Viernes, 26 Noviembre 2021 13:34

Voltaire y la política vernácula - Por Omar López Mato

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Fue filósofo, científico, escritor de novelas, autor de obras teatrales y poemas. Estuvo preso varias veces (dos de ellas en la tenebrosa Bastilla), y debió exiliarse en más de una oportunidad por sus ideas políticas.  Ganó una fortuna en la lotería con un método ingenioso (y legal) lo que le permitió sostener un tren de vida desahogado. Se codeó con reyes y aristócratas pero exigía  que las leyes fuesen iguales para todos ,además de promover como pocos la libertad religiosa (aunque murió en la fe de sus mayores).

 

Su obra filosófica, literaria y aun la científica, transmite un claro mensaje político: justicia para todos sin diferencias sociales, la búsqueda de un pacto social, y la falta de injerencia de la Iglesia en los asuntos de Estado, promoviendo la tolerancia religiosa. Estás ideas lo convirtieron en promotor de la revolución más famosa de la historia de la humanidad. 

Muchas de las frases o conceptos que manejamos a diario fueron expresadas por Voltaire y mantienen una vigencia universal que nos permite aplicarla a la política vernácula, aunque bajo uno de sus preceptos: “Todas las generalizaciones son malas, aun la que estoy sosteniendo ahora ...Hay verdades que no son para todos los hombres ni para todos los tiempos” y Argentina parece ser una de esas excepciones, aunque me atrevería a decir que su particularidad está en los excesos de los pecados y no en la originalidad. Todo parece una copia berreta (palabra que confirma esta falta de originalidad, ya que la palabra hace alusión a un ministro uruguayo, Tomás Berreta Gandolfo, 1875-1947) elevada a la potencia. Esta exuberancia en excesos nos recuerda al incierto destino del país y otra frase del francés; “La incertidumbre es una posición incómoda, pero la certeza es un absurdo”, más en las actuales circunstancias económicas que evolucionan hacia una crisis por las políticas erráticas de este gobierno.

“Quien no tiene toda la inteligencia de su edad, tiene toda su desgracia”, y Argentina es una repetidora obcecada de errores, que repite con obstinación suicida.

“Decimos una necedad y a fuerza de repetirla acabamos creyéndola”. Esta frase recogida por varios políticos y popularizada por Goebbels, el ministro del Tercer Reich se ha convertido en una herramienta imprescindible de la politiquería local, que culminó con la plaza de la militancia, demostrando que el axioma aristotélico esgrimido por el general Perón en su momento (“la única verdad es la realidad”) queda anulado por esta “post-verdad populista”.

Voltaire nos recuerda que “los que pueden hacer que creas cosas absurdas, pueden hacerte cometer atrocidades” – porque “la idiotez es una enfermedad extraordinaria ya que no es el enfermo el que la sufre, sino los demás”. Todos somos víctimas de las estupideces de nuestros gobernantes porque “es difícil liberar a los tontos de las cadenas que veneran… porque la naturaleza siempre ha tenido más fuerza que la educación”.

Voltaire profundiza el sentido de la actividad política, y se pregunta si no es otra cosa que “¿El arte de mentir deliberadamente?”

El optimismo que muestran algunos dirigentes “solo es la locura de insistir en que todo está bien, cuando en realidad somos miserables…” Y cada día, de seguir así, seremos más miserables.

 Para aquellos dirigentes que se llenan la boca con la palabra pueblo, Voltaire nos recuerda que “el pueblo cambia en un día. Derrocha pródigamente lo mismo su odio que su amor”, de allí que nuestra dirigencia prefiere comprar el favor del "pueblo" con dinero a riesgo de caer en otro axioma del mismo Voltaire: “el que cree que el dinero hace todo, termina haciendo todo por dinero”. Estos mismos políticos que tiene una respuesta para todo “deben ser muy ignorantes para responder a todo lo que se le preguntan”.

Sin embargo, la propuesta más difícil de Voltaire está relacionada con la tolerancia. “Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero me pelearía para que usted pueda decirlo”. Este axioma debería ser más importante cuanto más alto sea el cargo que ostenta, ya que los funcionarios gubernamentales son empleados públicos (o como dicen los sajones, “servidores públicos”), personas que trabajan para los argentinos, cualquiera sea su condición, creencia o partido (mientras estén en la legalidad). Un presidente en una República debe ser el presidente de todos, aquel que gobierna a los miembros del partido que lo consagra y también (y sobre todo en una república) a aquellos que no lo votaron, a los que piensan distinto a él, y sus funcionarios.

La contienda electoral no es un partido de fútbol donde el fanatismo conduce a la falsa conclusión de que solo el ganador cuenta. ¡Mentira! Cada acto comicial es un acto de reafirmamiento democrático donde deben primar dos principios sobre los que se funda la democracia republicana: el respeto de las minorías y la alternancia. Si no cumplimos estos requisitos consagremos reyes, marajás o sultanes. Sin embargo, a pesar de años de práctica democrática y ejercicios civiles, cabe preguntarnos como lo hace Voltaire: “¿Hay alguien tan sabio como para aprender por la experiencia de los demás? Al parecer, hay muy pocos entre nosotros…”

Omar López Mato

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