Hugo E. Grimaldi
Hay dos elementos instrumentales clave que definen de modo cabal al actual Gobierno y ambos fatalmente derivan del modo en que el mismo fue gestado en la cabeza de Cristina Kirchner.
Tal como le suele suceder a la Argentina en muchos aspectos, la indignación, a veces sobreactuada, supera a la necesidad de buscar caminos comunes y esa tara monumental le pone múltiples trabas a cualquier desarrollo. Así, pasan los meses y el diagnóstico es de empeoramiento persistente de la situación económica y social. Por estos días, el término "bomba" ha generado un revuelo tal que lo que debió ser una discusión propia de campaña electoral ha terminado tapando, quizás por una decisión racional de embarrar la cancha, la actual inacción de la política.
En el lodo en el que se juega la política hoy en día, un ring que ha tomado una forma más que grotesca durante las últimas semanas por la desconexión que tiene con el padecer ciudadano, vale todo.
Si bien una alegría entre tanta malaria sería algo más que deseable que llegue a esta altura de la función de la mano de un título mundial, han sucedido y suceden cosas de fondo en el país que generan más preocupación que el fútbol, aunque el influjo de un torneo de este calibre, ya en los tramos finales, es algo irresistible para quienes hacen de la manipulación de la opinión pública un arte. Si hasta Lionel Messi ha quedado atrapado en el medio de la grieta. Moraleja: siempre se le puede dar a este tipo de fenómenos una vuelta más.
Si bien el trasfondo político, económico y social de la Argentina sigue siendo de barro y mucha suciedad, la posibilidad de seguir en carrera en el Mundial le ha dado a Sergio Massa un pequeño respiro de al menos 96 horas. Hasta dónde es importante conseguir un logro afectivo que le sirva como eventual trampolín económico a una sociedad tan castigada por la ineptitud de sus gobernantes es un gran misterio, aunque la percepción es que siempre resulta mejor tener esperanza y conseguir una sonrisa que volver a la rutina de frustraciones. Quizás habría que verificar si el exitismo generalizado (saturación publicitaria incluida) no va a jugar en contra si la verdad finalmente se presenta amarga en el Mundial.
Todo este desorden económico es el lastre que tiene el gobierno a la hora de exponer sus prioridades. Ha pasado demasiado tiempo detrás de sus propios espacios de poder.
Hay reacomodamientos políticos en las dos grandes coaliciones actuales, pases de factura y transversalidades impensadas hasta hace muy poco: dinamita pura. Los cañones y los obuses ya no disparan por encima de la tropa para que las balas caigan sobre las líneas enemigas.
Si Lula puede cumplir con lo que señalan las encuestas, Italia y Brasil pasarán a ser en poco tiempo más dos paradigmas simultáneos de los regresos de las derechas y las izquierdas al poder, bajo el tono populista de los tiempos.
La enfermedad que vive la Argentina ha alcanzado un grado tal de aspereza que nada pasa en el país sin que se lo analice, se lo juzgue o se lo visualice como producto de la profunda fisura que lo divide. Si hasta la Iglesia ha quedado presa de la intolerancia, olvidándose en los hechos de la pluralidad ideológica de devotos que tiene la Virgen de Luján, nada menos.
Un peligroso triángulo, no amoroso precisamente, está instalado hoy en el corazón del Gobierno. Dos de sus vértices (Alberto Fernández y Cristina Kirchner) se han olvidado de gobernar y se dedican a mostrar sus inverosímiles tics de confusiones y de razonamientos disparatados a través de la televisión y las redes sociales, mientras que el tercero (Sergio Massa), casi en puntas de pie, avanza con un ajuste clásico (recorte de partidas para Educación, Salud y Vivienda, suba de tasas, relevamiento de nóminas de personal en el Estado, etc. y todo sin devaluación), un plan que se presenta como más que doloroso a esta altura del deterioro.
Tal como suele recomendar Cristina Kirchner cuando no se la llevan los demonios de una hiperinflación en ciernes o del agotamiento de las reservas, pero sobre todo los de un juicio que la está aplastando anímicamente y que la obliga a realizar jugadas desesperadas para enterrar pruebas y testimonios, el diccionario de la RAE siempre es buena compañía. Allí se puede ver que el término procrastinar, que puso en órbita el colega Carlos Pagni, se forma a partir del adverbio latino "cras" o sea mañana, del cual surge el concepto de "dejar las cosas para más adelante, posponer, aplazar". Los "retardatarios" de siempre, diría Juan Perón.
Todo se hace más difícil de resolver, es verdad, cuando las fichas caen a tanta velocidad como la actual y se palpa que la decadencia ambiente es el fruto de las políticas anticuadas y perdedoras que se busca reciclar desde el oficialismo a como dé lugar. La experiencia de quienes han vivido "varias de éstas" los ayuda a prepararse para un 2022 al filo de la cornisa, mientras ponen las fichas en el 2023 electoral, aunque nadie en su sano juicio es capaz de aventurar no tanto un resultado, sino un camino que permita atajar todos los penales que se vendrán en seguidilla.
Se le van cayendo los soldados de uno al Presidente. El tiro de gracia a Matías Kulfas le llegó de parte de Cristina Kirchner, después de un bien aceitado operativo que incluyó a funcionarios que le responden, quienes acusaron al ministro de Desarrollo Productivo de armar "operaciones en off" para perjudicarla.
El Gobierno luce en general confundido. Las confusiones de Fernández y un inevitable pasaporte al pasado, pero tiene bien en claro que la gente está enojada e inmersa en la frustración que le inspira el desencanto. Por eso, sólo atina a transmitir a diario que si las cosas no le salen mayormente bien es porque tiene que moverse en medio de una conjura destinada a debilitarlo.
Entre la inoperancia del "vamos viendo" que día a día expresa el presidente Alberto Fernández y las demoledoras patadas al tablero que pega la vicepresidenta de la Nación, los barquinazos de la Argentina se suceden cada vez a mayor velocidad y ya toman el carácter de inevitables. Las inocultables obsesiones de ambos son las que hoy por hoy prevalecen en el escenario de la política y sustentan el mal momento actual, porque de esos fundamentos es probable que deriven los palos de ciego que los dos tiran al aire. Ya es vox populi que ambos se han desentendido de aquello que le pasa a la platea. Parecen dos realidades en dos países distintos.
La discusión pasa por determinar cuántas décadas hace, pero lo que se observa a simple vista es que la Argentina de hoy puede describirse como un lamentable barrilete que remonta un poco y luego se va en picada, maneje la piola quién la maneje.
La aceleración de la realidad se ha impuesto una vez más y aún antes de su aprobación ya había dejado en escalones prehistóricos el Entendimiento de la Argentina con el Fondo Monetario Internacional, algo que ya se presagiaba desde hace un mes cuando el Acuerdo parecía estar a punto de horno.
La novedad no es solamente el descontado modo "ajuste" en el que va a entrar formalmente la economía para cumplir con el Fondo Monetario Internacional (de hecho ya lo está, inflación mediante), sino que la gran noticia que emerge del entendimiento logrado con el organismo es que ahora, recién ahora, dos años y un par de meses después de haber llegado a la Casa Rosada y si el Senado le da finalmente vía libre, el gobierno de Alberto Fernández terminará de parir a las trompadas un Plan Económico más o menos acorde a la técnica presupuestaria, con estrategias, metas, proyecciones y auditorías que deberían permitir saber si se marcha por el camino adecuado.
No pasó del todo inadvertida, pero hay que refrescar la situación debido a los mensajes que subyacen. Tras la invasión rusa a Ucrania, la semana pasada se reunieron en Buenos Aires los embajadores o encargados de las embajadas de los 21 estados miembros de la Unión Europea presentes en la Argentina, el embajador de la Unión Europea y los de Ucrania, Australia, Canadá, los Estados Unidos, Japón y el Reino Unido para analizar la situación y para marcarle la cancha al gobierno argentino a quién le pasaron un claro mensaje: "Consideramos que todos los países con voluntad democrática deben exigir a Rusia el cese de esta agresión, que supone una violación flagrante del derecho internacional y de los derechos humanos universalmente reconocidos".
Con diferentes acepciones, la palabra "dependencia" ha dado vueltas durante los últimos días, desde lo social, lo económico y también desde lo político. El término se ha convertido en un lei motiv más que interesante para mirar la Argentina de hoy, ya sea para analizar las cabriolas internacionales efectuadas por el presidente Alberto Fernández o bien para chequear si la sociedad, aturdida por la mediocridad, ya se ha entregado y no quiere saber nada con eventuales alternativas que podrían ponerla a vivir persiguiendo el progreso, una zanahoria positiva mucho más acorde a la realidad de otros lugares del planeta y no al aura de decadencia que envuelve al país. ¿Lo desea realmente?
No está cerrado del todo, pero lo cierto es que la primera fase de la negociación que durante tantísimo tiempo llevó adelante el ministro de Economía, Martín Guzmán, con el Fondo Monetario Internacional ha sacado de la escena el fantasma del incumplimiento y aflojó mucho las tensiones. La soga estaba alrededor del cuello de la Argentina por el lado de que casi no quedaban reservas líquidas y al menos se ha trazado un sendero de buenas intenciones que apunta a atacar la inflación, a recomponer las reservas y a reperfilar la matriz de endeudamiento, camino que esencialmente incluye promesas de menor gasto público y límites para la emisión.
Alberto Fernández se ha mostrado en estos dos años de gobierno como un presidente dubitativo, muy poco propenso a tomar el toro por las astas y siempre listo para dilatar todo o para buscar acomodarse a la sombra de su interna primero y de la ciudadanía después. Él mismo suele decir que es víctima de una cadena de infortunios que lo persigue y pone como ejemplos a la pandemia y a la deuda como los dos factores externos más graves que han jaqueado su gestión.
En el círculo del "fraude y la traición, estaría posicionado el Gobierno como mentor de un supuesto engaño hacia la opinión pública que haría descender al país mucho más todavía
Temporada 4, Capítulo 3 (S04E03). El comienzo del nuevo año de la atribulada serie que protagoniza la Argentina se presenta con cortes de luz y un brote singular de casos de Covid, más la trepada del dólar, una emisión de pesos incontenible y precios indomables.
Cual si fuera guionista de alguna popular serie televisiva, moderna prestidigitación de la vida que ella dice consumir a destajo, Cristina Kirchner siempre tiene debajo de la manga salidas alternativas para zafar de las encerronas más increíbles. La vicepresidenta aplica tanto los estereotipos del género que hace siempre lo necesario para caer bien parada y para que en el capítulo siguiente el público ya piense en otra cosa.
Mientras la vicepresidenta de la Nación parece que se entretiene en mojarle la oreja al Presidente, en hablar de las perimidas "letras de molde" y en hacerle creer a sus seguidores de la platea que el endeudamiento de Mauricio Macri fue malo mientras que el modo que utilizan los gobiernos kirchneristas para cubrir el déficit del Estado (incluida la emisión) no lo es, lo que parece que hay que mirar en el fondo de la tan esperada carta de Cristina Kirchner es que finalmente se va a avanzar en un acuerdo con el FMI, si es posible antes de fin de año, a pesar de los reparos argumentales que ella misma ha expresado sólo para no quedar mal, aunque también para tranquilizar al ala izquierda del Frente de Todos.
"Que nadie se confunda. No vengo a renegar del capitalismo", alardeó el presidente Alberto Fernández ante sus pares del G-20, en Roma.
"Fulano de Tal, abogado. Acompaño únicamente hasta la puerta del cementerio", bien podría decir la tarjeta personal de cualquier peronista que se precie. Hasta ahora, no se ha visto impresa la frase en un cartón de presentación porque va de suyo que las reglas de juego son ésas, folklore partidario de por medio. No es traición sino instinto de supervivencia puro, pero a la vez un truco para reciclar la dirección del peronismo cuántas veces sea necesario y pasar sin escalas de ser neoliberales a profesar la religión setentista o adónde sea que sople el viento, con dos improntas comunes que están en el ADN del Movimiento que fundó Juan Perón: corporativismo y distribucionismo.
El problema ético que está detrás de los graves trastornos sicológicos que ha evidenciado la cúpula del Frente de Todos a la hora de prenderle fuego al bosque y de atizar la hoguera ha quedado crudamente expuesto a partir de la goleada de 7 a 3 en contra que sufrió el oficialismo en las elecciones de la semana pasada.
El oficialismo llega a las PASO del próximo domingo con su boletín de calificaciones en rojo, situación que ha puesto nervioso a más de un dirigente de ese sector, ya que la imagen de los actuales gobernantes está por el suelo y no hay grandes seguridades de salir airosos.
"No me aterra que me hayas mentido, sino que ya no pueda creerte", señaló Friedrich Nietzsche hace más de un siglo y medio. El sentido de la cita es bastante similar al que el jesuita español Baltasar Gracián escribió con mayor gracejo en pleno Siglo de Oro español ("en boca de mentiroso lo cierto se hace dudoso"), pero el verbo "aterrar" que utiliza el filósofo alemán resulta paralizante, tal como sucede con un golpe dado en la boca del estómago.
En medio de las falsedades que surcan el ambiente político y también de noticias retorcidas, manipuladas y amplificadas por quienes hacen del revoltijo de las redes sociales un ambiente tóxico para sumarle distracción a la gente es bueno comenzar parafraseando una máxima central del periodismo: "Primero, los hechos".
El dedo del peronista-jefe ya es un clásico, pero la vergonzante actuación opositora se ha quedado a mitad de camino.
Esta columna ya ha expuesto hace un par de meses que el kirchnerismo más duro estaría decidido a radicalizar el Frente de Todos gane o pierda las elecciones. Si las gana porque dirá que eso es "lo que pidió el pueblo en las urnas" y si las pierde, porque sólo siendo ultra podrá imponer su ideología contra viento y marea. Las señales y sobre todo los hechos parecen marcar ese derrotero fatal.
Una traducción casera del ya famoso término "standalone" que ha surgido a partir del bochazo de Morgan Stanley que degradó a la Argentina a la categoría más baja de los mercados bien podría ser "abandonado a su suerte", figura que implica haberse mantenido a flote, pero haber quedado a la buena de Dios, tal como sucede con el desamparo que sufre un barco que se queda sin timón cuando lo zarandea la tormenta. Gráficamente, es la soledad de Tarzán en medio de la selva.
En el interior del gobierno nacional se perciben dos trenes que corren en direcciones opuestas por la misma vía y cada vez a mayor velocidad. En una formación viajan los cultores del "cuanto peor, mejor", los kirchneristas más radicalizados que viven bajo la sombra de Cristina Fernández y en la otra están subidos los representantes de la porción del oficialismo que asegura querer mirar más allá de sus narices.
Pese a que busca que no se note demasiado y aunque esa línea de acción ya no resulta tan invisible a los ojos, el kirchnerismo ha decidido marchar sobre seguro y moverse de a poco en el tablero de la realidad argentina para ir esta vez de modo definitivo por los resortes del poder. Y lo hace escondiéndose en los pliegues de la pandemia, un grave momento actual que le viene de perlas para disimular lo que parece ser una estrategia política que conlleva para quienes buscan instalar una matriz ideológica diferente a la democracia conocida hasta ahora, una alta posibilidad de éxito.
Esto no debería salirle gratis al Frente de Todos, ya que a la piedra que ha comenzado a rodar se le pegan demasiadas porquerías a diario.
Los antiguos egipcios profesaban el culto al dios Anubis quien, con una balanza de dos platos en la mano, pesaba el corazón de los muertos. Allí, iban a parar las miserias y los aciertos de cada tránsito por el mundo de los vivos y, como resultado, la aguja central señalaba el destino final del alma.
Más allá de las consecuencias de las políticas oficiales que generan inflación, incertidumbre, ahogo del sector privado y falta de inversión, existen en el gobierno nacional graves tropiezos que habitualmente se le achacan a la comunicación, aunque son fallas estructurales del modelo.
El inicio del tan esperado 2021 amenaza una vez más a la Argentina con una vuelta al pasado que, tal de concretarse como sus ejecutores planean, tampoco esta vez resultará inocua, ya que se pretende aplicar los mismos remedios en materia política, económica y social que nunca dieron resultado y que han hecho retroceder al país a escalones bajo cero.
Cambios en el universo: centralidad de CFK y eclipse autoinfligido de Alberto - Por Hugo E. Grimaldi
Confuso, sumiso y con cierta vergüenza, cascoteado desde afuera y desde adentro, Alberto Fernández acaba de barrer también, entre otras cosas, con la tradición presidencialista de la Argentina y con el mito del hombre (o mujer) fuerte sentado en el sillón de Rivadavia que tanto le gusta a los argentinos.
Aun año de la asunción del gobierno del Frente de Todos, el kirchnerismo puro y duro le ha copado casi toda la escena al presidente Alberto Fernández.
Lo importante es el relato y si hay miseria que no se note, son dos hitos que el kirchnerismo busca mantener visibles a toda costa. Tras las sucesivas cartas públicas de Cristina Kirchner fustigando primero al Presidente y a través de sus senadores al Fondo Monetario Internacional, con la media sanción que le dieron hace dos noches los diputados al discutido "Aporte solidario y extraordinario para ayudar a morigerar los efectos de la pandemia" y hasta con la llegada al Congreso del nuevo proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo, la mesa se ha vuelto a tender para darle consistencia a una épica que declinaba. "Chupetines de madera", diría Jorge Asís.
Hay un aspecto crucial que está por encima de las internas del oficialismo y de la oposición y es algo que el mundo no entiende y le reprocha a la Argentina: que no haya conciencia de que el timón del barco se salió de madre y que, tal como están las cosas, no existe hoy un lugar de destino posible para tan desvencijado navío.
En medio de la discusión bien de fondo que existe en la Argentina sobre el respeto a la seguridad jurídica, la propiedad privada, la manipulación de la Justicia y el estado de derecho, Cristina Fernández y el dirigente social Juan Grabois han desplazado del centro de la escena del análisis político al mismísimo Alberto Fernández.
Ante la crisis, la elección de prioridades gubernamentales va de mal en peor, se nota gran desorientación en el día a día y los errores no forzados se repiten.
La Argentina no es "Borgen". Ni el sistema institucional, ni el orden económico y social es igual, ni tampoco lo es el concepto de coalición que refleja la popular serie danesa, pero, como es algo que está de moda, siempre hay expertos que buscan adaptar la realidad que circunda al mundillo de la política local para armar algún relato convincente.
El presidente de la Nación usó el plural y ante el éxodo de muchos argentinos rumbo a mejores horizontes acaba de pedir a "todos que hagamos el esfuerzo para construir un mejor país".
Si hay un rasgo en común que tienen los populismos es que apuntan siempre a no hacerse cargo de nada: la culpa la tiene el otro.