Domingo, 30 Enero 2022 12:27

Un principio de acuerdo para calmar los nervios, tratando de llegar al empate - Por Enrique Szewach

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El entendimiento entre el Gobierno y el FMI nos aleja del default, pero sin conocer la letra chica, ignoramos a qué distancia de ese evento nos lleva 

Cuenta la leyenda, que cuando se firmó el acuerdo de límites entre Polonia y Rusia, allá por 1949, una casa quedaba exactamente sobre la línea fronteriza. Consultado el dueño si prefería que se desviara la línea, para que su casa quedara en el lado ruso o en el lado polaco, éste eligió quedar dentro de Polonia. Ofendidos, los dirigentes rusos enviaron una comitiva a consultarle el porqué de esta elección. La respuesta del ahora ciudadano polaco fue contundente: “Es que los inviernos en Rusia son muy crudos”. 

Ante la perspectiva del crudo invierno que se avecinaba de ese lado de la frontera, finalmente, pese a la retórica bélica del kirchnerismo duro, el Gobierno llegó a un principio de acuerdo con el staff del FMI, para obtener un nuevo crédito que permita pagar la deuda pendiente del acuerdo anterior.

Este principio de acuerdo reúne las características de todo esquema de política económica del kirchnerismo, está dominado por el corto plazo, patea los temas de fondo para adelante, y trata de dibujar, al menos desde la retórica, una dinámica que comprometa lo menos posible la unidad de la coalición gobernante.

Ahora bien, para que el Fondo pueda aceptar la estructura arriba comentada, el programa a firmarse abarca compromisos por sólo dos años y medio o mejor dicho, diez trimestres.

En otras palabras, el Fondo parece estar resignado a que, de este gobierno, lo máximo que se puede esperar es que no empeore la situación actual.

El próximo gobierno tendrá que cumplir dos trimestres de compromisos, y luego tendrá un año y medio para empezar a pagar este nuevo crédito.

Se verá, en esos seis meses del 2024, si la Argentina instrumenta un programa estructural en serio que le permita reinsertarse en la economía global, accediendo al mercado voluntario de crédito para empezar a cumplir los compromisos de pago con el Fondo y con los bonistas privados sin tener que reestructurar de nuevo su deuda, o recurrir a un nuevo acuerdo con el organismo, o a otro default.

Sin conocer todavía la letra chica de lo acordado, surgen algunas certezas y muchas incógnitas.

Empiezo por las certezas.

La primera, es que el Gobierno logró un nuevo préstamo por el monto original desembolsado durante el acuerdo anterior. Esto significa que hay “dinero fresco” porque el FMI restituye los pagos que ya se hicieron en septiembre, diciembre y los que se están haciendo en estos días.

En otras palabras, se reciben de regreso los dólares (en DEGS, la moneda del Fondo) para engrosar las cuasi nulas reservas del Banco Central. Lo que no está claro es si ese dinero se obtiene todo junto desde el primer día del nuevo acuerdo, o si será desembolsado proporcionalmente en cada trimestre. No es lo mismo.

La segunda certeza es que el ritmo de reducción del déficit fiscal primario (antes del pago de intereses) que proponía la Argentina fue rechazado por el staff, y que, finalmente, quedó un esquema que, si bien se parece más a lo que pedía el Fondo, resulta relativamente menos exigente que lo podría pensarse originalmente.

Tampoco resulta ninguna sorpresa que el ajuste fiscal (con perdón de la palabra) se hará con menos subsidios económicos -suba de los precios de los servicios públicos-, con el impuesto inflacionario y, eventualmente, con mayor presión impositiva.

Pero este ajuste fiscal está armado incluyendo dos trampas. La primera la puso el FMI al limitar el financiamiento del déficit por parte del Banco Central. La segunda la puso el Gobierno, en este mismo rubro.

Es muy técnico, pero intento explicarme.

El Fondo le dice al Ministro, “vos podés tener el déficit que acordamos, siempre y cuando consigas financiamiento extra, fuera del Banco Central. Si no conseguís financiamiento por afuera, tendrás que bajar más el déficit”.

Por su parte, el ministro sabe que tiene una “caja de pesos” acumulada en el Banco Central, en forma de Leliqs, por el equivalente a, prácticamente, todos los depósitos a plazo fijo que están en los bancos.

Cuando el Tesoro coloca deuda en el mercado, en realidad, el Banco Central tiene que emitir para devolver parte de dichas Leliqs, de manera que los inversores tengan los fondos para comprar esa nueva deuda. Es decir, al final del día, es emisión para financiar el déficit, pero en la “contabilidad” del Banco Central, esta emisión figura como dinero demandado por el sistema financiero y no por el Gobierno.

También es cierto que el Gobierno puede obtener fondos de otros organismos internacionales, Banco Mundial, BID, etc. pero, otra vez, como la mayor parte del déficit es en pesos, tiene que venderle los dólares al Banco Central, que emite pesos a cambio.

Cuando se escriba la letra chica de las metas trimestrales, sabremos cuál de las dos “trampas” prevalece.

Un detalle no menor. Cuando se “convierten” Leliqs en bonos del Tesoro, aumenta el déficit fiscal por el pago de intereses de dichos bonos que, antes de la conversión, estaban “escondidos” en la emisión del Banco Central. Habrá que leer la letra chica de este capítulo, porque si no hay un tratamiento especial en este punto, se daría la paradoja de que el acuerdo con el FMI aumenta el déficit total, en lugar de bajarlo.

Tampoco se dijo nada, por ahora, del problema de la emisión de pesos para, justamente, pagar los intereses de las mencionadas Leliqs, sobre todo, si el acuerdo contempla, como se dijo, que la tasa de interés le gane a la inflación.

Lo digo de otra manera. En el actual contexto de huida del peso, no sólo es parte de la “multicausal” inflación, la emisión directa para financiar el déficit, sino toda la emisión.

Y esa emisión termina incrementando la demanda y por lo tanto el precio de los dólares libres, presionando sobre la brecha y la tasa de inflación.

Eso me lleva al capítulo cambiario, del que nada se dijo, salvo que continuarán los cepos y las restricciones al movimiento de capitales.

Ningún acuerdo con el Fondo explicita un salto devaluatorio, pero está claro que hay una exigencia por no atrasar el tipo de cambio oficial, reducir la brecha y acumular reservas netas. Pero achicar la brecha bajando el techo, con la emisión de pesos prevista resulta poco probable, de manera que el o los “saltos cambiarios” pueden llegar a ser inevitables, se diga ahora o no.

Respecto de la acumulación de reservas netas, el ministro hizo únicamente mención a la meta del 2022 -USD 5000 millones de dólares-.

En el actual escenario internacional, y si se pretende algún crecimiento, que requiere de más importaciones, suena un objetivo muy ambicioso, salvo que se incluya en dicha meta, la restitución de los Degs que hará el Fondo, por el equivalente de unos 4400 millones de dólares. Otra vez, con la letra chica sabremos la meta de reservas netas para los próximos diez trimestres.

Respecto de la inflación, se incluye, como medida antiinflacionaria la “política de ingresos”, es decir acuerdos de precios ¿y salarios?

Por supuesto, en la retórica oficial, todo cierra con más crecimiento. Aunque, como le comenté la semana pasada, el crecimiento no es exógeno, sino consecuencia de un programa.

El que está sobre la mesa, sin cambios de fondo, no es, ni un programa de estabilización, ni mucho menos de crecimiento. Es para firmar el empate.

En síntesis, el principio de acuerdo nos aleja del default, pero sin conocer la letra chica, ignoramos a qué distancia de ese evento nos lleva.

Da la impresión, insisto, que el Fondo se conforma con que los problemas no se agraven, mientras apuesta a un nuevo ciclo político. Por su parte, el gobierno se conforma con durar, sin una crisis económica más grave, y sin romper la unidad de la coalición oficialista.

Un programa poco ambicioso, o demasiado ambicioso, depende cómo se lo mire.

Volviendo al cuento del principio, nos hemos salvado del crudo invierno ruso, pero de este lado de la frontera, el invierno no será mucho más benigno.

Enrique Szewach

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