Roberto García
Doble incógnita. Persiste la duda sobre la convocatoria o no de las PASO y, menos meneada, es la vacilación para llamar o no a un adelantamiento de los comicios debido a una crisis indominable de la economía. Múltiples argumentos en uno u otro sentido, los dos recursos se analizan en los laboratorios partidarios.
El nuevo y apresurado maquillaje ministerial, de dudosa calidad por carecer de make up importados, revela grietas inocultables del rostro albertista, imposibles de tapar hasta por las tres mujeres incorporadas. Insuficientes Kelly Olmos, Tolosa Paz y Ayelen Mazzina. Basta ver el registro de fisuras:
Tiempo tormentoso, cielo negro. Inesperado fenómeno de violencia en la cancha de Gimnasia de Esgrima de La Plata. Nadie pensaba que una crisis en el Gobierno -en dos, hay que incluir al provincial- se iba a desatar por un partido de fútbol. Ni que fuera una batalla como en dos países centroamericanos (Honduras y El Salvador). En todo caso, los índices de inflación, pobreza o caída salarial podían provocar rebeliones sociales, económicas, nunca el ingreso popular a un estadio. Error de los teóricos de la revolución.
En su nuevo libro que sale el 18 de este mes, el ex mandatario hace elogio del "no" rememorando tres situaciones personales cuando se negó en temas como Cromagnon, Riquelme y Maradona.
Quien los veía salir del country en la noche de hace dos domingos, después de comer un asado, imaginaba que la relación era floreciente, cordial. Pero en 15 días se derrumbó esa impresión. Por la señal de un alto funcionario, el designado economista Gabriel Rubinstein, quien fulminó a la ya lejana administración kirchnerista como responsable de cuanto desastre atraviesa la Argentina. Una provocación inesperada de quien jura responder al mando del ministro de Economía, el anfitrión de la comilona, Sergio Massa.
Si el domingo Lula se consagra en Brasil, habrá fiesta doble. En Olivos y en la Recoleta, cada barrio por su cuenta. Alberto en un lado, Cristina en otro.
Se volvió un experto en movilidad declarativa. Alberto cambia, sin prejuicios ni rubores, de una confesión a otra, salta de preservar las PASO a la posibilidad de suspenderlas. Desconocía lo que traman gobernadores como Schiaretti, Perotti, el massismo y en alguna medida Cristina: carece de información, además de convicción. Y hasta su colorida traductora repite ese arte engañoso.
Debe tener una grandiosa fotocopiadora el embajador Jorge Argüello. Le vendió al Presidente y al ministro de Economía un itinerario igual, paradas semejantes y los mismos resultados.
Casi termina a las trompadas. No hubo pelea merced a la diferencia de peso entre los posibles contrincantes. El basilisco senador del PRO, José Torello, un fornido ex rugbier, quiso trompear a un interlocutor cercano, el mismo al que le confió entretelones de su cita en la Cámara alta con Cristina Fernández de Kirchner el 11 de julio pasado. Pero contuvo el puño por exceso de fuerza, se conformó con un inventario de insultos reprochándole a su amigo falta de reserva por contarle a un respetado columnista parte de la entrevista. Como si el indiscreto no hubiera sido él, olvidando que siempre el minuto de fama tiene un precio.
El mundo Macri se volvió efervescente, pero un punto sobresale con nitidez: la reunión de Torello con la Vicepresidente.
Quedaron cuatro candidatos en el oficialismo: Sergio Massa, Cristina de Kirchner, Wado de Pedro y Daniel Scioli. Sorprendió a muchos el último raid del ministro: en un mes, desde Economía, pasó del fondo de la tabla a soñar con la postulación presidencial. Hazaña de equipo chico, finalmente es de Tigre.
Ya el último lunes estaba concluido el posible misterio del fallido atentado a la Vicepresidente de la Nación. Pronto pasará a juicio según la instrucción de la jueza María Eugenia Capuchetti.
Estalló un asombroso fenómeno desde que el fiscal Luciani alegó contra la corrupción de Cristina Fernández: se aceleró el proceso político de la Argentina hacia 2023. Casi una anticipación. Y se empezaron a borronear alternativas: adelantamiento electoral, eventual suspensión de las primarias (PASO). Pocos días después, ese cambiante escenario se trastornó con exagerada velocidad por el intento criminal contra la vicepresidenta, desatando un vértigo violento: la viuda de Kirchner pasó de culpable judicial a víctima de un magnicidio, estrella única de los titulares.
Si bien se alza e inaugura un ciclo de desobediencia para salvar su pellejo de la Justicia, tras los incidentes en Recoleta, se armó una tregua entre Ella y el Gobierno de la Ciudad. Se asustaron ante un eventual descontrol en la calle.
Desde que lo ungieron, Sergio Massa se planteó la visita a los Estados Unidos como un hito determinante en su gestión. Para él, nacimiento u ocaso. Para sus interlocutores, una invitación al baile con tragos gratis. Desde entonces, “recargado” como en las series, se ocupa todos los días –entre Tigre, el Ministerio y sus oficinas porteñas– de ese itinerario que empieza la semana del próximo 6 de setiembre.
A pesar de que el ejemplo sea detestable, ella viene a constituirse como la esposa de Escobar Gaviria, una rara inocente. Una salida que puede afectar la memoria de Néstor.
Empieza la semana con una conclusión: el epílogo mañana del alegato compartido del fiscal Diego Luciani y su colega Sergio Mola sobre la responsabilidad de la vice Cristina Fernández en la causa Vialidad, atractiva judicialmente como pocas en la vida democrática. Y mucho más apetitosa para los medios.
Cuesta creer que al ministro de Economía hoy le encanten esas apariciones imprudentes de Malena. En apenas diez días produjo actos que nadie sabe si lo benefician.
“Ministro de Economía busca ministro de Economía”. Mañana promete Sergio Massa saldar ese vacío al designar a su segundo en la cartera, cargo que rebotó en varios candidatos (Redrado, Peirano, Álvarez Agis, familia Lavagna, Bossio, Rapetti) y hasta casi concluye en un macro economista (Gabriel Rubinstein) al que no conocía –solo lo vio una vez– y quien está dispuesto a aceptar la nominación aún si le hubieran impuesto la condición de disculparse públicamente con Cristina Fernández de Kirchner, a la que había ofendido por Twitter más de una vez.
El despertar sulfúrico de Blancanieves que volvió del sueño con su flechazo moralizador. Se calzó las zapatillas del bowling y empezó a arrojar los bolos.
A los secretarios de los Príncipes (De his quos a secretis príncipes habent), le asigna Maquiavelo una importancia clave. Según él, la inteligencia de Sergio Massa –para elegir un ejemplo pedestre y flamante– se manifiesta según con quiénes se rodea. Habrá que reputarlo de moderado si opta por competentes y leales. O, si sus designados secretarios resultan de otra manera, se califica de mala la opinión sobre el Príncipe: en esa elección de colaboradores se revela su primer error.
Massa metió un coche bomba en la Casa Rosada. Nadie conjetura sobre la magnitud de la explosión. Tampoco hay certeza sobre la suerte final del chofer. Se habla de una lista de víctimas, encabezada por un Presidente destruido que le miente hasta a su perro Dylan (le dice: estamos más fuertes de lo que muchos creen). El collie asiente. Un esclavo, como diría Hemingway, quien prefería a los gatos. Y una Vice que se distrae luego de haber precipitado la crisis con abstrusas presiones hasta que él le dijo: “Bueno, entonces me voy”. Y ella, ante el abismo, contestó: “Vinimos juntos, nos vamos juntos”.
Macri formula, para la coalición opositora que integra y que no sabe si preside, una sencilla pregunta: ¿para qué queremos ganar? Por ahora, obtiene mínimas respuestas de sus interlocutores en el bloque.
Desopilante o no, el carrusel de versiones se disemina. Vale atender el nervioso reguero aún como forma de entretenimiento:
Cristina Kirchner busca lograr un alboroto callejero para provocar la renuncia de todos o algunos miembros de la Corte Suprema y así impedir la continuidad de los procesos judiciales en su contra.
Otra vez Sergio Massa. Conjeturas varias luego de la reunión en Olivos, el miércoles 13, entre un Presidente encerrado como un bicho bolita, irresoluto, una Vice más avasallante que un huracán y el titular de la Cámara de Diputados al acecho de la Jefatura de Gabinete. Cuesta la armonía en ese trío, ni por conveniencia concilian el uno con la dos, más precisamente la dos con el uno.
Ni un tuit, ni una carta, ni un mu. Precavida, la viuda de Kirchner hoy se arrepiente del último desenlace que provocó, inclusive advierte que no podrá desprenderse de la suerte de Batakis como intentaba separarse de Guzmán.
Ingreso al panteón de las frases inolvidables, a la patética memoria de los ministros que pasaron por Economía. Con récord de velocidad, inclusive, frente a sus antecesores. Dijo Silvina Batakis en las primeras 24 horas de gobierno: “Hacer turismo es quitar trabajo”. Para el frontispicio de Pericles.
Hubiera sido explosivo Massa en el Gobierno. Creía que en Diputados no prosperaba como político ni revertía una opinión publica negativa.
Meditó Alberto Fernández y le opacó el discurso a Cristina al difundir la renuncia de Martín Guzmán justo cuando ella disertaba en el aniversario 48 de la muerte de Perón. Una alevosa premeditación: la carta de la dimisión ya estaba preparada. Algo de medios entiende el Presidente: un fogonazo para apagar otro fogonazo.
Al igual que con Domingo Cavallo, habrá que asimilar el espíritu solidario de Carlos Melconian con posibles gobiernos.
El fogonazo de cuestionar a los “tercerizados”, a los movimientos sociales mediadores entre el Estado y los pobres (cobrando un fee, obviamente, sea en dinero o poder) dominó la última aparición de Cristina, la más relevante quizás desde que llegó con Alberto. O desde que lo llevó a Alberto a la Casa Rosada. Inició una guerra.
La Vice apunta contra el único sector agraciado que sostiene a Alberto Fernández. La pelea, como siempre, es por plata y se viene un choque de trenes entre las dos partes.
Contra una desmesurada opinión desfavorable, generada por información errónea, esta semana se podría conocer la aceptación del gobierno de Israel a la candidatura de Cristina Caamaño como embajadora en ese país.
Scioli asumió con la expectativa de convertirse en el heredero presidencial del oficialismo, pero ya se entierra en el barro gubernamental y Rossi declaró sin inteligencia sobre el aterrizaje de un avión marginal.
Invierno desafortunado para Cristina de Kirchner y Mauricio Macri: a una le sobran los guantes y le faltan medias de lana. Al otro le ocurre al revés. Conclusión metafórica: van a tener frío en los pies o en las manos. Interesa la paradoja: son los dos grandes electores para 2023.
Más típico: echaron a ese funcionario por delatar un delito y no por la presunta corruptela en el nonato gasoducto Néstor Kirchner.
Empezó la carnicería cuando muchos insinuaban una tregua entre el Uno y la Dos. Hay olor a florería, pero no es atribuible al cumpleaños de YPF. Más que aniversarios famosos se respiran velatorios, funerales, tiempos de coronas en lugar de atractivos bouquets. Las dudas: mañana se cambia a un ministro de Producción (el renunciante Matías Kulfas) o se modifica un curso del Gobierno con la unificación de carteras (Producción y Agricultura, o Transporte con Producción).
La dama no pudo asestarle un puñetazo ejemplar para dormirlo un rato al Presidente. Tampoco a ese ministro peso mosca, Guzmán. Ella sigue decepcionada y le encantaría propiciar un cambio, la llegada de un equipo que reordene al gobierno y sea encabezado por Sergio Massa, hoy más de su lado que de Alberto.
Unos se rompen porque van a perder. Y otros se quiebran porque van a ganar. Así viven las dos grandes coaliciones políticas del país, ambas apresuradas frente a elecciones todavía distantes, alejadas. Impaciencia colectiva, nac and pop argentina: la fractura como insignia.
Va contra aquellos que no lo reconocen y que lo extraditaron como a "Pepín", una nómina de indeseables para él. Quiere preservar en forma pareja el título de la agrupación opositora, no perder la identidad de dos conceptos, que "Juntos" o la prioridad de estar unidos no signifique sacrificar la idea del "Cambio".
Cuando parecía imponer el “Método Néstor” en su confrontación con Cristina, Alberto Fernández tuvo un traspié: se cayó el telón de un improvisado acto organizado por un sindicalista, Gerardo Martínez, titular del gremio de la construcción. En rigor, el fracaso provino de quien se apresuró en convocar la manifestación, el jefe de Gabinete Juan Manzur. Por estimular el orgullo de su breve líder con una multitud y bajo la consigna de “yo le pongo el pecho a las balas”, terminó perforado, como lo dice la física.
Al alfeñique político que pusieron en el gobierno se le han subido los humos y ni les contesta el teléfono. Para colmo, otro raquítico del gabinete, Martín Guzmán, se permite declaraciones insolentes que exceden el rubro de la economía, contra la doctora y sus acólitos.
Justo tocó el punto G de la ira femenina. A Cristina, claro. Una provocación de Alberto con declaraciones que, para ella, fueron ofensivas. Quedó estupefacta, evitó responder con la excusa de que ocupaba la Presidencia y no correspondía complicar a la institución en el vaudeville oficialista.
Country y asado en la residencia Massa con todos economistas como invitados. El tigrense busca liderar un Consejo Económico y Social y reducir los ministerios a la mitad.
Aunque vive reprochándose la designación de Alberto como máximo error, Cristina insiste en elegir nombres para su elenco soñado. Una debilidad esa repetición de pifias políticas que, aparte del Presidente, incluye fracasos varios (Zannini acompañando a Scioli, Cobos a su propia vera, Boudou en la Casa de la Moneda, Guzmán como alumno de su endiosado Stiglitz).
Cambiante en el ánimo, mantiene la doctrina Scioli de la "nada". Al menos, en relación con la temperamental Cristina. Ni una respuesta. Aunque alienta la actividad de un especialista en terapia de parejas, Sergio Massa.
Cada vez pierde más socios el Club Defensores de Guzmán. Alberto Fernández, ha ligado su propia existencia al destino del economista. El ministro está igual que Tinelli en San Lorenzo o Moyano en Independiente: al borde del abismo.
Mejor decir que tiene astucia a llamarla astuta, como se ufanaría la recordada Mafalda. Broma menor a quien se responsabiliza de la treta que le permitió dividir como una ameba al bloque oficialista en el Senado para obtener un delegado propio en el Consejo de la Magistratura.
Además de propiciar una interna en su partido, ahora se dispone a presidir una de las fracciones postulantes a encabezar la formula opositora en el 2023.