“No hay nada malo en América que no pueda ser solucionado con lo bueno que tiene América”. Esa frase que Bill Clinton repitió en incontables ocasiones y en versiones distintas desde que asumió la presidencia de los Estados Unidos, también puede representar hoy la pelea grande y de fondo entre la revolución que ofrece Javier Milei, con un salto de fe al vacío en algunas definiciones, y la opción ahora en tono moderado que plantea Juntos por el Cambio con un lenguaje que, peligrosamente, aún no termina de seducir a un público desesperado. En ese dilema, Sergio Massa no ha conseguido todavía meter baza, al menos no más que el apoyo que logra en el núcleo fuerte del kirchnerismo para retener el porcentaje histórico.
Carlos Melconian fue presentado la semana pasada como el ministro de Economía en caso de que Patricia Bullrich logre quedarse con la presidencia. Su función va mucho más allá de ese anuncio. A pesar de que el economista lo haya negado públicamente, no sólo deberá ser el vocero económico de Bullrich sino una suerte de mago que convenza al elector más descreído sobre las ventajas de volver a un sistema bimonetario con el dólar en lugar de arrojarse a un esquema dolarizador que ni las propias tropas de Milei hoy reconocen como posible en el corto plazo.
El dilema no es mejor y sigue ocupando un lugar monopólico en el menú de la mesa de muchos argentinos. El problema para Juntos por el Cambio es que no tiene demasiado tiempo, quizás solo días, para resolverlo. Ramiro Marra fue uno de los primeros libertarios en decir de frente lo que se sospechaba desde hace tiempo: será imposible avanzar inmediatamente con un esquema de dolarización a fondo en caso de que Javier Milei gane la elección presidencial. Ese proceso, de acuerdo a los propios protagonistas, llevaría al menos dos años o quizás sería posible en un hipotético segundo mandato. Las razones son muchas, pero en el medio esta la realidad de un esquema que exige una conversión hoy imposible con el actual nivel de deuda del Banco Central y de disponibilidad de dólares.
Quizás esa sea la razón por la que no se lo ve mucho en los últimos días a Emilio Ocampo, sumado al equipo de Milei para darle forma técnica final al modelo dolarizador y ser la voz de ese proyecto. Entre los libertarios se dice que hubo otros argumentos también para pasarlo a un segundo plano tan rápido.
Pensada en esos términos la pelea que encara Melconian debería ser mucho mas fácil. Sin la dolarización inmediata como promesa, ni la revolución que tiene como imagen central a una topadora demoliendo el Banco Central, el menú que ofrece Milei hipotéticamente debería aparecer debilitado. El problema es que en Juntos por el Cambio ya se anoticiaron que esa no es realmente la base de convencimiento de Milei.
Un votante del libertario decía este fin de semana: “No importa qué camino siga, lo bueno es que será distinto a lo que nos tiene agotados”. Ese es el verdadero problema hoy de Juntos por el Cambio: Milei es ya un símbolo de cambio para muchos independientemente de lo que proponga. Y aunque sus hits originales, como la dolarización, se hayan vuelto confesadamente imposibles en lo inmediato.
Los tiempos de Melconian
El candidato a ministro de Economía de Bullrich tiene que lidiar desde ahora con una batalla más cultural que económica. Muchos argentinos tienen en la memoria la experiencia de haber vivido en un sistema parecido al bimonetarismo que plantea Melconian y su equipo de trabajo del IERAL. Por otra parte es el esquema que hubieran preferido muchos para la vida diaria: ahorrar y contratar en dólares, para garantizarse la reserva de valor, y vivir en pesos. Ese régimen tuvo efecto durante la Convertibilidad (que cayó por otras razones y no precisamente por el funcionamiento de la doble moneda en las costumbres argentinas) y fue legalmente posible hasta en el proyecto de reforma al nuevo Código Civil que se sancionó durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
La expresidente recibió el proyecto terminado del nuevo Código de manos de Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco y Aída Kemelmajer de Carlucci. En ese trabajo se mantenía la posibilidad de exigir la cancelación de deudas en la misma moneda que se había fijado en el contrato. Cristina decidió, como en muchos otros puntos de ese nuevo Código Civil, meter la lapicera y modificó el artículo 765, estableciendo entonces la posibilidad de cancelar una obligación entregando pesos, obviamente al valor del dólar oficial. Se demolió allí definitivamente la chance de contratar en billete verde legalmente.
Tanto Milei como Melconian deberán dar marcha atrás en el Congreso con esa reforma para poder avanzar con esquemas dolarizadores. El posible ministro de Patricia Bullrich la tendrá mas fácil legalmente ya que el bimonetarismo no exige, además, modificar la Constitución Nacional, como si lo requiriera realmente eliminar una moneda de curso legal en el país como pretendía Milei.
Toda esa discusión ahora se volvió abstracta. Melconian no debe luchar con sus argumentos en contra de esa dolarización imposible y a favor de su esquema bimonetario, sino que tiene por delante una pelea casi religiosa. Muchos votantes de Milei seguirán apoyándolo no por sus propuestas económicas sino porque se instaló como la cara del cambio. El peligro para sus oponentes es enorme: la razón no parece ser ya una herramienta de convencimiento para muchos votantes. Es lo que otros integrantes de Juntos por el Cambio no entienden y que sí Bullrich vio con claridad al convocar a un comunicador de primera línea para que lleve su discurso de campaña.
Bullrich no parece que haya podido reponerse aún de la cachetada que le dio la PASO. La semana pasada comenzó a darle forma a un nuevo ritmo de campaña para Juntos por el Cambio. Parte de ese nuevo esquema pasa por no perder a votantes de Horacio Rodríguez Larreta. Los radicales, Mauricio Macri y el propio jefe de Gobierno porteño deberán esforzarse más en sus apoyos para acelerar ese proceso. Ciertas actitudes no cayeron bien el fin de semana dentro de Juntos por el Cambio y seguirán haciendo ruido.
Se entiende que Omar Perotti desde el PJ haya razonado sobre su opción por Javier Milei en caso de que Sergio Massa no entre al balotaje, pero Maximiliano Pullaro podría haber jugado su campaña en Santa Fe esta semana sin hablar del fantasma Milei y la chance que sea Bullrich quien no ingrese a la segunda vuelta. El peligro que hay por delante es importante y no solo para Juntos por el Cambio. Más tomando en cuenta las tres elecciones que vienen en septiembre.
Massa no se puede despegar de la economía
El ministro de Economía tiene también un dilema a cuestas. Se debate entre medidas que poco efecto tienen sobre el electorado, una crisis que no le da respiro y la eterna e impiadosa interna del kirchnerismo por un lado y del peronismo verdadero por el otro. Nadie le regala nada en estos días al oficialismo, menos el propio Alberto Fernández, que hasta se dio el lujo de intentar reivindicar los auxilios económicos que se anunciaron como decisiones propias, sabiendo que con eso les estaba firmando la partida de defunción.
Sergio Massa tiene límites que no puede controlar. Su medida hoy la dan el dólar y la inflación, no los bonos, créditos o asistencias que anuncie. A la velocidad de circulación de los precios estos días no hay ayuda que alcance y eso impacta directamente al ministro-candidato.
En la casa de los argentinos se cuentan día a día innumerables anécdotas de supermercado. Es la vida diaria que golpea a los precios de una forma que pocas veces en la historia del país se vio y que terminará con un peligroso 11 o 12% de inflación en agosto y un número quizás peor en septiembre. El caso del bono para trabajadores con salarios menores a $400.000 tiene un récord nunca visto. Tres situaciones hacen que ni los beneficiarios lo acepten: en primer lugar es a cuenta de la paritaria, lo que le quita valor; además muchos sectores ya renegociaron subas salariales por lo que el tema se volvió abstracto y el resto se queja porque las empresas están pisando las paritarias en curso con la excusa de tener que pagar el bono primero.
El ministro, además, sigue sin demostrar que existe algún camino alternativo en el futuro a lo que se vive en estos días. El kirchnerismo duro le pone palos en la rueda. No hace falta que Cristina Fernández de Kirchner no hable, todos dentro de ese universo saben que ese silencio refleja que está en contra de buena parte de lo que debe hacer Massa, por ejemplo mantenerse en línea con el FMI. El Fondo ayuda todo lo que puede e inclusive exige muchísimas menos reformas que las que deberá contener cualquier programa lógico para que el país salga adelante. Con esa pasividad, el Fondo le dio al kirchnerismo una plataforma nunca vista para que haga campaña, pero ni con eso alcanzó. De ahí el enojo de Kristalina Georgieva y el reto exigiendo a la Argentina cuidado con el dólar, el gasto y el nivel dispendioso de las tarifas de energía. Massa devaluó en secreto y pagó los costos, pero a esta hora no parece que haya alcanzado a pesar del enorme traslado que tuvo a precios. También en eso el tiempo se le acaba.
Rubén Rabanal