el enemigo total era el gobernador de la provincia de Buenos Aires.

 

 

El arte refleja, pero también crea la realidad: una película "inventó" el relato setentista y articuló todas las argumentaciones de época que hicieron luego posible el montonerismo.

 

 

Parece que somos una amenaza mundial. Un funcionario imaginario del Ministerio de Agricultura de Francia nos alude de manera sombría; luego nos trata irónicamente como "el enemigo".

 

 

Para no dividir a la audiencia, a veces conviene la ambigüedad y una elegante hipocresía.

 

 

Perón y Kirchner despreciaban parejamente las ocurrencias de los intelectuales, aunque luego en los días aciagos -el exilio, la derrota electoral- condescendieron a sus alquimias narrativas para convertir a victimarios en víctimas, a venales en honestos, a ineptos en eficaces y a fracasos sonados en éxitos de epopeya.

 

 

Un investigador del Conicet que viene de unas largas vacaciones por Europa se encuentra de casualidad con un editor argentino que trabaja en Madrid. No se conocen, pero la nacionalidad y la coincidente admiración que les despierta la recuperada bonanza española los acerca en el vestíbulo de un hotel del barrio de Salamanca.

 

 

Chantal Mouffe, la exitosa politóloga belga que da la vuelta al mundo enseñando peronismo, aconseja vivamente inventar un pueblo. Considera que la política es partisana por naturaleza y que se necesita, por lo tanto, trazar una línea caliente entre "nosotros" y "ellos".

 

 

Los impunes tirapiedras del Monumental son como los tenebrosos duelistas a garrotazos de Goya: un testimonio perfecto de cainismo, crueldad, vileza e ignorancia autodestructiva.

 

 

"La verdad es que me siento un poco Napoleón", dijo alguna vez la emperatriz. Al día siguiente de pulir una tregua con el papa Francisco, voló a París con el ánimo retemplado y visitó el Palacio Nacional de los Inválidos; fue agasajada por la Guardia Republicana y bajó hasta la tumba del gran corso.

 

 

Frente al ataúd de su gran camarada de lucha, dijo en criollo antiguo: "Tú sabes que somos vencedores". Despedía así a Raúl Scalabrini Ortiz: "Somos vencedores de esta conciencia definitiva que los argentinos han tomado de lo argentino".

 

 

Un vecino cualquiera de una pequeña ciudad argentina, un navegador rutinario de internet, digamos un usuario normal de Facebook y de Google ya no tendrá ningún secreto que guardar. Ni siquiera podrá esconderse de sí mismo.

 

 

"Tenemos un gobierno de izquierda estúpido y demagogo, y una sociedad apática, cobarde, incapaz de reaccionar -se queja el comandante Verdier-. Solo la fortaleza de las ideas nuevas podrá regenerar Europa. Las democracias están podridas. Disciplina y mano dura, cauterizando las partes enfermas: esa es la receta".

 

 

Atención con los matices religiosos: Dios es argentino, pero Jesús era peronista. En medio de su incendiaria disputa con la Iglesia, Perón habló sobre las bases de su propia doctrina: "Hace dos mil años que la habían anunciado. Hace dos mil años el justicialismo ya era justicialismo. Lo que pasa es que nadie le llevó el apunte y nadie le hizo caso".

 

 

Ese hombre robusto y enjoyado que baja de un Audi y se adentra en la sombra fresca de un edifico de Puerto Madero no viene solo: lo custodian a distancia dos gorilas en una 4x4 de vidrios blindados. Se supone que tanto el cacique como los escoltas van "calzados" a cualquier sitio; en este oficio no se puede confiar en nadie.

 

"Escasea, no la consigo; el que me la vendía está adentro, y el otro me dice que lo espere porque no le llegó. Hay desabastecimiento y el precio se va para arriba. Nos sube la luz y nos sube la merca. ¡Estamos todos locos!" Esta letanía se escucha en algunos barrios de clase media y también queda registrada con frecuencia en pinchaduras judiciales que se ordenan para investigar la venta y distribución de estupefacientes.

 

 

La foto en sepia mostraba a un antiguo caballero de bigote fino, que yacía en el suelo con un tiro en la sien izquierda y un pequeño reguero de sangre que le bajaba por la nariz. Adolfo Suárez, el padre de la Transición española, nunca pudo olvidar aquella imagen.

 


La FMK2, modelo 0, es un objeto insignificante que cabe en un puño, pero que contiene la suficiente cantidad de hexágono y trotyl como para producir una fuerte detonación. Su onda expansiva en 360 grados suele llegar hasta seis o siete metros: pudo haber alcanzado perfectamente unos tanques aledaños de oxígeno y volado el Hospital Paroissien, de Isidro Casanova. La granada fue fabricada por el Ejército y estaba entre dos caños, contra la pared de un pasillo; su arandela tenía una tanza que a su vez iba atada a una puerta: cualquiera podría haberse llevado por delante aquel hilo invisible y accionado el mecanismo.

 

 

Apunta en sus memorias el escritor español Jorge Semprún, sufriente excomunista y prosista lúcido, que en 1982 Le Nouvel Observateur le censuró un artículo en el que él anticipaba el programa económico de su amigo Felipe González: "¿Cómo? ¿Ninguna nacionalización? ¿Cómo? ¿Una reconversión industrial? ¿Cómo? ¿Prioridad de la lucha contra la inflación en vez de relanzar el consumo popular como motor del crecimiento?".

 

 

La codicia nos vuelve burdos. "Quiero una guita por mes", susurra el periodista, y el ministro de la gobernación traga saliva: "No sé de qué me estás hablando". Toman café en un bar de La Plata, y el periodista es una estrella de la televisión; le preocupa, como a todos, el déficit fiscal.

 

 

La latrofobia es ese miedo intenso e irracional, de carácter enfermizo, según el cual una persona teme acudir al médico, someterse a los análisis y descubrir una posible patología. Una gran parte de nuestro pueblo se intuye enferma, pero rechaza los tratamientos y no se atreve siquiera a abrir el sobre de los resultados, que en las oficinas del Banco Mundial se abrieron para un selecto grupo de cientistas políticos.

 

 

Un politólogo curtido en el arte de analizar los números fríos se quedó los otros días directamente helado en las oficinas del Banco Mundial. Allí exponían un escrupuloso trabajo sobre la performance de las naciones a lo largo de los últimos setenta años.

 

 

"Perón no quedó en la historia por la Triple A". El aforismo se le cae de la boca a un referente de Unidad Ciudadana y lo recoge el cronista Gabriel Sued en su minucioso afán por comunicarnos lo que en verdad piensa la cerrada secta kirchnerista acerca de los cuadernos Gloria.

 

 

En esta hora de arrepentimientos escabrosos, sobre el filo de la navaja de la sanación y el incendio total, los argentinos no pueden permitirse el lujo de engañarse a sí mismos: sería un grueso error de apreciación y candidez presumir que la voraz recaudación ilegal del kirchnerismo conectaba únicamente con la codicia de sus caciques y con el financiamiento de sus campañas.

 

 

No sorprende tanto el robo como el renovado afán de sus ilustres negadores. Un excelente actor aparece en pantalla, sugiere que vivimos bajo el totalitarismo y desdeña la investigación de Diego Cabot porque es "un periodista de derecha que trabaja en un diario de derecha".

 

 

Un consultor bilingüe que cobra por divulgar como ciertas leyendas urbanas de la política, por revelar conjuras que jamás suceden y por susurrar profecías que rara vez se cumplen, les viene asegurando en reuniones privadas a empresarios y gerentes que finalmente se verifica la cruda, pero fatal sospecha: solo el peronismo puede gobernar la Argentina.

 

 

El profesor Rouquié, a quien Perón le confesó alguna vez en Madrid su porfiada y tardía admiración por Mussolini, aceptó hace unos meses un simpático juego de mesa: "¿Qué le preguntaría si lo tuviera acá?", le propuso Carlos Pagni. "A Perón hoy le preguntaría si sigue siendo peronista", improvisó el historiador francés, y a él mismo le pareció una respuesta enigmática.

 

 

Me atrevo aquí a parafrasear a don Manuel Azaña: si cada argentino hablara solo de lo que sabe, se haría un gran silencio nacional que nos permitiría pensar.

 

 

Dicen que de lejos se ve más claro. Pero no estoy tan seguro. Vi de lejos la crisis argentina de los últimos dos meses.

 

 

Presiente Alejandro Katz que se está abriendo en la Argentina una saludable discusión ya no sobre el pasado, sino sobre los trazos finos del próximo gobierno de Cambiemos.

 

 

"A veces al anochecer tengo escalofríos, como si algo siniestro me estuviera vigilando", murmura el expolicía, y sale a fumar a la calle silenciosa. Fue un gran detective de crímenes financieros, molestó al poder y debió resignarse al retiro.

 

 

"Lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra", refería Manuel Alcántara. El viejo maestro del articulismo español aludía de algún modo a la amnesia personal y también a la colectiva, a esas operaciones de ocultamiento que nos prodiga el inconsciente o que nos imponen los hábiles memorialistas del sentido.

 

Un viejo libro de lectura obligatoria que formó desde la infancia a toda una generación de argentinos aseveraba en su inefable capítulo 48: "El primer objetivo de un movimiento feminista que quiere hacer bien a la mujer... debe ser el hogar. Nacimos para construir hogares. No para la calle".

 

Una larga década de estafas ideológicas y de camelos domésticos explica el gran interés que despiertan ahora estas escuchas telefónicas en las que se lucen la arquitecta egipcia y su maestro mayor de obras.

 

 

El último gesto de vida de Antonio Muscat, segundos después de recibir una lluvia de plomo, es esta lágrima furtiva que le cruza el rostro final, tendido sobre la vereda ensangrentada.

 

 

El submarino del capitán Trama ingresó en el puerto de Norfolk bajo una niebla ominosa. Su misión secreta consistía en participar de una guerra ficticia.

 

Para Borges las religiones eran apasionantes antologías del género fantástico; para Sebreli en cambio son laberintos ideológicos.

 

Ante el mundo nos presentamos como monjas virtuosas después de haber sido durante décadas tramposas meretrices. Macri creyó que con una breve pintada y unos cantos gregorianos podría demostrar que el histórico burdel se había transformado definitivamente en un convento.

 

En una reunión de camaradería donde evocábamos las viejas peripecias románticas de León Trotsky, un afable dirigente de esa logia extrema supo responderme alguna vez con una verdad seca e irónica. Mi pregunta era zumbona, puesto que un régimen trotskista es aquí tan improbable como la conversión completa del pueblo argentino al hare krishna. "¿Qué harías conmigo si fueras Presidente?", inquirí.

 

María Matilde Ollier nos recuerda que quienes quisieron respetar las normas nunca consiguieron la gobernabilidad y quienes lograron la gobernabilidad nunca respetaron las normas.

 

Asistimos a un nuevo episodio en la larga serie de desavenencias conyugales entre el peronismo y el Código Penal.

 

A las siete y media de la mañana el sonarista pronunció dos palabras frías, y dejó a todos helados: "Rumor hidrofónico". Provenía del noreste, y todavía pasaron unos minutos hasta que lograron descartar por completo que se tratara de una ballena o de un simple cardumen de krill.

 

Macri lanzó una mirada azul e irónica sobre aquel cacique sindical, y todos esperaron entonces que profiriera una de esas chanzas mordaces con que habitualmente aguijonea a sus rivales futbolísticos.

 

En los remotos años sesenta, un matón de colegio que nos hacía bullying se me vino encima para trompearme; tuvo a bien tropezar y romperse la boca.

 

Los resultados del 22 de octubre reverdecieron la huerta que el presidente de la Nación instaló en el trágico helipuerto de Balcarce 50. Hasta ese día, muchos jugaban con el cotillón del helicóptero y le pronosticaban una salida precipitada desde esa terraza mítica. Macri ha hecho con ese mito una ensalada.

 

Se necesita un investigador histórico con pulso de novelista policial para escribir el libro de este viernes electrizante en que sobrevino la veda política y comenzó la autopsia, con ciudadanos sometidos desde temprano al suspenso y a la angustia del voto bajo emoción violenta, la toma de una municipalidad a manos de un grupo armado con piedras y molotov, la brusca confirmación de que el muerto era quien parecía, las acusaciones doloridas y rabiosas de los familiares de la víctima contra el propio presidente de la Nación, el fracasado intento de generar una rebelión popular contra la "dictadura" del gobierno constitucional, y en los estertores de la jornada, la gran vuelta de tuerca: el cuerpo por fin habló y dijo que no tenía signos de ahorcamiento, ni de golpes, tormentos, tiros o puñaladas, y que posiblemente Santiago Maldonado se ahogó hace dos meses y medio en las heladas aguas del Sur.

 

El cambio es la única cosa inmutable de esta vida, pensaba Schopenhauer. Parece una boutade o el principio de un retruécano, pero expresa la gran verdad que sacude al planeta: hasta no hace mucho la política imitaba a la geografía; las culturas y las relaciones de los países del Norte y del Sur parecían tan estáticas como una cordillera, un valle o una llanura.

 

"Ustedes podrían ser campeones mundiales en el Lanzamiento del martillo -me punzaba irónicamente mi padre-. Porque aquí hay muchos expertos en arrojar lo más lejos posible cualquier herramienta".

 

Éramos unos imbéciles. Habíamos devorado toda la literatura setentista, teníamos nostalgia de lo que no habíamos vivido y estábamos deseosos de formar parte de aquella "épica patriótica". Rondábamos los veinte y pico, pertenecíamos a la generación de Malvinas y participábamos de algo preciso pero inarticulado: un cierto nacionalismo de izquierdas que acompañaba al proletariado hacia su futuro de gloria.

 

El que ha naufragado, tiembla incluso ante las olas tranquilas, decía Ovidio. ¿Alguien sabe cuánto pesa el temor? Si un lector quisiera averiguarlo debería tomarse el trabajo de pesar tres mil millones de dólares.

 

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