Hugo E. Grimaldi
Si hay un rasgo en común que tienen los populismos es que apuntan siempre a no hacerse cargo de nada: la culpa la tiene el otro.
“Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires” se suele chicanear refiriéndose, entre otras cosas que hacen a los diferentes grados de desarrollo, a la lapicera presidencial, la que tiene el poder discrecional que se ha ejercido históricamente desde el Puerto hacia el interior del país. Unitarismo al palo.
Lo más grave no fue tamaña burla a los opositores, sino que todos los cambios que hizo el oficialismo senatorial destrozaron el andamiaje que había elaborado el equipo de confianza del presidente de la Nación.
En la Argentina 2020, hay varios cepos que se han metido en tropel en la vida ciudadana para condicionarla por demás y probablemente muchos de ellos van a servir de diques de contención para ayudar a un ajuste que inexorablemente llegará después del terremoto que le ha sumado la pandemia a la más que vulnerable situación económica del país.
La Argentina es un caso epidémico y quizás por eso vive atada con alambres desde hace casi un siglo en la mayor parte de los renglones que se quieran abarcar, situación que horada la confianza de propios y extraños ya que va y viene por la historia montada en monumentales contrasentidos.
Es más que probable que Alberto Fernández haya tenido que convertirse en el prestidigitador mayor de estos tiempos, no sólo porque así se lo exige su lugar en la pirámide del poder, sino también porque está condenado por ahora a servir a dos patrones: a la opinión pública y a Cristina Fernández.
A la hora de generar un camino para suavizar la cuarentena sanitaria, fue quien ganó la pulseada tripartita del camino a seguir porque logró meter en la cabeza de Axel Kicillof y de Alberto Fernández el apotegma de la responsabilidad individual por sobre el ideario colectivista regente.
¿Es que el modo acusatorio de la política o ciertas cloacas emisoras de noticias falsas pueden tener mayor relevancia que la acción del periodismo responsable?
Mientras los números de imagen no son los de antaño, a sólo seis meses y algo de haber asumido, la dinámica de la situación está perforando al Presidente y él no parece muy dispuesto a emparchar la rueda.
La fachada general será la de un Consejo Económico Social, pero se sabe que allí será difícil conseguir pluralidad a la hora de la discusión.
Los números no dan tregua, la curva del Covid-19 va para arriba y objetivamente éste es el peor momento para flexibilizar la cuarentena, pero es verdad que tampoco los gobernantes le encuentran la vuelta al mix para que la economía no se siga deteriorando. “Va a tener que durar lo que tenga que durar” dijo el sábado bastante enojado Alberto Fernández, quien encabezó la conferencia de prensa tripartita junto a Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta.
El Presidente tiene hacia el futuro otro Mar Rojo para atravesar y mejor para él que sea con 80 por ciento de imagen positiva.
Dos más que letales abanicos que operan al unísono, aunque a la inversa, se ciernen hoy sobre la Argentina.
En el capítulo argentino del Covid-19 está muy claro que ni los lobbies ni las ideologías descansan.
Seguramente, Alberto Fernández nunca imaginó que iba a llegar a los 100 días como Presidente con dos abanicos de extrema gravedad que tienen una muy alta probabilidad de expandirse geométricamente: el COVID-19 y la recesión.
Hoy, el conflicto no luce igual, pero está claro que una parte del Gobierno lo está encapsulando en viejos prejuicios
Superados los dos meses del gobierno de Alberto Fernández hay algunas certezas que se pueden anotar bien arriba en un pizarrón que contenga el cuadro de situación de la coyuntura económica.
Axel Kicillof no tiene fama de ser un buen negociador. Quienes transitan mesas de póker creen que su personalidad no puede sostener la mirada en un blufeo, debido a que se le notan las hormigas que le impiden estar sentado sin exteriorizar su ansiedad.
En general, los peronistas son especialistas en premiar lealtades, pero también en tragarse sapos.
Hasta ahora, lo que salió a la luz es un trabajo de albañilería gruesa para “tranquilizar a la economía”, según dijo el titular de Hacienda en Twitter.
Todo el barrio está más que convulsionado por la llegada del disruptivo Jair Messias Bolsonaro a la presidencia de Brasil, para muchos un demonio nacionalista formado en instituciones militares que se trae el cuchillo bajo el poncho y que se ha hecho elegir democráticamente para provocar cambios drásticos en los paradigmas de convivencia dentro y fuera de su país.