Sergio Crivelli

El Presidente cerró las exportaciones de carne para bajar el precio que sube por la inflación, no por la venta al exterior y volvió con la cuarentena que ya provocó un desastre en 2020.

El gobierno no considera prioritario un acuerdo por la deuda, aunque declare lo contrario. El Club de París y el FMI apoyan al ministro de Economía. Temen a un sustituto puesto por la vice.

El proyecto para cerrar escuelas que el peronismo quiere aprobar de manera meteórica en el Congreso tiene menos que ver con la salud pública y la educación que con la política. Santiago Cafiero pide a la oposición que no haga política con la pandemia, pero Alberto Fernández fue el primero que usó el Covid para sumar poder. Es difícil que el presidente y sus funcionarios hagan alguna declaración sin contradecirla simultáneamente o en el cortísimo plazo.

Fernández no pudo echar a un subsecretario raso. El objetivo de su vice es cambiar a Guzmán por alguien propio. El ministro se quejó en público, pero su desautorización es irreversible.

Que el presidente de la Nación no pueda echar a un subsecretario es más que otro dato de color de la política de Macondo; es la demostración de que la cadena de mandos institucional ha sido sustituida por otra que podría llamarse "blue". Algo similar a lo que ocurre con el dólar. Hay uno legal y otro clandestino; este último es el que fija los precios de la economía. El que vale.

El Presidente quiere retomar la iniciativa, pero machaca con la receta del encierro colectivo que ya fracasó. Lo que necesita son vacunas. Ni discursos por TV, ni superpoderes: vacunas.

El actual gobierno pasará a la historia como el de las cuarentenas. Un nuevo encierro es todo lo que tiene para ofrecer.

El enfrentamiento entre el gobierno y la oposición por el funcionamiento de las escuelas en la ciudad de Buenos Aires es la primera batalla de una larga campaña que finalizará en 2023. Falta mucho para ese choque, pero hoy Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof son los dirigentes con más probabilidades de encabezar las boletas de sus respectivos espacios políticos en las próximas presidenciales.

El alza de contagios produjo cambios en el tablero. Fernández se subordinó a las necesidades de Kicillof y Rodríguez Larreta cambió el estilo zen para ponerse a la cabeza de la oposición.

 

El Gobierno enfrenta una nueva ola de Covid con las mismas armas con las que fracasó el año pasado: encierro y transferencia de culpas a la sociedad y a la oposición. Tiene una sola marcha y ya está claro que no se le puede pedir más.

Por el aumento de contagios decretó el toque de queda. La oposición lo criticó, el Presidente reaccionó con insultos y Axel Kicillof, con un insólito discurso alarmista.

El kirchnerismo blanqueó a través de Sergio Massa su intención de modificar el sistema electoral pocos meses antes de ir a las urnas. El presidente de la Cámara de Diputados propuso realizar las PASO de manera simultánea con la elección general, lo que equivale a implantar una suerte de ley de lemas. La oposición rechaza la idea.

El fracaso inusualmente veloz de Fernández lo debilitó mientras fortalecía a los sectores más radicalizados del peronismo. La oposición no tuvo tiempo de generar un liderazgo alternativo

Además de manejar mal la pandemia y la economía, el gobierno de Alberto Fernández resultó un fiasco político. Si su objetivo era dejar atrás la "grieta" e iniciar una etapa de populismo no conflictivo, consiguió lo contrario. Retrocedió el almanaque a 2015, año en el que la mayoría del electorado le dio la espalda al kirchnerismo, harto ya de autocracia y furia impostada.

Profundizó la crisis económica con el mal manejo de la crisis sanitaria. Eso le produjo una crisis política que capitalizó su vice. Si mantiene el rumbo va hacia una crisis institucional.

Fernández se desgastó a una velocidad inédita hasta para los estándares locales. Perdió credibilidad y autoridad y con eso el control del escenario político. Además, resucitó a Macri

En parte porque llegó al poder con votos prestados y en parte por sus desaciertos en la gestión el Presidente sufre una acelerada pérdida de autoridad. Este fenómeno se aceleró en los últimos 15 días después de su discurso ante el Congreso que utilizó para dinamitar cualquier posibilidad de autonomía al plegarse a la ofensiva de la vicepresidenta contra la Justicia.

Rodríguez Larreta no pudo vacunar a un moderado número de ancianos sin ponerlos en peligro. También Axel Kicillof quedó expuesto: decidía a quién vacunar en consulta con su pareja.

 

Apenas un año y medio después de haber ganado las elecciones el gobierno sufre un desgaste sin precedentes. Las encuestas muestran una mayoritaria desaprobación del desempeño del presidente y un pesimismo extendido sobre el futuro. Que cerca del 60% de los consultados no crea probable la recuperación de la economía es una pésima noticia para un gobierno con elecciones a la vuelta de la esquina.

La condena a Lázaro Báez desató una ofensiva contra los jueces que investigan a CFK por corrupción. Es el cuestionamiento más radical a uno de los poderes de la Constitución desde 1990.

A esta altura y aunque parezca bizarro, el resultado de las elecciones depende en primer lugar de los procesos internos del peronismo. No mejorará milagrosamente la economía, ni habrá una inundación de vacunas, por lo que para que el Frente de Todos consiga un resultado distinto a la derrota debe mantener su unidad. Sumar todo el aparato posible.

 

 

Más allá de la retórica de ocasión, el mensaje presidencial al Congreso tuvo dos objetivos: anunciar la postergación sin fecha de un acuerdo por la deuda con el FMI y lanzar una virtual intervención del Poder Judicial para aliviar la situación de los procesados por corrupción de los gobiernos “K”.

La revelación sobre los vacunados VIP alteró al Presidente que reaccionó ofuscado y sin una estrategia de comunicación coherente. CFK y Massa desaparecieron. La oposición arrancó.

A fines del año pasado el gobierno fijó tres condiciones para ganar las legislativas: un exitoso operativo de vacunación, una rápida recuperación de la economía y la unidad del peronismo. Hoy parece difícil que pueda alcanzar las dos primeras, por lo que en el peronismo crece la peligrosa sensación de que empezó la campaña con el pie izquierdo.

Si el presidente confiaba en la vacuna para recuperar votos, tendrá que buscar otra estrategia. También debe abandonar por inconducentes las amenazas para resolver problemas de gestión

Martín Guzmán admitió recientemente que la causa de la inflación es macroeconómica. Ignoró así la explicación peronista tradicional que atribuye el fenómeno a empresarios inescrupulosos ávidos de lucro desmedido, lo que lo convirtió en blanco de ironías porque en el fondo le dio la razón a Milton Friedman.

Carlos Menem hizo muchos cambios, pero pocas transformaciones. Dos o tres de esos cambios fueron profundos, pero la mayoría terminaron siendo revertidos con la vuelta del peronismo al poder tras el breve intervalo de Fernando de la Rúa.

Apostó por las vacunas y volvió a errar. Los rusos demoran las entregas, lo que impacta negativamente en la reactivación. Los aliados tampoco ayudan: sean docentes, presos o gobernadores

En política tener el poder une; perderlo o tener la expectativa de perderlo, divide. Ese conocido fenómeno comienza a verificarse en el oficialismo. Los indicios, en ese plano, se acumulan. El gobernador peronista de Salta, Gustavo Sáenz, decidió desdoblar las elecciones. No quiere unir su boleta con la nacional. No le parece buena idea.

Va entregando áreas de poder al kirchnerismo que se expande por el organigrama oficial. Esta vez le tocó a Guillermo Nielsen abandonar su lugar en YPF que ocupará un operador de la vice.

El año comenzó con el gobierno asediado y la oposición sin líder, lo que provoca una creciente incertidumbre sobre lo que pasará en octubre.

Fernández da un paso adelante y dos atrás. Lo hizo con las prepagas, la exportación de maíz y la vacuna rusa. Es ya un hábito que tensa al oficialismo. Los K pierden la paciencia.

Cristina Kirchner corre una carrera contra reloj por dos andariveles: el de la economía y el judicial. Ambos convergen en las legislativas de este año.

Fernández no sólo tiene la economía intervenida por CFK; debió retroceder con el toque de queda por temor al rechazo masivo. En marzo había encerrado a todo el país sin consultar a nadie.

Cuando habló de “meter mano” en la Justicia, Alberto Fernández puso en negro sobre blanco la prioridad de su gobierno: aliviar la situación penal de Cristina Kirchner.

Cerró el año demostrando que maneja sin problemas el Congreso con la sanción del ajuste a los jubilados y la legalización del aborto. Supervisa al Ejecutivo y al PJ y va por la Justicia.

 

Las deficiencias de la gestión de Alberto Fernández hicieron que Cristina Kirchner diera un paso al frente primero por las redes y después en vivo durante un acto partidario en La Plata en el que reivindicó su presidencia. Dijo que el peronismo había ganado las elecciones de 2019 no tanto por haberse unido, sino por el recuerdo de su política económica. Alertó además acerca de que una eventual recuperación de la economía podría ser usurpada por algunos "vivos" y puso límites a Martín Guzmán. Le exigió controlar tarifas, salarios, jubilaciones y precios.

La epopeya que se pretendió armar con la vacuna rusa mostró falta de gestión y exceso de ideología rancia. La ofensiva de CFK pone en duda el acuerdo con el FMI y el rebote de la economía.

En sus 75 años de existencia el peronismo ha tenido tres momentos en los que su líder no tuvo acceso a la presidencia por distintas causas. En dos, la improvisación de un presidente delegado o vicario terminó mal. La tercera está en curso.

El traspié con la vacuna rusa fue la culminación de un proceso iniciado con una cuarentena manipulada políticamente que destrozó la economía y no frenó la circulación del virus.

Hubo incertidumbre económica y política en el año que se va, pero se está disipando. No hay duda, por ejemplo, de que Alberto Fernández tendrá problemas con las legislativas, si el voto es determinado por la economía.

La ratificación por la Corte Suprema de la condena de Amado Boudou por el caso Ciccone no sólo desató una tormenta de críticas sobre el tribunal al que el kirchnerismo quiere doblegar, sino también sobre la vigencia del estado de derecho y la legitimidad de la democracia.

Alarmado por la corrida cambiaria el presidente quiso aplicar un ajuste ortodoxo, pero CFK vetó la idea. Le corrigió la poda a las jubilaciones y amaga con impugnar el acuerdo con el FMI.

La muerte de Maradona dejó en segundo plano declaraciones poco auspiciosas hechas por Martín Guzmán al “Financial Times” sobre el acuerdo pendiente con el FMI.

Cuando se cree que ya no tiene más errores para cometer Alberto Fernández saca otro de la galera. Esta vez fue con el funeral de un ídolo popular. La extraña blandura de Rodríguez Larreta

La medición de noviembre de la consultora M&F registró una leve recuperación de la valoración positiva del gobierno. La gestión de Alberto Fernández sigue con balance negativo, una desaprobación del 50% y una aprobación del 40%, pero varió la tendencia. Respecto del sondeo anterior la aprobación subió 4 puntos y el rechazo disminuyó 3.

Con o sin el FMI el recorte del gasto ya arrancó. El ajuste a los jubilados es de un 0,5% del PBI, la mitad del impuesto a los ricos. El kirchnerismo intenta eludir el costo político. 

El domingo el presidente recibió una segunda carta de Cristina Kirchner que no estaba firmada por ella sino por el bloque de senadores peronistas, pero era para él. No cuestionaba su gestión como la primera, pero le anticipaba que bloquearía cualquier acuerdo de ajuste con el FMI.

La carta de la vicepresidenta tuvo efecto: se fue Bielsa y la reemplazó un hombre de su confianza. Fernández sólo tiene para ofrecer al FMI inflación y ajuste a los jubilados.

La situación política entró en punto muerto. El kirchnerismo volvió al poder, la crisis lo desgastó en tiempo récord y no hay alternativa. Ni opositora, ni peronista, ni de ningún otro signo. El populismo sin dinero combinado con la mala gestión de la pandemia terminó en un deterioro económico inédito. La clase media sale a la calle a protestar, pero el gobierno la ignora o la descalifica.

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