El Gobierno, por su parte, elige en estos tiempos (y está bien) mantener las buenas relaciones y dejar la puerta abierta para que estos tenedores de títulos públicos puedan venderlos y, con las restricciones del caso, pasarlos a dólares y retirarse del mercado argentino.
Considera Martín Guzmán que es la condición para que la imagen con el país no sufra un fin terminal y negativo, y que, alguna vez, piensen en volver. En definitiva, se trata de dinero. Y de cómo ganarlo. No de ideología o de buenas acciones. Simplemente tener ganancias. Y si Pimco o el resto se van de sus bonos en pesos, es porque creen que no las tendrán. No porque no les guste el kirchnerismo. Guzmán lo entiende, y por esto (bajo la mirada enojada de gran parte de la coalición gobernante) mantiene la ventana de salida a los dólares abierta. No en el oficial. Pero sí sin poner mayores restricciones al CCL o el MEP. Esto es, los dólares financieros.
Cuando un amigo se va
Pimco es un viejo amigo del país. Se trata de una firma de inversión fundada en Newport Beach, California, en 1971 por William H. Gross (que aún la dirige) y por Mohamed A. El-Erian. En 2000 fue adquirida por el grupo alemán Allianz, y desde ese momento opera bajo su ala, pero como fondo independiente. Cuenta en su currículum ser uno de los pocos fondos de inversión sobrevivientes a la crisis del 2008; algo que evidentemente no se pudo repetir en la crisis argentina.
La principal inversión del fondo en el país fue hacerse de casi toda la colocación del Bono de Política Monetaria, BoPoMo, emitido el 21 de julio de 2017, por el entonces ministro de Finanzas del gobierno de Mauricio Macri, Luis “Toto” Caputo. Fue este exfuncionario el que, personalmente, desplegó toda su diplomacia para convencer a Pimco para que sea el protagonista de la colocación.
La operación llegó a los $118.433.743 millones, pagaba cupón a partir del nivel de la tasa de interés de las, en aquellos tiempos, Letras de Liquidez del Banco Central versión Macri, y liquidaría trimestralmente los 21 de marzo, junio, septiembre y diciembre de cada año. Era un ensayo de Caputo para comenzar a captar pesos a granel del mercado, ir terminando con las Letras de Liquidez (Leliq), secar la plaza de moneda local, y así ayudar a bajar la inflación y la presión sobre el dólar. No salió bien.
Carlos Burgueño