Sergio Crivelli
A Alberto Fernández no sólo se le complicaron la salud pública y la economía. Tiene problemas con el futuro. ¿A dónde pretende llegar por el actual camino?
Fernández teme la reacción popular adversa a la cuarentena, pero se aferró a ella. El encierro lo benefició inicialmente, pero ahora profundiza la grieta. Vuelta al estilo confrontativo.
El berenjenal en que se metió el gobierno en el caso Vicentin fue atribuido a tres causas. Una, sus supuestas inclinaciones comunistas. Otra, las marchas y contramarchas de un presidente desorientado. Otra, su falta de poder. Terminó más cerca de las “ideas locas” de la diputada Vallejos y de las críticas a la Justicia de Graciana Peñafort que de su presunta “moderación”.
La decisión del kirchnerismo de ampliar la agenda que trata el Senado por videoconferencia aumentó innecesariamente la incertidumbre política e institucional. La sesión de la semana última, de la cual se retiró la oposición en masa, dejó una advertencia sobre ese riesgo.
El presidente se enredó con la expropiación de la cerealera. El virus está siendo utilizado como herramienta para resucitar el proyecto estatista que fracasó en el anterior turno de CFK.
A los reclamos para que la economía vuelva a su cauce Axel Kicillof respondió días atrás con una frase profética: "Quiero decir que la normalidad no existe más. Es un sueño, una fantasía". Y no le faltó razón porque con la coartada de la cuarentena el kirchnerismo está gestando "de facto" un nuevo régimen económico y social. Esa es la causa de fondo de no pocas decisiones del gobierno; las demás son circunstanciales.
Mientras Fernández continúa cooperando con Rodríguez Larreta y elude polarizar con la oposición, su vice convirtió al Senado en un campo de batalla donde más que grietas ya hay trincheras.
La maniobra K de instalar un falso debate sobre la deuda externa pasó por alto la fuga de capitales en el gobierno de CFK.
Cristina Kirchner lanzó una ofensiva antimacrista en el Senado, mientras sus seguidores exigían un cambio de régimen. Fernández baila con dos músicas. Se abraza a Insfrán y a Rodríguez Larreta.
Antes de cumplir seis meses el "albertismo" entró en cuarto menguante; el resultado es una incertidumbre política que aumenta. No hay vacío de poder porque hay estado de excepción.
La estrategia de la cuarentena estricta terminó bloqueando al presidente. No puede abrir todo, ni volver a cerrar todo. La nueva normalidad de la que habla Kicillof incluye a Vallejos
En los últimos días proliferaron versiones sobre diferencias internas en la oposición. Paradójicamente esas versiones formaban parte de la interna del oficialismo.
Superó los 135 pesos, dobló la cotización oficial y le dejó un mensaje claro para que evite el default y modere la emisión. La épica del virus no da para mucho más. Volvió la economía.
El coronavirus fue un avatar político tan inesperado como beneficioso para Alberto Fernández. Hizo subir la aprobación de su gestión a niveles siderales. El miedo a la enfermedad logró lo que ningún consejero político hubiera podido: darle popularidad e independencia política respecto de su mentora, Cristina Kirchner, en cuestión de días y con una sola medida muy simple: el encierro colectivo.
Al default, al encierro y a la parálisis productiva el gobierno añadió en la última semana otro problema: las diferencias políticas entre los principales socios de la coalición oficialista.
La reaparición de las cacerolas antes de que el gobierno cumpliera cinco meses admite distintos diagnósticos, pero el de mayor riesgo para el presidente es el de una recuperación de la memoria. Buena parte de la clase media que había hecho posible la vuelta del kirchnerismo salió a cacerolearlo. No lo dijo ningún opositor, sino el jefe de Gabinete.
El cacerolazo expresó el rechazo de un amplio sector social a un error cometido para satisfacer al ala más radicalizada de su coalición. Subir en las encuestas no sustituye la falta de liderazgo.
El domingo 12 de abril "La Prensa" publicó un artículo titulado: "El gobierno no sabe cómo salir de la trampa de la cuarentena". Analizaba la situación creada por el presidente que "había amagado con reducir el encierro forzoso, pero dado marcha atrás por temor al vuelco masivo de gente a las calles" y señalaba que "las encuestas registraban alta aprobación al confinamiento".
El presidente suma problemas sin resolver. Primero los económicos, después los sanitarios y ahora los políticos que se consolidarán con la vuelta del Congreso a la actividad.
"Sine ira et studio" (Tacito, Annales 1,1,4)
El dólar y la cesación de pagos reaparecieron en escena, a pesar de que el coronavirus siguió monopolizando la agenda mediática. Inflación en alza; actividad y salarios a la baja.
Alberto Fernández intentó el viernes pasado justificar la prórroga “sine die” de la cuarentena comparando la estrategia argentina con la de otros países de la región. Apeló al triunfalismo. Su mensaje fue “estamos ganando”.
El Gobierno empezó a enredarse mal con la pandemia. El viernes armó muchedumbres con pacientes de alto riesgo frente a los bancos y el lunes amaneció con el escándalo de sobreprecios en la compra de alimentos para repartir.
Las aglomeraciones frente a los bancos no sólo dañaron la cuarentena; dejaron expuestos improvisación y gruesos errores de diagnóstico de un presidente que va atrás de los hechos
A las puertas del 2 de abril es oportuno recordar que las malvinizaciones pueden tener un éxito transitorio, pero rara vez terminan bien. El intento del gobierno de capitalizar políticamente la irrupción del coronavirus está derivando en conflictos evitables y riesgosos.
El presidente dijo que, puesto a elegir entre la economía y la vida, él elegía la vida. Pero si no se quiere que el remedio mate al paciente, ambas crisis deben ser atacadas de manera simultánea.
El gobierno adoptó dos estrategias para enfrentar el coronavirus: confinamiento duro y asistencia económica a los sectores más pobres que en Argentina rondan el 35%. Con la primera se buscó cortar la circulación del virus; con la segunda, mitigar la pérdida de ingresos por el brusco freno de la actividad.
El presidente asumió con una debilidad congénita, el patronazgo político de su vice. Pero la crisis sanitaria le abre una chance sorpresiva para generar un liderazgo individual y autónomo.
Con o sin coronavirus el gobierno tiene clara la idea de a quién beneficiar en el manejo de una economía como la actual, de mera subsistencia.
El gobierno tiene dos jefaturas políticas: la del presidente y la de la vice. Alberto Fernández tiene una agenda económica que no avanza, CFK, una judicial que lo hace a velocidad de crucero.
El papa Francisco opina que el dinero es el `estiércol del diablo' y organiza en el Vaticano reuniones con burócratas internacionales y economistas para combatir el neoliberalismo y la globalización. Se trata de una tradicional y conocida posición de un sector de la Iglesia contra los banqueros y la usura.
Enredado en una negociación de la deuda que no avanza, en el intento de liberar presos "K" y en la promoción del aborto el presidente sigue sin dar señales sobre la salida de la crisis.
Se le reprocha al Gobierno no haber presentado un programa económico. No se trata de un reproche injustificado, porque los agentes económicos están en pausa a la espera de qué hará el Estado.
Se esperaban de Alberto Fernández precisiones sobre el programa económico que desarrollará en su mandato, pero, previsiblemente, no hubo ninguna novedad en esa delicada materia. En el mensaje a la Asamblea Legislativa predominaron en su lugar paradojas y expresiones de deseos.
Reaparición del déficit fiscal, caída de la actividad, alza del dólar y otros índices económicos negativos emergieron la semana última. Entretanto la deuda monopoliza todas las energías de Guzmán.
Hasta no hace mucho se tomaban como referencia los primeros 100 días de los gobiernos para anticipar su futuro. La cifra alude a la arrolladora contraofensiva de Napoléon desde su regreso del exilio hasta su derrota definitiva en Waterloo.
La presentación de Martín Guzmán en el Congreso fue desoladora. No encontró hasta ahora ninguna solución para la crisis, que es lo que se suele reclamar a los gobiernos, y además agregó problemas. El más obvio es el del default, que antes de agosto pasado no estaba en la agenda.
El presidente tiene dos frentes abiertos. Con los acreedores le fue mal. Sufrió además la interferencia de CFK que hostigó al FMI del que esperaba apoyo para poder reperfilar la deuda.
Estela de Carlotto: “Alberto (Fernández) nos pidió que no digamos que su gobierno tiene presos políticos. Hay voces más sabias que dicen que sí hay presos políticos”
Fernández dice tener un plan económico, pero que lo oculta para no dar ventaja a los bonistas en la negociación de la deuda. Lo que demora en anunciar es, en realidad, la poda al gasto social
En sus primeras semanas de gestión el nuevo gobierno puso en evidencia que carece de plan económico, de estrategia internacional y de política social. Todo esto no aparece en la agenda pública porque también carece de oposición.
Antes de estudiar cualquier propuesta quieren ver un plan con superávit fiscal que permita al país afrontar los pagos futuros. Kicillof amaga y retrocede. Para el FMI hay "incertidumbre"
Alberto Fernández ha convertido la deuda en el primer punto de su agenda y en la clave sobre su futuro, pero el que tomó la delantera en la materia fue Axel Kicillof, creación política de Cristina Kirchner.
Mientras el presidente trataba en Israel de lograr apoyos para la renegociación de la deuda, el tironeo iniciado por Kicillof con los bonistas disparó el riesgo país y despertó al dólar
La experiencia de los últimos 35 años demuestra que los gobiernos peronistas se derrumban por el hartazgo general después de aproximadamente una década en el poder; jamás por acción de la dirigencia opositora.
Los cristinistas duros, Bonafini, Sala, de Pedro cruzaron al presidente por los presos por corrupción. Dudas sobre si el anuncio de default de Buenos Aires fue acordado con la Nación.
Tras un mes de gestión no quedan demasiadas incógnitas sobre la dirección que tomará la economía bajo Alberto Fernández.
El duro ajuste fiscal elogiado por el FMI y la mejicanización de la relación con Venezuela son las dos principales decisiones que apuntan a un acuerdo con los acreedores antes de abril.
Marchas y contramarchas, un sistema de decisiones difuso y condicionamientos internos y externos fueron las características de las primeras cuatro semanas de la gestión Fernández.
Había planteado la posibilidad de un acuerdo corporativo para frenar la inflación, pero tomó medidas unilaterales de resultado incierto. Paga todo el costo político y no tiene luna de miel.