Francisco Sotelo

El triunfo contundente de Javier Milei sobre el oficialismo es un síntoma clarísimo del humor popular. El balotaje lo instaló como la única esperanza para terminar con el kirchnerismo. Con ello, Argentina ingresa en una nueva etapa con un proyecto que muchos creen que puede resultar en un cambio histórico, pero otros tantos temen una catástrofe.

El desabastecimiento de combustible de estos días en el país es el telón de fondo más expresivo que podría tener la confrontación entre Sergio Massa y Javier Milei. 

Los cambios en Ganancias y el reintegro del IVA reducen la recaudación en $1 billón. La incertidumbre se apodera de la gente y ningún candidato ofrece certezas.

El cierre de listas para las primarias de agosto trajo muchas sorpresas, pero de ninguna manera despeja los interrogantes que se hace hoy el ciudadano común y corriente. Es probable que haya mucho más entusiasmo por la presencia de Lionel Messi en las despedidas de Maxi Rodríguez y de Román Riquelme que por las candidaturas para elegir a quién gobernará el país desde diciembre durante los próximos cuatro años.

En medio de la postergación de comicios en San Juan y Tucumán por disposición de la Corte Suprema, y ante la inminente impugnación a la candidatura de Gildo Insfrán, el oficialismo envió señales alarmantes.

En medio del desconcierto que vive el país desde hace dos semanas, lo más aconsejable sería la prudencia y, por una vez, al menos, abandonar una narrativa fantasiosa, donde se intenta negar los gravísimos problemas que afligen a las familias argentinas.

El discurso de Alberto Fernández ante la Asamblea Legislativa, el miércoles pasado, fue seguido por un aluvión de acontecimientos que desmintieron, casi palabra por palabra, ese país soñado donde los únicos problemas se deben "a la Justicia, los medios y la oposición".

La sobreactuación de Alberto Fernández con su viaje a San Pablo para rendir culto a Lula no tiene nada que ver con la política internacional que ambos países deberían plantearse antes que sea tarde. Las relaciones se han visto comprometidas por las limitaciones de Fernández combinadas con la visión reaccionaria y grotesca de Jair Bolsonaro.

Alberto Fernández reemplazó a tres ministros y designó en su lugar a otras tantas mujeres. Sin embargo, cuesta encontrar algún indicio de que estas designaciones representen algún tipo de relanzamiento, o al menos, de un refuerzo como para enderezar el rumbo de un Gobierno del que no se sabe hacia dónde va.

La posibilidad de un diálogo entre Mauricio Macri y Cristina Kirchner sería un atisbo de normalidad republicana en un país donde esa idea parece una utopía. 

El atentado frustrado contra Cristina Kirchner desencadenó un tornado de torpezas que ayudan a comprender por qué la Argentina anda a los tumbos. La primera, el decreto de Alberto Fernández que dispuso un "feriado nacional con movilización" – un paro convocado por el gobierno – que demuestra haber medido la gravedad de lo ocurrido, pero con parámetros ajenos a la institucionalidad y demasiado cercano a las urgencias políticas.

Contra la acusación profusamente documentada de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola, la vicepresidenta Cristina Kirchner contrapuso una representación escénica. Los primeros utilizaron el método y el lenguaje jurídicos, aplicados a un juicio oral, y lo hicieron en el ámbito tribunalicio. 

La destrucción de un silobolsa con 8 toneladas de soja en Santa Fe, el lunes 25, apenas 72 horas después de que Alberto Fernández acusara al sector agropecuario de especular con el precio de la oleaginosa y mencionara, justamente, ese sistema de mantenimiento del grano es un síntoma más del tembladeral social que genera un gobierno sin plan de navegación ni piloto. 

La inflación es una fábrica de pobreza, que permite prolongar en el tiempo lo que el historiador Tulio Halperin Donghi definió como "una larga agonía". 

Es probable que pocas veces antes se haya visto una crisis de poder debida al descalabro interno de un gobierno, como la que estamos presenciando desde el domingo en la Argentina. En lo que parece una pausa en la crisis, Alberto Fernández “honró el pacto” con Cristina Kirchner, que lo depositó en la presidencia.

 

Con más de 90.000 muertos por COVID y una curva de defunciones diarias que crece impiadosamente, queda claro que el problema sanitario es el más urgente de nuestro país, cuya estructura hospitalaria y preventiva se ha visto desbordada por una gestión ineficiente de la pandemia.

 

 

Dice el historiador francés Pierre Nora: "La memoria depende en gran parte de lo mágico y solo acepta las informaciones que le convienen. La historia, por el contrario, es una operación puramente intelectual, laica, que exige un análisis y un discurso críticos".

La presencia del secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla, en Formosa dejó perfectamente en claro que el único motivo de su viaje fue el de legitimar a Gildo Insfrán.

Da la impresión de que "el gobierno de científicos" tarda en aparecer. La descoordinación y la improvisación pasan a convertirse en un hábito. El canciller no estuvo en el encuentro virtual de Alberto Fernández con Joe Biden. No estuvo porque fue a Olivos y la reunión era en la Casa Rosada. Parece increíble, pero es real.

“Supongo que desde el lunes comenzará una negociación y confío en que el Gobierno llegue a un acuerdo razonable; si es así, y nosotros actuamos con racionalidad en adelante, sin caer en las irresponsabilidades de siempre, podemos encontrar un camino de salida”.

 

 

La pandemia muestra lo mejor y lo peor de los argentinos. Desde la solidaridad y el altruismo extremos, hasta la mezquindad de lucrar con la necesidad ajena.

 

 

La agraviante referencia de Elisa Carrió a la muerte de José Manuel de la Sota no es un exabrupto, un error o una grosería: es un síntoma. Quien pondera una tragedia como beneficio en el mundo de la política es alguien que preanuncia la fragilidad de su propia posición, o la de su fuerza. Aunque se trate de un "lapsus".

 

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