Vicente Massot
Cada etapa de un gobierno -cualquiera que éste sea- tiene una determinada característica. Algo que la identifica y define. Hay, pues, momentos en que prima la administración de las cosas y otros en donde el lugar de privilegio lo tiene el ajuste de la economía.
Nadie da lo que no tiene y nadie tiene lo que no puede ejercer. La sentencia, que data de siglos y fue utilizada por los pensadores contrarrevolucionarios que, en su momento, recusaron la teoría de la soberanía popular, bien puede servirnos para ilustrar qué tanto es legítimo exigirle al gobierno actual.
La pregunta más escuchada en estos días se refiere a la suerte que puede correr en los próximos meses Cristina Fernández. Con base en el desafuero y la posterior detención de Julio De Vido, las especulaciones que se han echado a correr son de nunca acabar.
Nadie imaginaba que de pronto, salido casi de la nada, el cuerpo descompuesto de Santiago Maldonado aparecería flotando en el río Chubut horas antes de que comenzase la veda electoral, previa a los comicios del domingo.
A condición de tener presente que es una expresión de deseo y nada más, bien está que los empresarios que en el curso de la semana pasada poblaron el coloquio de IDEA, en Mar del Plata, crean que la Argentina puede convertirse en Australia o Canadá si el gobierno macrista pone en marcha ciertas reformas estructurales después de las elecciones del próximo domingo.
Cuando faltan menos de catorce días para que se substancien en todo el país las elecciones legislativas previstas para el 22 de octubre, nadie en el espacio reservado a la política ni tampoco analista o encuestador alguno -que no se halle ideológica o crematísticamente vinculado a Cristina Fernández- se llama a engaño respecto del resultado.
Es conveniente distinguir lo que resulta impactante en la política criolla de aquello que, sin aparecer en las portadas de los principales diarios o en los programas de mayor rating de la televisión, es verdaderamente importante.
Trascendió, en el curso de la semana pasada, que los peritos de la Gendarmería habían determinado que el ex–fiscal Alberto Nisman, lejos de suicidarse, resultó asesinado en su departamento por dos personas cuya identidad –obviamente- se desconoce.
Seamos sinceros, por una vez, aunque ello signifique reducir a escombros uno de los tantos mitos erigidos desde hace décadas por las tribus progresistas y los cultores de lo políticamente correcto: ¿quién se acuerda de José Luis Cabezas? -Nadie que no forme parte de su familia y del conjunto de sus amigos. Pero no es este el único olvidado.
El pasado día viernes Cristina Fernández tomó conciencia -si acaso no lo había hecho antes, lo cual sería raro- de que los próximos meses no resultarán para ella miel sobre hojuelas.
Una victoria electoral de tamaña resonancia -que, casi con seguridad, se ampliará en los próximos comicios del mes de octubre- no podía carecer de consecuencias inmediatas. Hubiese sido ridículo suponer, con base en un fundamento serio, que las mismas se producirían en el campo económico o social.
Existía la posibilidad de que el domingo, una vez abiertas las urnas, los festejos estallaran en el bunker de Cambiemos y en el del kirchnerismo al mismo tiempo.
Si hace un año se hubiese realizado una encuesta respecto de cuanto sucedería en las elecciones legislativas de 2017, nadie habría imaginado lo que -de no mediar algún imponderable- quedará en evidencia el próximo domingo 13 de agosto: será una disputa, reñida como pocas. La sola idea de que Cristina Fernández pudiese encabezar todos los sondeos de opinión conocidos sonaba disparatada doce meses atrás.
Sucedió cuanto era previsible que ocurriese: inmediatamente después de conocidos los nombres de quienes competirán en los próximos comicios de agosto y de octubre, dieron el presente las encuestas de opinión.
El viernes en horas de la noche, en el departamento que Cristina Fernández tiene cerca de la plaza Vicente López, ella y su ex–ministro del Interior, Florencio Randazzo, se reunieron con el propósito de considerar si, a horas apenas del cierre de las listas de candidatos, era posible llegar a un acuerdo entre ambos y de esa manera cerrar la brecha que se había abierto en el peronismo bonaerense de cara a las elecciones del próximo mes de octubre.
En el curso de una historia que lleva ya más de setenta años, el peronismo ha conocido en carne propia, y sobrellevado con singular éxito, no pocas crisis. Desde septiembre de l955, cuando la Revolución Libertadora puso fin al gobierno encabezado por su líder, le fueron extendidas a ese movimiento un sinnúmero de actas de defunción.
Hay un tema que hasta la semana pasada no era secreto, ni mucho menos, pero sólo resultaba materia de comentario, especulación y análisis en los círculos politizados del país.
El inicio del ciclo electoral dejo una serie de cosas en claro. Por de pronto, que los comicios que acaban de substanciarse en las provincias de Corrientes, La Rioja y Chaco tienen una importancia relativa. No es que carezcan total y absolutamente de peso y, por lo tanto, no merezcan consideración ninguna.
Es un secreto a voces la influencia que tiene y el temor que despierta Elisa Carrió en el Peo. Una lectura superficial haría hincapié en el hecho de que es una diputada distinguida, siempre dispuesta a levantar la voz y erigirse en fiscal de la República.
Conforme transcurre el tiempo y se acercan, no tanto las elecciones como las fechas para definir las candidaturas de quienes competirán en las PASO del mes de agosto y luego en los comicios de octubre, uno de los tres contendientes parece no tener apuro ninguno en definirlas, mientras que en los dos partidos restantes todos son conciliábulos, disputas, intrigas y negociaciones.
A la hora de explicar el reciente fallo de la Corte Suprema -que en el curso de la semana pasada generó una polémica aún abierta en la sociedad argentina- hay quienes piensan en una suerte de conspiración.
A la hora de explicar el reciente fallo de la Corte Suprema -que en el curso de la semana pasada generó una polémica aún abierta en la sociedad argentina- hay quienes piensan en una suerte de conspiración.
Los políticos, cualquiera que sea su formación ideológica y el partido al cual pertenezcan, suelen plantarse frente a la gente -o, si se prefiere, delante de la opinión pública- adoptando comportamientos comunes.
Los políticos, cualquiera que sea su formación ideológica y el partido al cual pertenezcan, suelen plantarse frente a la gente -o, si se prefiere, delante de la opinión pública- adoptando comportamientos comunes.
Hace bien el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, cuando sostiene que los salarios se están recuperando.
Hace bien el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, cuando sostiene que los salarios se están recuperando.
Nunca antes, en el curso de los quince meses que lleva andando la gestión de Mauricio Macri al frente del gobierno, había sido tan visible el final de la luna de miel. Duró, prácticamente, de diciembre a diciembre y terminó de manera abrupta a comienzos del presente año.
Por primera vez desde diciembre del año 2015, cuando Mauricio Macri se hizo cargo de la presidencia, el índice de confianza -o, si se prefiere, de expectativas- de la ciudadanía, no sólo registró una caída desfavorable para el gobierno sino que -en la encuesta conocida el pasado día lunes- son más los pesimistas que los optimistas en punto a cómo imaginan los argentinos su futuro personal.
Nunca antes, en el curso de los quince meses que lleva andando la gestión de Mauricio Macri al frente del gobierno, había sido tan visible el final de la luna de miel. Duró, prácticamente, de diciembre a diciembre y terminó de manera abrupta a comienzos del presente año.
Por primera vez desde diciembre del año 2015, cuando Mauricio Macri se hizo cargo de la presidencia, el índice de confianza -o, si se prefiere, de expectativas- de la ciudadanía, no sólo registró una caída desfavorable para el gobierno sino que -en la encuesta conocida el pasado día lunes- son más los pesimistas que los optimistas en punto a cómo imaginan los argentinos su futuro personal.
La movilización de la CGT, que tanto ha dado que hablar desde el mismo momento en que terminaron los discursos de los capitostes sindicales el pasado día martes y comenzaron los incidentes de todos conocidos, merece algo de atención; menos por la deriva de la relación del gobierno con la central obrera que por el significado que tuvo para los Gordos -por llamarlos de un modo cariñoso- el hecho de que una facción menor de la izquierda, en combinación con el kirchnerismo, hubiese tomado el palco y obligado a ellos a abandonarlo por la puerta de servicio, dejándolos en ridículo.
Los gobernantes -de más está decirlo- declaran cuanto se corresponde con sus intereses. ¡Bueno sería que hiciesen lo contrario! Defienden a capa y espada las decisiones que consideran acertadas y las cifras que convalidan su gestión, con el mismo o parecido énfasis con el cual embisten contra sus enemigos.
Aunque hubiese sido planeado -algo que debe desestimarse por absurdo- el ejercicio gubernamental no hubiera podido ser peor que el desenvuelto en los dos primeros meses de un año electoral decisivo.
Hace siete días, poco más o menos, la señora gobernadora de la provincia de Buenos Aires dijo -sin que le temblara la voz y en un momento en que nadie había tirado sobre el tapete el tema de las elecciones legislativas de octubre- que, si la alianza oficialista perdiese en el distrito más importante del país, “el mundo no se acabaría”.
Todo parece indicar que el peor momento del reacomodamiento de precios relativos es cosa del pasado.
La Argentina es, en muchos aspectos, el país del eterno retorno. Entre nosotros, por las razones que fuera, todo pasa para -al cabo del tiempo- resurgir como si tal cosa.
Las miles de personas que el pasado viernes se congregaron -como es ya costumbre- en la plaza histórica para ventilar desde allí críticas e insultos por igual a expensas del gobierno macrista, en un solo aspecto eran semejantes a las que desfilaron en contra del kirchnerismo en los últimos años de la administración presidida por Cristina Fernández.
Al margen de todo lo que se ha escrito respecto de los errores cometidos por el gobierno en el tema de los aumentos de las tarifas, hay un dato que pasó desapercibido y que, por lo tanto, no fue materia de análisis en el curso de las últimas semanas.
Marcelo Tinelli es un showman como pocas veces se ha visto otro en estas tierras. El éxito que ha generado lo ha convertido en una marca registrada.
Desde que tomó las riendas del gobierno, Mauricio Macri ha sumado en su haber diferentes ventajas y, como no podría resultar de otra manera, ha cometido errores de distinta índole.
Vivimos en medio de la corrupción durante décadas, sin prestarle demasiada atención. Sabíamos, además, hasta qué topes había llegado y cuánto estaba enraizada en el sector público.
El kirchnerismo está muerto y no hay Cristo capaz de resucitarlo. Pero a muchos la cuestión no les pareció tan clara.
El país entero conocía desde antes de substanciarse la segunda vuelta de la elección que consagraría como próximo presidente de la Nación, según fuesen los resultados, a Mauricio Macri o a Daniel Scioli, la herencia envenenada que recibiría el gobierno que tomase asiento en la Casa Rosada el 10 de diciembre. Cuando el líder de Cambiemos se impuso al candidato del Frente para la Victoria, nadie esperó que aplicase una política de shock. El ajuste era tan inevitable, como gradual sería su implementación.
El país entero conocía, desde antes de substanciarse la segunda vuelta de la elección que consagraría, según fuesen los resultados, a Mauricio Macri o a Daniel Scioli, como próximo presidente de la Nación, la herencia envenenada que recibiría el gobierno que tomase asiento en la Casa Rosada el 10 de diciembre.
La reunión que el jueves próximo congregará -salvo postergación de último momento- a la plana mayor del peronismo nacional, no será decisiva respecto al futuro de ese movimiento político, aunque marcará un antes y un después en términos del kirchnerismo como astro declinante.
Entre las muchas formas que hay para distinguir los gobiernos que se han sucedido entre nosotros desde 1983 a la fecha, resulta muy ilustrativa la que pone en una vereda a aquellos capaces de reivindicar con éxito todo el poder -y que, por ello mismo, le dejaron a las banderías opositoras el papel de simples comentaristas de la realidad- al par que sitúa en la vereda de enfrente a los que, por las razones que fuere, necesitaron compartir parte de su poder.
Cuanto parecen trasparentar los discursos públicos, ademanes, gestos y gritos -que también los hay- de la clase política argentina, resulta engañoso. Si nos dejásemos llevar por esa serie de exteriorizaciones y, con base en las mismas, decidiésemos trazar un análisis de la realidad, nos equivocaríamos de medio a medio.
Decir que el gobierno se halla en una situación delicada no representa una novedad. Pero que así sea se debe menos al resultado de sus presuntas flaquezas, la falta de capacidad de sus elencos ministeriales o las indecisiones del presidente, que al peso de un ajuste cuya puesta en marcha era inevitable pero cuyas consecuencias -políticas y, al propio tiempo, sociales- no parecen haber sido previstas, por los ganadores de los comicios de noviembre pasado, en toda su envergadura.
Si Daniel Scioli hubiese sido el triunfador en la segunda vuelta que, en noviembre del año pasado, lo tuvo a él y a Mauricio Macri como competidores excluyentes, habría tenido que poner en marcha un plan de ajuste semejante al que implementó el actual presidente y que, por el momento, no ha alcanzado al gasto estatal.
Fueron tantos los actos en los cuales las diferentes banderías justicialistas recordaron -como lo han hecho todos los años, desde 1946 en adelante- el así llamado Día de la Lealtad, que un ignorante en la materia podría haber pensado, no sin alguna razón, en la pujanza de un movimiento así.