Dicen que, para empezar a leer a Borges, primero hay que leer a Borges. Algo parecido sucede con el largo y sinuoso camino que encararon el gobierno argentino y el FMI para llegar a un acuerdo por la deuda que nuestro país mantiene con dicho organismo.
Para entender por qué el acuerdo con el FMI es necesario, pero no es solución, primero hay que entender por qué el arreglo no es una solución, pero es necesario.
¿Por qué no es solución? Porque el acuerdo, cuya letra chica y mucha de la grande desconocemos, aun siendo exitoso, no logrará el objetivo central que tiene toda política económica respaldada por dicho organismo, normalizar la relación financiera del país con el resto del mundo.
Y es una necesidad, porque, como ya le conté, la Argentina está afuera del mundo, colgando desesperadamente de la pata de una de las tortugas que lo sostienen y un default con el Fondo implicaría soltarse definitivamente.
Abundo un poco más.
Un país llama a los bomberos del FMI cuando tiene un incendio en su balance de pagos. Los acreedores privados le cortan el crédito, y queda, por lo tanto, al borde del default y obligado a fuertes devaluaciones, ajustes y reprogramaciones de los vencimientos de su deuda. Allí aparece el Fondo que, a cambio de un programa, otorga un préstamo que sirve para que la devaluación sea relativamente menor y para ver sí, con ese programa respaldado y auditado por los técnicos del FMI, se logra calmar el frente externo, reabrir el crédito privado y normalizar la situación financiera, o al menos, una reprogramación “amistosa” de la deuda.
Con fuerte liderazgo y consenso político, mucha suerte, y un buen programa, a veces se consigue que, al final del camino, esa normalización llegue y el acuerdo se transforme en una solución.
Sin liderazgo, ni consenso político, con poca suerte, léase contexto internacional desfavorable, bajos precios de los commodities, en nuestro caso, y un mal diseño del programa, el acuerdo evita el desastre, pero no reabre el mercado voluntario de capitales y, por lo tanto, no normaliza la macroeconomía.
Otra vez, aun ignorando gran parte de los contenidos que tendrá el nuevo acuerdo, no están dadas las condiciones para que el mismo logre que se reabra el acceso al crédito del Estado argentino, y mucho menos para atraer inversión, empleo y, por lo tanto, crecimiento.
Es en este contexto en el que hay que leer las declaraciones de mi amiga Kristalina que le bajó el precio al acuerdo, indicando que apenas aspira a sacar al país del “camino muy peligroso de la alta inflación”. Léase la hiper, dado que la alta inflación se va a mantener igual, a menos que la letra chica del acuerdo proponga cosas distintas a las pocas que se conocen.
La inflación no va a bajar, porque se acelera la devaluación, se aumentan los precios de los servicios públicos, se eleva la tasa de interés, lo que implica mayor emisión de pesos para pagar los intereses de las leliqs. A eso habrá que sumarle la emisión para financiar directa o indirectamente el déficit que quede y además la emisión para comprar dólares.
La clave ahora, para que la macro no empeore peligrosamente, es engrosar en forma urgente las reservas netas, las que se pueden usar. Sea con dólares provenientes de créditos de organismos multilaterales, sea con la posibilidad de dolarizar el swap chino, sea con aportes de la inversión extranjera directa del gran amigo Putin o del gran amigo Xi.
Esos dólares, sumados al sobrante del balance comercial, tienen que alcanzar para no empeorar aún más las restricciones a las importaciones, pagar compromisos de deuda ineludibles, pública y privada, y atender la demanda privada por pagos de turismo y atesoramiento, en un escenario con menos exportaciones y más importaciones de energía.
Cuánto más dólares se consigan por esta vía, menor será el ajuste cambiario y más chance de estabilizar la macro, cuántos menos dólares se logren, más inestabilidad, y más riesgo.
Es por todo esto que el acuerdo no será solución.
Obviamente, sin acuerdo con el Fondo, los dólares de los organismos multilaterales no estarán disponibles, se cae el swap con el Banco de Basilea, que no está en las reservas netas, pero sí en la “vidriera” de las reservas brutas y, con alta probabilidad, también se cae el swap chino, o al menos la chance de dolarizarlo.
Es por esto, que el acuerdo es una necesidad.
¿Y el crecimiento?
También la evolución del PBI depende de la oferta de dólares. Más dólares, permiten importar más insumos y producir más. Menos dólares, la inversa.
Con un escenario internacional que luce más complicado que en el 2021, un acuerdo con el Fondo se torna aún más necesario.
En síntesis, la opción es repetir el escenario del 2021, pero con muchos menos dólares, menos crecimiento y alto riesgo de descontrol nominal.
O repetir el escenario del 2021, con menos subsidios a los precios de la energía, una devaluación más acelerada del tipo de cambio oficial, más tasa de interés, menos dólares -aunque más que en la primera opción- y menos riesgo de descontrol nominal, en el marco de un acuerdo con el FMI.
Los dos escenarios no son políticamente atractivos, es cierto, pero aquí se impone una derivación del “Teorema de Baglini”, curiosamente, dentro de la coalición oficialista.
El Presidente y los gobernadores, con responsabilidades ejecutivas, necesitan del acuerdo, aunque no sea solución, frente al riesgo de descontrol macro.
El kirchnerismo duro, en cambio, sin responsabilidades ejecutivas, tiene el diagnóstico de que, aun siendo una necesidad, el arreglo con el Fondo lleva a la derrota electoral en el 2023 y, por lo tanto, prefiere oponerse, conservar su capital político, seguir manejando “las cajas”, y esperar.
¿Y la oposición?
Ahora que el acuerdo abarca compromisos por sólo dos trimestres de un nuevo gobierno, en 2024, deja de tener sentido que se aprueben las condiciones del nuevo préstamo en el Congreso. Pero si se insiste, sólo debería dar quorum y no poner palos en la rueda.
Respecto del FMI y sus socios principales. También tienen la opción de un arreglo para tirar para adelante, evitar contabilizar el default, y aspirar a que la Argentina no agrave su situación macro.
O tienen la opción de ponerse más duros, aceptar el default y ser los “causantes” del descontrol macro de la Argentina.
Dado que empecé con Borges, puedo terminar con la “originalidad” de parafrasear uno de sus versos.
Al presidente, los gobernadores y el Fondo, “no los une el amor sino el espanto”.
Enrique Szewach