Vicente Massot

Hay tres maneras diferentes de evaluar las posibilidades electorales de un determinado candidato: con base en las encuestas, con arreglo a la razón, o tomando en consideración la sensación ambiente. Cuando aún no se habían puesto de moda, entre nosotros, los relevamientos de opinión pública -y eso fue así hasta los comicios que en el año 1983 consagraron presidente a Raúl Alfonsín- cuanto se estilaba hacer eran apreciaciones, de suyo conjeturales, en donde primaba el análisis racional. Los datos cuantitativos no existían.

 

No hay botón que Massa no haya tocado, medida que no haya implementado y decisión que no haya adoptado para dotar de musculatura a su Plan Platita. Metió mano en las jubilaciones, el impuesto a las Ganancias, el IVA y tantos otros lugares dejando al descubierto -por si existiesen dudas- que el propósito de estar en el ballotage justifica echar mano a cualquier recurso. Que el agujero fiscal que produzca sea de una dimensión colosal, lo tiene sin cuidado.

La espectacular victoria obtenida por el candidato de Juntos por el Cambio en la provincia de Santa Fe -con la particularidad de que fue más holgada de lo que todos esperaban- ha llenado de júbilo a Patricia Bullrich y, en general, al grueso de los miembros de esa coalición. Está bien que así sea, a condición de entender que la excelente performance de Maximiliano Pullaro, si bien permite ilusionarse con la posibilidad de una seguidilla de triunfos en las provincias de Chaco y Mendoza -algo que está en la cabeza y los planes de los estrategas de campaña cambiemitas- no admite, en cambio, extrapolar votos que son estrictamente de carácter provincial al ámbito nacional.

Hubo, en el curso de la semana pasada, una coincidencia entre tres figuras políticas de distinta relevancia, que a nadie medianamente informado en los avatares de la política le pasó desapercibida. Lo notable del caso es que, entre ellos, no se pusieron de acuerdo para confesar en público lo que dijeron y -con toda seguridad- no especularon en lo más mínimo al adelantar su voto. Omar Perotti, el gobernador de Santa Fe; Maximiliano Pullaro su sucesor si en los comicios del próximo domingo no ocurre un milagro, y Martín Tetaz, el economista más mediático del equipo de Patricia Bullrich -fuera de Carlos Melconian- se inclinaron por Javier Milei en una eventual segunda vuelta en donde sus candidatos no compitiesen.

Pocas veces, si acaso alguna, una institución financiera debe haber redactado un informe tan lapidario sobre la situación de un determinado sujeto de crédito como el que acaba de hacer público el Fondo Monetario Internacional respecto de nuestro país. 

No está escrito en ningún lado que el pasado día domingo se haya producido un punto de inflexión en la historia de nuestro país. Ni el peronismo se halla a punto de desaparecer, ni tuvo lugar una revolución que puso patas para arriba el sistema político criollo, ni hubo un tsunami que arrasó unas estructuras obsoletas para edificar, sobre sus escombros, un tinglado nuevo.

Para los repetidores de frases hechas, que entre nosotros abundan, la mención del cisne negro es un clásico. El concepto se usa -indistintamente- para un fregado como para un barrido ideológico, aunque pocos, si acaso alguno de los que lo mentan, se hayan tomado el trabajo de leer el libro excepcional de Nassim Nicholas Taleb en donde desarrolla su teoría, con base en una metáfora, susceptible de explicar el conocimiento -de suyo limitado- que caracteriza al ser humano.

En las últimas horas del próximo domingo tendremos una radiografía seria y cierta de dónde está parado electoralmente nuestro país. Sabremos, sin lugar a dudas, cual es la musculatura real de cada uno de los candidatos que anhelan sentarse en el sillón de Rivadavia a mediados de diciembre. Podremos evaluar qué encuestas merecen ser tenidas en cuenta de cara a los comicios generales del mes de octubre y cuáles se habrán hecho acreedoras a una deshonrosa jubilación.

Sucedió lo que estaba cantado y, por lo tanto, a nadie medianamente informado puede sorprenderlo. El staff del Fondo Monetario Internacional dio la luz verde para desembolsar unos U$ 7.500 MM a nuestro país. El monto está dentro de la lógica de las cosas: se trata, en definitiva, de asientos contables que otorgan la posibilidad al fisco nativo de recuperar los pagos correspondientes a julio -que se pagará hoy con yuanes y un crédito puente, gestionado de emergencia, con la Corporación Andina de Fomento, acompañado de una operación colateralizada con una porción de las tenencias de oro- y a agosto que habrá de efectivizarse en los próximos días.

Daría toda la impresión de que algunos de los distintos protagonistas de la política criolla y parte de la sociedad sólo miran el canal que les interesa y se desentienden del resto. Como rezaba la cancioncilla, que acompasaba un juego de chicos, tantos y tantos años atrás, “Antón, Antón, Antón pirulero, cada cual, cada cual, atiende su juego…”. Lo expresado no pretende ser un juicio de valor. Es sólo la descripción de un fenómeno muy acusado, cuyas consecuencias, de momento, ignoramos.

No existe otro parámetro conocido para medir la musculatura electoral de los candidatos presidenciales y de todos cuantos, en el curso de este año, dirimirán supremacías por algún cargo electivo, que no sean las encuestas. Salvo, claro, que uno apele a la intuición o deje volar la imaginación.

La falta de seriedad está a la vista y paciencia de todos, y no se crea que resulta patrimonio exclusivo de estas tierras. Es cierto que nuestros políticos no se caracterizan -salvo excepciones- por su consistencia intelectual, pero tampoco lo es menos que los funcionarios del Fondo Monetario Internacional y los representantes de los países que integran su directorio, o son unos improvisados o, lisa y llanamente, comparten con Groucho Marx su más célebre aforismo: Tengo mis principios; claro que, si no son de su agrado, confieso que tengo otros.

Bastó que se diera de baja la candidatura improvisada de Wado de Pedro y que Cristina Kirchner diera -menos por convicción que por necesidad- el visto bueno a Sergio Massa -a La Cámpora y al actual ministro de Economía no los une el amor sino el espanto- paraque muchos analistas se preguntaran si el oficialismo, con un postulante más potable que el representante de la ‘generación diezmada’, no está ahora en condiciones de ganar las elecciones presidenciales que se substanciarán, por etapas, en agosto, octubre y en noviembre, si acaso hubiese una segunda vuelta.

Si lo hubiesen querido hacer peor, no lo hubieran logrado. Cuanto comenzó con una fórmula presidencial nonata -que rozaba el ridículo- terminó con otra que, aun cuando tenga más consistencia que la primera, de todas formas no mueve demasiado el amperímetro. El hermetismo en el que se había encerrado Cristina Fernández y la tardanza prolongada -más de la cuenta- para anunciar cómo estaría formada la dupla presidencial hablaban a las claras de una crisis de conducción que aqueja al oficialismo desde largo hace.

Lo que sucedió en San Salvador de Jujuy no ha sido la primera etapa de un plan insurreccional que habrá de escalar cuando el próximo gobierno -que no será kirchnerista- ponga en ejecución las reformas estructurales de las cuales vienen hablando -desde hace rato- tanto Patricia Bullrich como Horacio Rodríguez Larreta y Javier Milei.

Hasta el momento se han substanciado, a lo largo y ancho del país, diez elecciones en donde estaban en juego otras tantas gobernaciones. En sólo dos provincias -Neuquén y San Luis- perdieron los oficialismos. Con base en esta evidencia hay quienes han cedido a la tentación de extrapolar los datos y tenerlos por válidos a la hora de hacer un pronóstico respecto de los comicios nacionales que se nos vienen encima. Pero, por relampagueantes que sean los números del interior, no hay razón que justifique su proyección fuera de los límites de cada uno de esos diez estados.

Si Gerardo Morales y Horacio Rodríguez Larreta hubiesen urdido un plan -válido en términos teóricos aunque contraproducente en términos electorales- para que escalase la tensión entre los dos principales contendientes en la interna de Juntos por el Cambio, ciertamente no habrían podido ponerlo en marcha en mejor momento que este. El timing ha sido perfecto y el motivo de la disputa ha resultado de peso, en atención al hecho de que cuanto se debate no es un detalle insignificante o una cuestión menor.

En 2015 Cristina Kirchner decidió, sin consultarle a nadie, que fuese Daniel Scioli el candidato a presidente del Frente de Todos. Aunque no tenía razones valederas para dudar de la lealtad del entonces gobernador bonaerense, se encargó de blindar la fórmula con el nombramiento de Carlos Zannini como su vice.

En un país con instituciones tan endebles como el nuestro, cuanto importa no es tanto el estado de derecho como la relación de fuerzas existente en un determinado momento o período histórico.

La desesperación es siempre una mala consejera. El oficialismo kirchnerista, prácticamente sin excepciones a esta regla, demuestra a diario que no sabe a qué atenerse, y como no tiene un plan de acción destinado a colocarse al amparo del vendaval que amenaza pasarlo por encima, obra a tontas y a locas. En realidad, el gobierno se parece a una bola sin manija que va de acá para allá, sin un norte fijo, al compás de quien la impulse en ese momento: Cristina Fernández, Sergio Massa o el presidente de la Nación, cuando lo dejan actuar de manera independiente.

Parecería inconcebible que para echarle más leña al fuego se hubieran puesto de acuerdo la presidente de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau, y el ministro bonaerense de Desarrollo de la Comunidad, Andrés Larroque, respecto de la gravedad de la situación que atravesó la administración kirchnerista hace siete días, poco más o menos. Los dos, en el curso de la semana pasada, fueron enfáticos a la hora de proclamar en público que la suerte del oficialismo pendió de un hilo -en extremo delgado- a raíz de esa crisis financiera estallada el martes 25 de abril.

A esta altura de la crisis poco importa determinar -con alguna precisión- si al presidente lo obligaron a renunciar las inocultables presiones ejercidas por Cristina Fernández y La Cámpora o si prefirió, en un arranque de sano realismo, declinar una candidatura que le quedaba grande por donde se la mirase.

El futuro del oficialismo podría cifrarse, sin falta a la verdad ni pecar de exagerados, en esta breve y categórica sentencia: a los comicios es posible llegar, la elección es seguro que la pierde. ¿Por qué? -En razón de que, con el respaldo irrestricto del Fondo Monetario Internacional -el cual obra a la manera de un prestamista y garante de última instancia- el equipo liderado por Sergio Massa podría evitar una devaluación.

La relación que tejieron Horacio Rodríguez Larreta y Mauricio Macri por espacio de casi dos décadas llegó a su fin el lunes pasado, cuando se hizo pública la decisión del lord mayor porteño de desdoblar las PASO en el distrito que él administra. Si bien el ex–presidente se ha situado -desde hace ya un buen rato- mucho más cerca de las posturas levantadas por Patricia Bullrich que de las de su principal contrincante, ello no implicaba que -luego de bajarse de la carrera presidencial- fuera a apoyar a aquella en forma abierta, a expensas de este. Lo más probable era que asumiese el rol de ‘honesto componedor’ y tratará de mediar entre ellos, de la mejor manera posible.

Estaba cantada cuál sería la decisión del Fondo Monetario Internacional respecto de nuestro país. El viernes pasado el directorio de ese organismo de crédito aprobó, en la ciudad de Washington, la cuarta revisión del acuerdo de facilidades extendidas a la Argentina, y liberó de manera automática U$ 5.400 MM. A cambio, solicitó -ya que no está dispuesto a exigir nada- una revisión de la moratoria previsional aprobada semanas atrás por el kirchnerismo y sus aliados en ambas cámaras del Congreso de la Nación. Adujo que, en virtud del costo fiscal que implica, resulta necesario limitarla, permitiendo que sólo puedan acogerse a la misma “aquellos con mayores necesidades”.

Sería exagerado afirmar que era un secreto a voces, pero lo cierto es que, en las últimas semanas, casi todos los íntimos de Macri sostenían que había tomado la decisión de no competir.

Con noventa días por delante -hasta que se oficialicen las candidaturas en la última semana de junio- no hay encuesta que pueda dar números precisos respecto de la intención de voto de políticos que nadie sabe si serán de la partida o no cuando haya que votar.

Si lo hubiesen planeado con un exceso de alcohol en sangre, no lo habrían hecho peor. Pocas veces en nuestra historia reciente -si acaso alguna- el elenco estable de un gobierno ha cometido tamaña cantidad de errores, metidas de pata, disparates, reacciones desmedidas y grotescos como lo ha hecho la actual administración kirchnerista en apenas tres o cuatro semanas.

Por dónde comenzar una crónica como esta? La situación que atraviesa el país es tan seria y los hechos que se suceden sin solución de continuidad son tan gravosos debido a los efectos que acarrean, que la elección se hace difícil. La ciudad de Rosario está explotada por un narcotráfico que no cesa de crecer a expensas de la inaudita incapacidad de la clase política para ponerle coto al fenómeno.

A primera vista la comparación podría parecer desatinada. Pero -salvando las diferencias insalvables que existen entre los tres hechos- hay un elemento común que los enlaza y refleja el profundo cambio, en términos de la relación de fuerzas, que ha ocurrido en los últimos meses.

Conforme se acercan los comicios que habrán de substanciarse en los próximos meses de agosto y de octubre, presunciones, augurios y profecías de todo tipo, tamaño y color se echan a rodar, basados en los que podríamos denominar supuestos implícitos.

Que en un gobierno poblado de incompetentes el presidente de la Nación se permita decir -sin sentir vergüenza- que “sólo China nos supera en crecimiento económico” no es algo que llame demasiado la atención. Al fin y al cabo, sus pifias, tonterías y disparates orales podrían figurar en el libro Guinness de los récords.

Alberto Fernández no se parece en nada a Cornelio de Saavedra, y ninguno de los adláteres del presidente de la Nación pueden compararse con el Dean Gregorio Funes. Trazar una comparación entre ellos no sólo sería disparatada sino que comportaría una injusticia para aquellas personalidades que, a caballo de la Revolución de Mayo, ayudaron a forjar el país de los argentinos.

¿Quién manda en el oficialismo? La pregunta no es ociosa ni caprichosa. Tiene todo el sentido del mundo a poco de parar mientes en la última crisis que ha estallado en el seno del gobierno. En realidad, lo que sucedió -algo que no dejaría de sorprender en cualquier país medianamente serio en términos institucionales- no es nuevo.

Lo de Massa es audacia y vértigo en estado puro. Cuando se analizan sus decisiones y se pone la lupa crítica sobre los movimientos que realiza hay que pensar menos en lo que dicta la cátedra y prescribe el sentido común que en la necesidad de llegar a los comicios de agosto y de octubre, a como dé lugar. Cuanto puede hacerle fruncir el ceño -y con razón- a los economistas más destacados, al ministro lo tiene sin cuidado. Es un improvisado absoluto en la materia pero -de momento- compensa con un ejercicio pocas veces visto de temeridad, lo que le falta de solidez técnica.

Hay quienes se alarman ante la posibilidad -que consideran probable- de que el kirchnerismo decida emular a los seguidores de Bolsonaro e intente, una vez conocidos los guarismos finales del comicio, desconocer la victoria electoral de cualquier otro candidato que no fuera el suyo.

La inquietante discusión sobre el fin y los medios ha vuelto a adueñarse de la escena. Esta vez con motivo del juicio político a la Corte Suprema que el kirchnerismo -falto de una estrategia para ganar las elecciones por venir- ha motorizado, a como dé lugar, pensando en ensuciar la cancha e intimidar a Horacio Rosatti y a sus pares.

La renovada embestida que el presidente de la Nación y un grupo de gobernadores peronistas han enderezado contra el titular de la Corte Suprema y, por lógica consecuencia, contra el resto de los ministros de ese cuerpo, es fruto de una estrategia que delineó meses atrás Cristina Fernández y que ahora, en consonancia con el fallo que benefició al gobierno de la ciudad capital, ha cobrado más empuje y sumado al jefe del Estado no tanto por convicción como  por necesidad.

En el conflicto de poderes estallado pocos días antes de las fiestas navideñas es menester distinguir, con el mayor cuidado, los ánimos levantiscos de un conjunto de gobernadores -14 en total- que nada tenían que perder en la maniobra enderezada contra la Corte Suprema de Justicia de la Nación, de la decisión que con seguridad iba a tomar el Poder Ejecutivo.

La del pasado domingo fue, al margen de cualquier duda que pudiese plantarse al respecto, la final más emocionante de todos los Mundiales. Si bien se mira, se jugaron el mismo día -durante dos horas y media, poco más o menos- tres partidos en uno.

¿Fue una simple puesta en escena para victimizarse y agregarle dramatismo a su situación personal y procesal? Es una posibilidad que no debe descartarse. Pero pudo haber sido -por qué no- un rapto de histeria, propio del personaje en cuestión. O, quizá, fue parte de una estrategia diseñada con el propósito de insuflarle aire al Operativo Clamor, que algunos de sus fieles intentarán poner en marcha en el curso de esta semana o la que viene.

Sólo un necio o alguien que estuviera aquejado por una ceguera aguda podría no percibir, en toda su dimensión, cuál es la estrategia del kirchnerismo para lo que resta del año en curso y para el siguiente.

Era tan cantado el recurso al que echaría mano Sergio Massa que hasta un chico de jardín de infantes se hubiera dado cuenta de lo que se venía. En dos meses, desde el momento en que finalizó la vigencia del dólar Soja 1, el Banco Central perdió 40 % de las reservas de libre disponibilidad que había logrado atesorar en el curso de un mes.

Poco tiempo antes de dar comienzo los campeonatos mundiales de fútbol, en los años 2014 y 2018, una de las inquietudes que compartían -aunque por motivos diferentes- la clase política, los analistas de la situación económica del país y la población en general, estaba relacionada con la incidencia que tendría la performance de nuestro seleccionado en los asuntos públicos. 

Reza el adagio, bien conocido en la Madre Patria y en toda la América española, que la necesidad tiene cara de hereje. Que lo nieguen, si acaso pudieran hacerlo sin que se les cayera la cara de vergüenza, el actual ministro de Economía y su mano derecha en esa repartición pública, Gabriel Rubinstein.

Pasan las semanas y nada cambió demasiado en términos políticos. Los problemas son los mismos que enfrentamos desde hace décadas, sin que ninguno de los gobiernos que se turnaron en el ejercicio del poder haya sido capaz de solucionarlos.

La grieta que recorre la geografía del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio es tan acusada a nivel dirigencial como la que las bancadas, en el Congreso Nacional, tienen el oficialismo y la principal coalición opositora. A medida que transcurre el tiempo y se acercan los comicios quedan al descubierto no sólo las diferencias, sino también las miserias que cruzan en diagonal el universo de eso que Javier Milei ha dado en denominar la casta política.

Los diez meses que faltan para que se substancien las PASO -siempre y cuando no resulten suspendidas, claro- y los doce que nos separan del momento en que ele- giremos al próximo presidente de la Nación, ¿están a la vuelta de la esquina o se encuentran lejos de nosotros? La pregunta antedicha no es ociosa en términos políticos.

Si la frase no se resintiese por su inequívoco tufillo futbolero, cabría definir la irrupción del presidente de la Nación en el coloquio anual de IDEA, en Mar del Plata, y su discurso en ese cónclave empresario, con el conocido giro ‘se agrandó Chacarita’.

El sentido común indica que en la adversidad es conveniente dejar de lado las disputas internas, hacer a un costado las diferencias, y olvidar cualquier rencor que pudiera existir entre los miembros de un mismo frente político, para nadar juntos contra la corriente y tratar de sobrellevar los rigores de una crisis de la mejor manera posible.

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