Marcos Novaro
El presidente y la vice coincidieron, en días separados para no tener que saludarse, en la última reunión del Grupo de Puebla. Buscan conseguir unas pocas fotos con amigotes ideológicos y compañeros de desventuras judiciales.
La deslealtad de la jefa del oficialismo con la Constitución y sus reglas está llegando a extremos nunca vistos a medida que su capacidad de acomodar o disimular derrotas se extingue. Así que de aquí en adelante puede que se vuelva más dañina que nunca.
El 6 de diciembre pasado Cristina Kirchner renunció a toda candidatura. El 16 de ese mismo mes, Massa lanzó la suya, prometiendo una inflación que ´en abril empezará con 3´. El sueño duró hasta hoy, tres meses después, en que se reveló claramente el alcance del plan de estabilización del ministro.
2023 va a ser un año ideal para hacer balances, pensar en errores cometidos y aprender de ellos. Salvo para el kirchnerismo, porque a ellos la historia solo les sirve para autocelebrarse y repetir lo que ya fracasó. Hoy más que nunca se intoxican de pasado, tratando de evadir su destino.
Tal vez porque se necesitan mutuamente para ser más competitivos, ambos referentes están jugando a las escondidas con su decisión sobre las presidenciales, pero con ello generan confusión y dispersión en sus respectivas coaliciones. Por qué los costos serán mayores para la oposición.
Las desgracias al gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner no les vienen solas, sino en manada. En la semana del más penoso discurso presidencial que se recuerde, sus fanáticos denostaron a Messi por una foto con Macri y tanto él como Aníbal Fernández se mostraron incapaces de proteger a su familia en Rosario, y resignados a no proteger allí a nadie.
El presidente dio impulso a una competencia entre tuertos en el reino oficial de los ciegos. Y anunció otra vez buenas noticias, mientras todo alienta a pensar que se viene una recesión con alta inflación. La militancia K insiste, mientras tanto, en que la jefa se ´autodesproscriba´.
En su arranque, la campaña larretista desató una furiosa discusión con su adversaria interna sobre la conveniencia o no de alimentar la polarización. La discusión es necesaria, y su resultado dependerá no solo de quién gane, sino de que surja o no un consenso superador, antes que en la sociedad, en el mismo Juntos por el Cambio.
Se dice que si la vice juega, como es imaginable dado el declive de Massa, Macri tendría su oportunidad. Y se dice también que, acosado por derecha por los libertarios, JxC podría perder fuerza con un candidato moderado como Larreta. Todo es posible, porque lo que tenemos por delante es terra incognita.
La versión K de Muchachos pretende hacernos olvidar que el tercer gobierno de Cristina es el que está terminando. Su candidatura es promovida en un cartel que reza “proscripción un carajo” y que, bien leído, transmite que proscripción no hay. Y es también avalada en una proclama del oficialismo unido en que se revela el ocaso de Massa por su fracaso contra la inflación.
La coalición opositora logró en la primera elección del año algo que parecen no poder ofrecer las otras fuerzas, ni tampoco es común en la política argentina: ser plural y al mismo tiempo trabajar juntos, competir internamente y cooperar a la vez por objetivos comunes.
Un fuerte debate estalló entre oficialistas y opositores sobre la herencia económica que va a dejar la actual gestión y el descalabro que podría producirse antes o después del traspaso del mando. El oficialismo sigue vendiendo un optimismo que tiene mucho de ensoñación y pocos le quieren comprar.
Alberto Fernández se abraza a Cuba y Venezuela para olvidar las críticas de EEUU - Por Marcos Novaro
Nuestro presidente descubrió que llevarse bien con las dictaduras es compatible con su alianza con Cristina y su guerra contra la Justicia, mientras que convivir entre las democracias le resulta dificilísimo. La presencia de Lula tal vez permita ilusionarse con una izquierda más democrática en la región, pero no en nuestro país.
El ministro de Economía retomó una vieja costumbre K, mandar militantes sociales y sindicales a los comercios para simular que la culpa por la inflación es de los empresarios. Al mismo tiempo, presiona a los gremios para que lo ayuden a simular paritarias de 60%.
Juan Schiaretti relanzó estos días la ´avenida del medio´. Cree que la crisis del oficialismo y la falta de un candidato kirchnerista con chances para 2023 le ofrecen una nueva oportunidad de disputar el liderazgo y los votos nacionales del PJ. Pero tal vez la sociedad esté demasiado cansada del peronismo en general.
La situación del país vecino ilustra cómo derechistas e izquierdistas radicalizados debilitan nuestras democracias.
La decisión del Presidente de impulsar un juicio político con nulo asidero contra los cuatro supremos lo distanció de varios gobernadores. Difícil que surja de allí una nueva disidencia o “avenida del medio” porque la polarización electoral manda.
Este fue el año no electoral en que la vice hizo más actos públicos en su historia. El número es inversamente proporcional a su eficacia para conmover a los votantes, cada vez más indiferentes a sus palabras, centradas solo en sus propios problemas.
El Gobierno nacional está terminando el año con reflejos cada vez más destructivos, haciendo con todo lo que tiene a su alcance lo que hizo con el festejo mundialista, si no logra apropiarse y capitalizar la alegría, prefiere arruinarla.
El renunciamiento de la vicepresidente disparó todo tipo de locuras en el Frente de Todos. Desde la candidatura de Axel Kicillof contra su voluntad, a la pretensión de Juan Grabois de convertirse en un Milei de izquierda.
En una ceremonia con ‘ciudadanos beneficiados por el gobierno’, es decir con poca gente, el presidente festeja sus tres años de mandato. Quiso aprovechar el triunfo en semifinales. No es esa la forma en que el presidente, y los políticos en general, podrían aprender algo de Scaloni.
Pasó lo que muchos pensaban que no iba a suceder jamás, o si sucedía, iba a generar un enorme despiole. Pero salvo un renunciamiento inesperado, que puede ser el peor error de su carrera y va en dirección al repliegue más que al combate, los efectos están fuera de control para el kirchnerismo
“Qué pueblo de mierda” exclamó, refiriéndose al nuestro, el senador Luis Juez días atrás, poco después de tirarse contra la democracia que, según él, “a ningún argentino le cambió la vida”. La frustración empuja a exagerar, pero también puede ayudar a pensar.
Lo más llamativo de las recientes intervenciones públicas de la vicepresidenta, tanto de su discurso en La Plata como de su descargo final en la causa Vialidad, es que desentonan con el esmero que siempre puso en transmitir un mensaje claro. La confusión refleja el declive de sus estrategias políticas y judiciales.
El ministro no tiene el margen de Scaloni. No puede cambiar el equipo, ni menos la estrategia. Así que repite lo que más o menos funcionó y reza por que el tiempo pase. Encima, enfocado en el índice inflacionario, corre el riesgo de agravar la recesión.
La vicepresidenta simula omnipotencia, aunque ya su poder no alcanza ni para suspender las PASO. Lo que sí mostró en el acto de La Plata fue a un peronismo alineado y alienado detrás suyo y de los argumentos más estrafalarios, para defender a muerte la provincia de Buenos Aires. Y volver loco al próximo gobierno.
La ministra de Trabajo se desdijo y fue una pena, porque fue la única que sugirió algo razonable desde el gobierno sobre la suba de precios: que mejor confiemos en la Scaloneta.
Massa y el kirchnerismo se abrazan y desesperan por evitar una derrota catastrófica. Adelantan un congelamiento que se va a quedar corto, por temor a un verano de protestas. En la impotencia, Cristina llama a la guerra contra todos, la Justicia, los empresarios y la oposición.
La pretensión de los Kirchner y de Sergio Massa de manipular las reglas electorales para evitar una derrota catastrófica el año próximo y retener la provincia de Buenos Aires como sea chocó con dos oportunas resistencias de dos personajes no habituados a actuar responsablemente.
La táctica del expresidente de abrir y cerrar al mismo tiempo la competencia interna llegó un punto de saturación. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich dieron un giro decisivo en sus estrategias.
La política brasileña ofrece y seguirá ofreciendo interesantes lecciones sobre los problemas que enfrenta la Argentina, y también sobre las posibles soluciones que tenemos a la mano. La pregunta es si hay alguien dispuesto a aprender.
Avanza el operativo ‘lavada de manos’ en el Frente de Todos. Aunque pareciera que el oficialismo se desangra, en verdad está mutando de piel: si logra que toda la culpa caiga en Alberto Fernández, el resto podría ser reelecto, y si cambia solo el presidente, se asegurará que el futuro gobierno sea inviable.
El expresidente trata de promover una épica del resurgimiento a través del esfuerzo, que también fracasó. El Presidente respondió en el Coloquio de IDEA: somos “ejemplo de resiliencia”, así que no tendríamos que sufrir más “sangre, sudor y lágrimas”. Su experiencia lo desmiente.
Van a ser 11 jugadores que mejor no poner a prueba en un partido difícil. Como el que se viene en el año largo que nos espera.
Manes, Pichetto y hasta el Papa hablaron del papel de los dos máximos referentes de la polarización en la Argentina, a favor o en contra, según los casos, de dirimir esa disputa en una final de campeonato. ¿Es lo que hace falta, una elección que dirima de una buena vez “el país que queremos”?
La acumulación de malas noticias económicas y sociales empujó a la vice a tomar distancia del ministro. Además, reactivar el método con que ya se fumó la autoridad de Alberto: instalar la loca idea de que todos los problemas se resolverían por arte de magia si su gobierno le hiciera caso haciendo no se sabe muy bien qué.
Si el expresidente vuelve al poder, coronará un notable renacimiento político, que hace babear a nuestros actuales gobernantes, entusiasmados con un improbable efecto contagio y absurdos paralelismos con la situación judicial de la vice.
El ahorro económico de no hacer las primarias sería de $56 mil millones. Pero lo que se quiere ahorrar el oficialismo es en verdad una competencia atractiva para los votantes entre líderes opositores, y más todavía la posibilidad de que todos sus votos se unan contra la reelección de Kicillof.
Dice jugar en otra liga, así que si es candidata, no va a ser por interés. Insiste en invalidar lo que digan de ella los tribunales y en alimentar la desconfianza en que podamos preservar la convivencia pacífica. Sigue el programa fijado por Mayans, pero con un giro místico.
Ante la sostenida suba de precios, el ministro se limita a prometer que el año próximo, por arte de magia, se va a reducir a la mitad. ¿La inflación va a afectar las chances electorales del oficialismo a nivel nacional o también en las provincias?
El oficialismo apela a la devoción cuando llama a rodear a “la jefa” detrás del lema “el pueblo cuida a Cristina, Cristina cuida al pueblo”, pero la sociedad argentina no está sumida por el odio, ni por el amor, sino por el escepticismo.
El oficialismo apela a la devoción cuando llama a rodear a “la jefa” detrás del lema “el pueblo cuida a Cristina, Cristina cuida al pueblo”, pero la sociedad argentina no está sumida por el odio, ni por el amor, sino por el escepticismo.
Ella se victimiza y polariza, con la ayuda de Mayans y Donda, para acallar a la Justicia y la oposición. El otro, a un metro de distancia, ajusta las cuentas y en silencio toma deuda a cuatro manos. ¿Es esquizofrenia o estrategia?
El intento de asesinato contra Cristina Kirchner es, para el oficialismo, la prueba que faltaba de que sus enemigos “siembran odio”, así que el Gobierno y sus seguidores reaccionan con un odio justificado, que se tienen merecido. Pero no va a funcionar.
Los opositores no saben bien cómo responder a la pretensión kirchnerista de convertir el barrio de la vicepresidenta en campo de batalla para dirimir su control del presente y futuro del país. Una disputa que no se va a resolver en Recoleta.
La facción gobernante decidió levantarse contra un poder constitucional, como hiciera Aldo Rico tres décadas atrás. Pero disfraza sus actos como una defensa de la democracia, ensuciando otra vez la memoria del primer presidente constitucional.
La vicepresidenta parece querer mostrar que, si avanzan las acusaciones en su contra, la gobernabilidad y hasta la paz social estarán en riesgo. Pero sus amenazas carecen de la eficacia de otros tiempos. Y ni a ella misma le conviene agitarlas demasiado.
El expresidente de EEUU y Cristina Kirchner usan las mismas tácticas contra la Justicia que los investiga. Y también los mismos argumentos para victimizarse, como mostró esta semana la titular de Madres de Plaza de Mayo: denunció la “proscripción” de su jefa, igual que los trumpistas.
Una nueva ola de arrepentidos despunta en el horizonte, ahora que el predominio político del kirchnerismo está por extinguirse. No es fruto de ninguna conspiración, ni de sobornos como los que denuncia Milagro Sala, sino del relajamiento del miedo.
El ministro bonaerense es, ante todo, alguien que ama a la vicepresidenta como solo se puede amar a una madre. No es el único que se guía en la vida política con los parámetros de un infante obnubilado, pero es el más explícito en aclarar lo que valen entonces la democracia y el pluralismo.