Luis Alberto Romero

El país de estas cuatro décadas de democracia muestra un estado que ha consolidado el poder de las corporaciones y las ha llevado incluso a donde no estaban: la gestión de la pobreza.

En 1983 Raúl Alfonsín convocó exitosamente a la ciudadanía para construir una democracia republicana y pluralista, fundada en el Estado de derecho. Afirmó que el Estado así gobernado sería capaz de solucionar las principales necesidades de la sociedad: alimentar, educar y curar.

Machacando la consigna del “Estado presente”, el kirchnerismo parece haber convencido a propios y ajenos: ante la crisis abismal, sus seguidores reclaman una presencia estatal aún mayor. En los bordes de la oposición, en cambio, ha aparecido una cierta fantasía anárquica: acabemos con el engendro y restauremos la libertad originaria.

 

En la Argentina hemos llegado a la síntesis superadora del unitarismo y el federalismo, combinando lo peor de uno y de otro.

 

 

El sello de Carlos Menem, que murió este domingo, le imprimió al peronismo hace ya treinta años no despierta hoy los medidos entusiasmos o los exaltados aborrecimientos de su tiempo. Es el momento de tratar de entenderlo.

 

 

Estamos asistiendo al asalto al poder por el kirchnerismo nuclear -Cristina y La Cámpora- que hasta ahora viene arrastrando al resto del peronismo.

 

 

Cuando habló de los docentes que militaban en las aulas, la ministra Soledad Acuña mostró la punta de un iceberg. Es llamativo que ninguna voz oficial lo haya mencionado antes, porque su dimensión está a la vista, al alcance de quien, por ejemplo, recorra las entradas de Wikipedia sobre la historia y la política argentinas.

 

Lo que mejor funciona en el peronismo es la sucesión dinástica, pero el heredero debe superar el test de conducción, en el que fracasó Isabel y tuvo éxito Cristina.

 

A los graves problemas que arrastra la Argentina hay que agregarle uno reciente e inesperado: el país no tiene ni conducción gubernamental ni liderazgo político. Enigma para peronistas. El kirchnerismo se ha metido en un callejón, cuya salida no se vislumbra. El movimiento peronista se encuentra ante una encrucijada.

 

 

El kirchnerista es una variación menor del estilo peronista básico: liderazgo decisionista, legitimación plebiscitaria, rechazo de la tradición republicana y anitliberalismo.


 

El gobierno de Alberto Fernández afronta una aguda crisis económica, agravada por la pandemia, pero sobre todo por la incertidumbre acerca de quién gobierna efectivamente.

 

 

La noticia del secuestro y asesinato del general Aramburu asombró a todo el mundo. Entre ellos, a Juan Manuel Abal Medina, por entonces la mano derecha de Marcelo Sánchez Sorondo, un veterano nacionalista que animaba el Circulo del Plata.

 

 

Montoneros nació en el seno de un movimiento católico en estado de efervescencia. El Concilio Vaticano II había movilizado a la grey y a sus pastores, desatando acumuladas demandas de reforma de todo tipo.

 

 

Hace tres semanas me preguntaba sobre las posibilidades de una propuesta democrática, republicana y popular, capaz de consolidar las difusas demandas del 41% electoral, e incluso ganar apoyos en una zona del otro campo, de modo de construir una mayoría electoral convincente.

 

 

En agosto de 2019 el gobierno de Macri perdió 20 puntos porcentuales de su capital electoral de 2015. En las seis semanas siguientes logró reducir la pérdida en 10 puntos, transformando una catástrofe electoral en una derrota honrosa que alienta expectativas futuras.

 

 

“La legislación sobre el negacionismo pretende imponer la verdad histórica como verdad legal”, escribió Pierre Vidal Naquet en referencia a la legislación europea que penaliza la negación del Holocausto, y que hoy se propone en la Argentina para los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura.

 

 

Desde los foros académicos hasta las charlas de café, no son pocos quienes atribuyen los problemas argentinos al peronismo. Siguiendo la célebre pregunta de Vargas Llosa sobre el Perú, creen que la Argentina se "perjudicó" en 1945.

 

¿Hubo en Bolivia un golpe de Estado? Son muchos los que han limitado a este punto toda su preocupación por la compleja y dramática situación de Bolivia. Podía descontarse la opinión del arco “bolivariano” local. Más llamativa es la de quienes no pertenecen a él y adhieren a un concepto cuyo único referente es el Diccionario de la Corrección Política.

 

 

Las elecciones que consagraron presidente a Raúl Alfonsín plasmaron un ideal de convivencia republicana, pluralista y sostenida en la ética de los derechos humanos

 

 

El Estado ha sido maltrecho y abusado. Los abusadores, como en el cuento de Horacio Quiroga, vienen desde hace mucho chupando su sangre.

 

 

Perón teorizó sobre el arte de la conducción, que unía el palo, la zanahoria y el discurso. A Fernández no le falta labia.

 

 

Ante los problemas del país, el kirchnerismo adopta la posición conservadora de defender el statu quo, mientras que la coalición gobernante promueve el cambio, la modernización y el progreso

 

 

 

En el caso de Perón, la traición fue un instrumentum regni, pero al mejor estilo de una corte de los médicis.

 

 

 

Lo que se inició en Córdoba en mayo de 1969 terminó en una hecatombe: una lucha librada en nombre de una revolución inexistente.

 

 

Todo el mundo habla de “la grieta”. Una metáfora imprecisa se ha convertido en un concepto explicativo de sentido tan evidente que no requiere de ninguna precisión.

 

 

¿Cómo es posible que un Estado activo como el que tuvimos en los años 30 o durante el primer peronismo haya llegado a ser esa cosa lastimosa que nos legaron los Kirchner? La pregunta apunta a uno de los hilos rojos de la historia argentina contemporánea. La respuesta probablemente nos lleve a entender nuestro actual ciclo decadente.

 

 

Para un historiador no es fácil conservar la ecuanimidad cuando se refiere a acontecimientos vividos con intensidad. Quienes hace 35 años escuchamos a Raúl Alfonsín dirigirse, como nuevo presidente de la Argentina, a la ciudadanía congregada en la Plaza de Mayo, sostuvimos que se trataba de una "recuperación" de la democracia.

 

 

Mientras el Papa se dedica a las grandes causas humanitarias, el padre Jorge participa activamente en la política argentina de un modo que desconcierta a muchos católicos

 

 

En los años 70 del siglo XX la muerte empezó a ser protagonista cotidiana de la política. Comenzó a naturalizarse como algo normal.

 

 

En estos 35 años las instituciones democráticas han debido arreglárselas solas, y hasta han explorado la vía del “golpe blando”.

 

 

La intrínseca relación entre desarrollo y democracia formó parte del sentido común de varias generaciones. Desde principios de los años sesenta, en las teorías del desarrollo se dio por sentado que dictaduras y oligarquías eran los regímenes propios del subdesarrollo y que, con el desarrollo, la democracia surgiría casi naturalmente.

 

 

Solo el diálogo y la confrontación democrática pueden hacer frente a las versiones maniqueas del pasado que alimentan discursos desestabilizadores

 

 

Desde hace cincuenta años la Argentina transita una decadencia jalonada por crisis recurrentes. Al cabo de cada una, el país está un poco peor. La decadencia tiene muchas dimensiones -económica, social, cultural, ideológica- pero todos los problemas remiten a un plexo neurálgico: el Estado.

 

 

Conocí el otro lado de la grieta. Estar allí no fue fácil, pero tampoco terrible. Con precaución, sin descuidarse, es posible convivir y hasta dialogar.

 

 

Como a la cigarra de María Elena Walsh, al peronismo tantas veces lo mataron, y otras tantas resucitó.

 

 

Siento la necesidad de comparar todos los asesinatos de los setenta para entender qué lleva a una persona a matar.

 

 

Más vale solo que mal acompañado, suele decirse. Pero Hugo Moyano hoy está solo y también mal acompañado. Lo rodea gente que no lo quiere: unos cuantos sindicalistas kirchneristas, los de las dos CTA, los gremialistas de la izquierda dura y las organizaciones sociales piqueteras. En cambio, sus compinches de tantas batallas, la vieja "burocracia sindical", lo vienen abandonando, uno a uno.

 

El kirchnerismo perdió una batalla, pero anunció que ese será el camino; al Estado le toca defender las instituciones

 

Cómo el populismo y la suma de tradiciones políticas busca interpretar el caso Maldonado o el del submarino desde una lógica faccional.

 

No es fácil desarmar una versión hegemónica, pero la sociedad y el Estado deben dar el impulso para dejar atrás maniqueísmos

 

Cuando era muy chico -hacia 1950- en mi casa se decía "esto no dura".  Durante mucho tiempo esperé el final del peronismo pero, como dijo Discépolo, "la vida me negó las esperanzas que en la cuna me cantó".

 

Quizá Macri esté pensando en invadir las Malvinas. ¿Por qué no? Ya se sabe que él “es la Dictadura”, que sus políticas son neoliberales, que hambrea y reprime al pueblo y -novedad reciente- que promueve la desaparición forzada de personas.

 

En el futuro cercano, el peronismo deberá elegir entre extremar la polarización simbólica con el Gobierno o buscar los acuerdos que permitan normalizar el país.

 

Es imposible construir una sociedad civil robusta sin un Estado que administre la Nación de un modo eficaz, para que el bien común se imponga sobre el corporativismo de unos y otros.

 

Los historiadores tienen el desafío de analizar el pasado que duele y separarlo de las querellas presentes

 

La sociedad es reacia a pagar los costos de acatar las normas, como lo muestra la reacción al fallo de la Corte por el "dos por uno"

 

La Provincia de Buenos Aires ha establecido por ley que, entre 1976 y 1983, la dictadura cívico militar produjo 30.000 desaparecidos. La decisión, que obliga al Estado provincial, tiene la generalidad de una declaración de principios.

 

Largos años de prácticas viciadas fueron modificando nuestra cultura, germen que nos impide avanzar y que pone al Gobierno en una encrucijada.

 

Muchas voces públicas se preguntan hoy por qué el gobierno comete errores. Pero gobernar implica equivocarse, y frecuentemente. La pregunta importante es otra: ¿qué debe hacer un gobierno democrático cuando se equivoca? ¿Persistir en el error, o admitirlo y corregirlo?

 

Para construir la democracia se hace necesario romper el enfrentamiento entre el deber de “memoria” y el de la “verdad”.

 

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