Las naciones triunfadoras después de la Primera Guerra Mundial exigieron a Alemania cuantiosas reparaciones que obligaron a la frágil República de Weimar a emitir billetes sin el consabido respaldo en oro, usual para la época.
En 1921 Inglaterra exigió el pago de esta indemnización que representaba más del 25% de las exportaciones alemanas. En 1922, un dólar equivalía a 320 marcos, pero para principios del 23 ya valía 8.000 y para julio estaba en un millón de marcos. La impresión de billetes no daba abasto para los requerimientos crematísticos y sobre los billetes ya emitidos se sellaba un nuevo valor millonario.
En un momento, el marco era tan barato que se lo usaba para empapelar habitaciones. Un kilo de pan costaba 6.000 millones de marcos y uno de carne 70.000 millones, una cifra casi imposible de transportar.
Hjalmar Schacht, el nuevo presidente del Banco Central, logró imponer una hipoteca legal sobre tierras y bienes industriales que sirvieron para respaldar una nueva moneda.
La derrota en la guerra, la sensación de fracaso, el desorden social por la inflación descontrolada que pulverizó los recursos de la clase media alemana desembocó en la búsqueda de una solución mágica a los problemas que atravesaba, de allí que los mensajes de los dirigentes antisistema, de aquellos que promovían la destrucción de las estructuras políticas para un nuevo despertar sonaba como el canto de las sirenas para un pueblo desencantado.
Como el desorden a Francia después de la Revolución condujo a la conducción hegemónica de Napoleón, como la crisis italiana de postguerra llevó a Mussolini al poder, el discurso de Hitler -contundente, monolítico y carismático- facilitó el acceso al poder. Una vez elegido democráticamente destruyó las estructuras institucionales y cambió arbitrativamente las leyes del juego. El éxito económico del régimen consolidó su figura. Al ofrecer una Alemania ordenada, con un gobierno fuerte que había eliminado casi de la noche a la mañana a la oposición comunista, el país se ofreció como un lugar propicio para las inversiones que llovieron de todo el mundo, pero especialmente de los Estados Unidos, donde varios magnates coincidían con las ideas antisemitas del nazismo. El pueblo alemán, obnubilado por el bienestar económico, pensó que esta “excentricidad” era el precio que el país debía pagar por su “tranquilidad” y una mayoría apoyó el accionar del Führer quien exhibió sus logros al mundo con las fastuosas Olimpiadas de 1936.
Lo que siguió es historia conocida, como todos los conductores exitosos, encerrado en su círculo rojo de aduladores pretendió eternizarse en el poder y expandirse geográficamente más allá de toda lógica, gracias a la inyección de confianza en el pueblo alemán, atontado por un relato pseudocientífico con distorsiones históricas y sueños de grandeza.
Este fue el atroz encanto del antisistema del que se enamoran las distintas culturas que atravesaron periodos de crisis, como el presente...
En el 2001 se gritaba en las calles al son de las cacerolas: “¡Qué se vayan todos!”. Y no fueron tantos los que se fueron... ¿Se irán todos ahora?
¿Qué nos depara el futuro? ¡El actual panorama político del mundo abrirá nuevas oportunidades para Argentina? ¿Podrá triunfar una fuerza política que prometa un nuevo despertar? ¿Acaso los nuevos líderes podrán convencer a las masas que ellos son la oportunidad de comenzar de nuevo? ¿Estamos ante el fin de un populismo de izquierda? Todas estas respuestas dependen de los niveles de deterioro que alcancemos en el próximo año.
El futuro siempre es incierto, pero nunca lo fue tanto porque a la crisis interna agregamos la efervescencia mundial, al borde de una guerra que promete generalizarse. Rusia siempre confío en el "general invierno" que en los próximos meses llegará a Europa sin gas, sin energía, con una economía que cada día ve el futuro con mayor pesimismo.
Omar López Mato